Siguiendo los pasos de los tres hombres con lanzallamas de ignición focalizada que iban abriendo camino hacia el interior de la montaña, el arqueólogo y la lingüista pasaron bajo el arco de mampostería del que un momento antes habían colgado docenas de amenazantes carámbanos.
-Suerte que es verano, Hélène. - El aliento se condensaba delante de su boca. El hombre, apenas en sus treinta, estaba de muy buen humor y sus ojos brillaban de excitación. No tardó en descubrir su cabeza castaña y revuelta a la vez que se giraba hacia un lado y hacia otro, tratando de abarcar la amplia estancia. Nubes de vapor ascendían allá por donde los exploradores despejaban el camino como si cruzaran la selva machete en mano, para luego caer como lluvia al tocar el techo.
Ella prendió la mecha de la linterna portátil que había traído tras haberse descolgado la bolsa impermeable llena de cuadernos de notas. Sin bajar la capucha de su grueso abrigo le dirigió un rostro molesto y ojeroso.
-Me consta, querido. Llevo dos días sin pegar ojo apenas por ese endiablado sol perpetuo.
-Técnicamente estamos al sur del círculo polar ártico. - Levantó las manos como disculpándose por llevar la contraria. - Incluso cuando fue el solsticio la semana pasada, siguió habiendo noches…
-¡De dos horas! - El grito resonó en la sala y se perdió por los corredores que se adentraban, ascendiendo, en la roca oscura. Sus escoltas se giraron sobresaltados pero rápidamente volvieron la atención a los haces que aparecían al mezclar los contenidos de los dos depósitos que cargaban en sus respectivas y abultadas mochilas.
Hans se acercó tratando de sonar conciliador, como siempre que se equivocaba con ella.
-Lo siento Hélène, no pretendía…
-No importa. - Le cortó en seco, recuperando la compostura al instante. - Te he acompañado hasta aquí porque fuiste muy vehemente sobre tu teoría de que estas ruinas son una colonia de Lemuria. - Entornó los ojos azules un poco. - Parece que tenías razón. - Encaró al guía islandés, el único de ellos que conocía perfectamente aquella zona, que era su tierra natal. - Señor Leifsson, ¿sería tan amable de despejar el hielo de las paredes, por favor? Veamos esas runas y salgamos de aquí cuanto antes.
-Sí, profesora Santeil. - Se acercó a ella con el cañón del mechero-soplete bajado y apagado. Desde varios pasos se notaba perfectamente el calor que emitía el aparato. - ¿Por dónde empiezo?
-Por la zona de la entrada. No acerque demasiado el fuego, Birgir, puede que se conserven pigmentos en las zonas profundas; sólo necesito que derrita la capa que cubre los grabados para poder examinarlos. - El hombre asintió y sin decir nada más emprendió la tarea ajustando el difusor para que la llama saliera más abierta.
Hans se alejó y exploró el resto junto a los otros dos acompañantes, cada una de cuyas rociadas revelaba bajorrelieves y textos nuevos. Siguiendo sus indicaciones, empezaron a atacar un muro de hielo que había en una de las paredes más interiores de la sala. Regresó junto a su colega académica, que no había perdido tiempo tampoco. Ya llevaba transcritos una página de símbolos de trazos rectos a imagen de los que Leifsson había descubierto con su lanzallamas.
-¿Veredicto? - Para él todo aquello era un galimatías. - ¿Es lo que esperabas encontrar?
Un gesto contrariado cruzó el rostro enmarcado en el mullido forro de la capucha, que la mujer de casi cuarenta retiró mientras repasaba la copia del texto. Su cabello rubio y largo cayó sobre su hombro izquierdo al hacerlo.
-Sí y no. Mira. - Señaló una fila concreta del documento. - Casi todas éstas son runas de Lemuria, no cabe duda, aunque éstas dos no las había visto nunca, y creo que el profesor Ashford tampoco. - Se refería a su mentor, el mayor erudito sobre el lenguaje del imperio perdido. - Pero aún así, el resto no… no tiene mucho sentido. Es como si fuera otro idioma. Pero fíjate. - Miró más por educación que porque aquello le dijera algo. - Ésta frase sí se entiende, habla de un rey que mandó fundar un nuevo puerto fiordo abajo, pero la sintaxis es distinta.
-¿Como un dialecto? - Aventuró el arqueólogo. - ¿O una lengua emparentada? - Una idea le vino a la mente. - ¿Podría ser la de Hiperbórea?
-Eso son sólo hipótesis sin…
Un nuevo grito resonó en la estancia. Era Haavio, el explorador finés que les había acompañado desde el continente junto con su socio noruego, el señor Fossum.
-¡Profesores, vengan rápido! ¡Detrás del hielo había un pasillo!
Hans soltó una exclamación de júbilo y regresó con la linterna.
-Me la llevo, Hélène, ¿nos acompañas? - Tenía la misma mirada que un niño a punto de lanzarse por un tobogán en el parque. La lingüista ya conocía la intensidad con que éste defendía sus teorías, y si lo que esperaba encontrar allá abajo se confirmaba, su nombre resonaría en toda la comunidad… Ella accedió volviendo a cubrirse con la capucha, anticipando el frío que haría al adentrarse en el pasadizo.
Bajaron por un corredor en espiral durante un minuto o dos, teniendo cuidado con los escalones mojados que iban dejando los lanzallamas. Al poco acabaron ante una enorme puerta de madera congelada.
-¿Tan bien conservada? Debe ser por el frío. - Él murmuró y se acercó mirándola de cerca. - Esto es roble, ¿tan al norte? - Se retiró y les regaló una sonrisa de fanático. - Caballeros, abajo con ella.
Hélène fue a negarse rotundamente pero los chorros de fuego fueron más rápidos que ella y en pocos minutos habían deshecho la puerta. Un calor telúrico les golpeó a través del marco de piedra labrada. Hans lo cruzó rápidamente con la linterna en alto y todos le siguieron.
-¡Lo sabía! - Ante él una larga serie de recipientes metálicos ocupaba una pared de la asfixiante estancia. De ellos salían gruesas tuberías que se hundían en el suelo. Otras muchas se perdían en una oscuridad donde cuerpos aún mayores se insinuaban, soltando destellos cuando él les apuntaba con la luz. - ¡Lemuria usó el vapor geotérmico miles de años antes que nadie!
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