-Es una pena que este trasto no vaya más rápido, muchacho. - Hans Linge se agachó un momento para esquivar la rama de un árbol que estaba demasiado baja sobre el camino. - A este paso, cuando lleguemos Helga ya habrá cazado esa cosa, si es que existe. - Su nieta se tomaba esos asuntos muy en serio, desde luego.
-Venga, profesor, ya sabe que los porteadores a vapor no destacan por eso, sino por su potencia. - Kassius iba a los mandos del pequeño tanque de 6 patas, y Hans lo prefería. Su destreza para dirigir semejante engendro mecánico era bastante limitada, y si hubiera intentado bajarlo él mismo del tren, ahora el vagón sería descapotable o tendría un agujero a un lado del portón. Arrugó el gesto antes de responder.
-Tonterías, ¿no recuerdas el modelo que vimos en Leipzig el año pasado?
-¡Pero si le explotó la caldera en plena demostración! - Su ayudante se volvió un momento y golpeó ilustrativa y sonoramente con el canto de su mano protésica, la derecha, brillante y metálica, el depósito a presión que les separaba de la jaula y el brazo de carga de la parte de atrás.
-Sí, bueno, pero hasta entonces… - Un sonoro disparo de rifle de compresión le interrumpió y ambos quedaron en silencio salvo por los estabilizadores giratorios del vehículo. Les llegó el eco antes de que alguno volviera a abrir la boca.
-¿Ya? - Kassius sacó el revólver de la funda que colgaba de su cinturón y se lo entregó a Linge. - Coja esto profesor y esté atento, voy a acelerar todo lo posible, Helga ya ha encontrado al lobo o lo que sea que persigue. - Habían llegado a Kraslice, al otro lado de la frontera con Chequia, siguiendo un cúmulo de rumores y noticias vagas que tenían totalmente excitada a su nieta. Algunos decían que era un hombre lobo lo que aterrorizaba aquella zona rural de Bohemia occidental; otros, que era algún perturbado que se escondía en las montañas y desde allí asaltaba los caminos dando gritos como un salvaje; para muchos, sólo era un lobo particularmente grande o un oso especialmente agresivo que disfrutaba atacando al ganado y destrozando los cercados. Los hombres del pueblo habían llegado a asegurar vehementemente que era algo enviado por Viena para sembrar el pánico. Hans puso los ojos en blanco al oír eso, como si el Emperador no tuviera bastantes preocupaciones en el sur ya, con los rebeldes de Liguria, como para estar hostigando a los nacionalistas checos en el norte de sus dominios...
Unos minutos más tarde, el muchacho detuvo la máquina, que soltaba vapor para aliviar la presión por la marcha forzada a la que la había sometido, en el claro junto al arroyo, donde habían convenido encontrarse. Cerca estaban las trampas que Helga no había llegado a desplegar y el resto de materiales. Ella y el rastreador ruso que la acompañaba, ese hombre huraño y poco hablador con un parche en el ojo izquierdo, no podían andar muy lejos. Fue a bajarse del asiento pero Kassius le retuvo, sugiriendo que esperaran hasta que volvieran los cazadores, no fuera que la bestia les precediera. Un único revólver podía no ser suficiente. A regañadientes tuvo que aceptar que tenía razón.
-La cueva que dijo la anciana de la granja tiene que estar por ahí - señaló con la mirada al otro lado del cauce, por donde un puente desastrado y endeble lo sorteaba - aunque reconozco que sólo entendí la mitad de lo que dijo, mi checo está bastante oxidado y la buena señora hablaba un dialecto bastante cerrado, aquí tan lejos de Praga… - a decir verdad, se había quedado con palabras sueltas más que nada, pero bueno, a Helga parecía que sí le había podido contar todo el hijo de ésta, que hablaba alemán porque había vivido en Erlbach un tiempo.
En ese momento, apartando unas ramas bajas y arbustos apareció Kozhemov, el cazador de tigres retirado.
-¿Ya han llegado? - Sin esperar respuesta continuó, con su acento marcado y su escaso vocabulario. - Señorita persigue al lobo. Quédense aquí. - Se agachó sobre una mochila para recoger algo, posiblemente munición para el rifle que llevaba colgado a la espalda y se dio la vuelta para marcharse, pero Hans le retuvo un momento.
-¿Han ido a la cueva? ¿Es segura? - El hombre se detuvo, mirándole de soslayo mientras apoyaba el brazo libre en un tronco torcido.
-Sí, profesor Linge. No hay lobos en cueva, sólo pinturas en paredes. Cuidado con agujero. - Y desapareció en la espesura de nuevo.
Hans Linge se encogió de hombros e hizo un gesto a Kassius.
-Supongo que podemos proceder entonces. - Elevó la mirada hacia la cubierta de hojas. - No nos queda mucha luz del día, hay que darse prisa.
Cruzaron el puente en silencio, el profesor delante con el farol ambárico y su ayudante detrás con la pistola en la mano derecha, la mecánica. A veces era demasiado precavido, pensó. Al otro lado encontraron un sendero muy tenue que ascendía por la ladera, y poco después estaban en la entrada de una cueva, no muy ancha, bastante oscura. Efectivamente, había marcas por todos lados, la mayoría grabados en la piedra de símbolos que no sabía leer.
-Una pena no contar aquí con Mademoiselle Santeil, seguro que ella nos podría ayudar.
-En esos momentos debe estar embarcada ya camino de Malmö para documentar las estelas de aquel cementerio vikingo que comentó, profesor. - Kassius le precedió al interior de la gruta, pero se detuvo cuando le faltó la luz a los pocos metros. Hans le alcanzó con el haz amarillento y enfocó la pared que su ayudante estaba mirando. Había una jauría de lobos tallada en la roca en un bajorrelieve muy desgastado.
-A esto debía referirse la mujer cuando dijo lo de la cueva de los lobos. Venga, sigamos.
No tardaron mucho en llegar al agujero del que Kozhemov les había avisado, era imposible no verlo. Ocupando casi todo el ancho de la cueva, un pozo irregular se hundía en la oscuridad. Enfocó hacia abajo la linterna, y estimó que por lo menos había veinte metros de caída hasta las rocas que cubrían el fondo, entre las que parecía haber pedazos de madera podrida, pero apenas se entreveía realmente el final, el haz no era lo suficientemente concentrado.
-Voy a pasar por la cornisa de la derecha, ¿la ve? - Kassius le señaló un lado del pasadizo y le pasó la culata la pistola. - Atento, profesor, mientras cruzo no podré disparar si hiciera falta. ¿Se ha fijado que al otro lado se ve claridad? - Aguzó la vista y creyó ver a qué se refería el chico - Podría ser otra entrada, así que tendremos que ir con cuidado. - Le miró con sorna, elevando las cejas. - El lobo podría querer resguardarse de Helga aquí.
Esperó a que su ayudante cruzara y luego le siguió, pegando mucho la espalda a la pared y tratando de no mirar abajo. Llevaba el farol en la mano izquierda y el índice derecho en el gatillo, pero le disgustaba el tacto frío del arma. Al otro lado de un recodo del túnel, efectivamente entraba la última luz del día, pero lo hacía por una apertura natural en el techo, por la que se derramaba un hilillo de agua que iba a parar a un pequeño estanque rodeado de hongos y líquenes. Sólo al llegar al lado de Kassius, que se había parado en seco, vio lo mismo que él.
Junto a la orilla yacía el cuerpo de un hombre, aparentemente inmóvil, casi boca abajo. Llevaba la ropa totalmente desgarrada, el pelo muy largo y sucio, e iba descalzo. Sangraba por el costado. Kassius le miró un momento y señaló el arma, indicándole en silencio que apuntara mientras él se acercaba a comprobar si estaba vivo. No tardó mucho en comprobarlo.
Antes de que pudiera reaccionar, Kassius se encontró con que el hombre, si se le podía llamar así, se revolvía en el suelo y saltaba contra él, derribándole entre gritos. Hans elevó el arma y apuntó, pero no era capaz de disparar por miedo a herir al muchacho. Su corazón se puso a latir como loco, mientras contemplaba a aquella bestia de cabellos y uñas largas gruñir y gritar a un tiempo, enseñando unos dientes que por un momento le parecieron desproporcionados. Le gritó tratando de atraer su atención mientras el chico forcejeaba en vano con esa bestia, que era mucho más fuerte. Los ojos inyectados en sangre que le clavó en la distancia le helaron por completo. Ignorándole de nuevo, el monstruo devolvió su atención a Kassius, cerrando ambas manos sobre su cuello.
Capítulo 2 - La cazadora
Había dejado de oír la respiración de su presa, pesada y entrecortada. Las pisadas, a veces ligeras y a veces arrastradas, habían cesado unos minutos atrás. No tenía muy claro qué era porque apenas la había entrevisto antes de disparar, pero estaba claro que era lo que buscaba ya que por el tamaño no podía ser un animal corriente. Helga se acercaba a la cima de aquel cerro cubierto de árboles mientras los últimos rayos del sol abandonaban el paisaje entre rural y salvaje que la rodeaba. Un poco más allá se divisaba el pueblo donde habían estado por la mañana, y más allá la zona de granjas donde había ido luego con Lev para tratar de encontrar la pista del hombre lobo, o lo que fuera. Realmente le daba igual; una bestia desconocida estaba campando a sus anchas por la región y eso era todo lo que se necesitaba para espolearla, la aventura de perseguirla. Por un momento recordó el orgullo con que su padre decía que aquel rasgo era intrínseco a su familia, pero luego se reprendió a sí misma por haber pensado en eso. Ahora estaría lo que quedaba del día con él en la cabeza, maldijo para sus adentros. Se sacudió con disgusto, tratando de pensar en otra cosa, y se detuvo casi en seco, plantando firmemente las botas de montería en el suelo.
Con el fusil preparado para apuntar y disparar al mínimo movimiento, se giró en redondo para escrutar el camino por el que había venido, apenas una vereda marcada por las patas de los conejos y los tejones. Colina abajo distinguió un movimiento, pero un destello fugaz le indicó que se trataba de Lev, el cual se acercaba a ella rifle al hombro después de haber ido a por la munición sedante que le había pedido. Con una de aquellas balas podría derribar sin matar cualquier cosa más pequeña que un oso, especialmente después de haberle alcanzado ya con una de punta perforadora. Pena que hubiera perdido el reguero de sangre que la bestia iba dejando tras de sí, pero no podía estar muy lejos. Deseó haberse traído un par de perros para seguir el rastro. Kozhemov llegó a su lado y le pasó un paquetito con dardos para el arma de gas comprimido, que guardó en uno de los bolsillos interiores de la casaca de caza tras colocar uno de ellos en la cámara de recarga lateral.
-Han entrado en la cueva. – Helga asintió a las quedas palabras del ruso. No hacía falta hablar demasiado en mitad de una cacería, sólo lo imprescindible. No convenía advertir a la presa de que una estaba cerca. Hizo un gesto a su acompañante para indicarle la dirección en la que iba a seguir intentando recuperar la pista del animal, pero antes del tercer paso se detuvo en seco y alzó la mano para pedirle a él que dejara de avanzar también. Aguzó el oído y comprobó que no lo había imaginado. Amortiguados por los troncos y los arbustos, oyó otro grito ahogado, y al instante saltó para alcanzar la fuente del sonido, que creyó ubicar a su derecha y algo más arriba. Antes de poder pensarlo, Lev ya la estaba siguiendo con el arma preparada. Una fugaz mancha roja, atisbada sólo por el rabillo del ojo sobre un tronco mientras corría le indicó que estaba yendo en buena dirección. La bestia se había apoyado allí en su huída. Sonrió al sentir la emoción de acercarse de nuevo al enfrentamiento, pero le duró poco. El rastro concluía abruptamente en un discreto claro en un lateral de la pequeña montaña, hasta el cual llegaba un diminuto arroyo de más arriba sólo para desaparecer en un agujero no muy grande en el suelo, al igual que la hilera de goterones rojizos. ¿Había caído por allí? Se asomó un poco, pero descartó la posibilidad de descender, no sin cuerdas y sin saber lo que había abajo, aunque le pareció ver la superficie oscura en movimiento de una poza no muy profunda.
-¡Dispare! – El grito que salió del sumidero sólo tardó una fracción de segundo en traducirse en un nuevo salto a la acción. Era la voz de Kass.
-¡Estamos encima de ellos, maldita sea! – Helga gritó sin mirar atrás mientras arrancaba cuesta abajo dando saltos y golpeándose contra los troncos y las ramas. - ¡Esa cosa está en la cueva! – Lev soltó un gruñido antes de reemprender la carrera en pos de ella.
No podían llegar de manera directa porque aquel lado de la montaña estaba cortado casi a pico, así que bajó dando un rodeo, salvando un par de cauces secos por la pura inercia con que corría, sintiendo el tiempo pasar sin poder llegar a su abuelo y Kass, que incluso con suerte sólo tendrían una pistola. En silencio rogó para sus adentros que la herida que le había hecho a su presa, a la cual no había podido ver bien entre la vegetación, le hubiera dejado todo lo debilitada posible. Un brillo rojo atrajo su atención al momento. ¡Una de las balizas! La bestia había salido de la cueva y había activado una de las trampas.
-¡Lev! – Supuso por el ruido a su espalda que el ruso no se había quedado atrás. - ¡La fiera ha salido, yo voy detrás de ella! Tú baja a la cueva y asegúrate de que los dos están bien.
-¡Entendido! – No esperó ni un segundo tras oír eso, y desviándose a un lado dejó atrás a su compañero de caza para centrarse únicamente en su presa.
Se detuvo detrás de un árbol ancho y atisbó en dirección a la ubicación de la trampa galvánica, pero sorprendentemente, no fue capaz de ver al animal. Aquel cacharro soltaba una descarga capaz de paralizar las patas de cualquier cosa que la pisara, ¿pero no había podido con el hombre lobo? Empezó a cuestionarse lo de las balas con sedante, pero no tenía tiempo de cambiar ahora. En la oscuridad creciente, no le costó distinguir la ignición de otra luz roja a pesar de la distancia a la que estaba. Ese bastardo corre mucho, escupió en voz baja, pero no podía permitirse el lujo de pararse más.
Reemprendió la carrera por el bosque, ahora en terreno más nivelado. Estuvo a punto de tropezar con un tronco caído pero consiguió saltarlo en el último momento. Empezaba a no ver bien y eso no le gustaba nada. Dentro de poco se encontraría en mitad del monte, sin una linterna y con un animal herido por la zona. Llegó resoplando a la segunda trampa, pero allí tampoco había nada, aunque indudablemente algo la había disparado en su huída, juzgando por el rastro de ramas bajas destruidas y las pisadas sobre las hojas caídas. Se alzó y trató de otear en todas direcciones aprovechando la luz de la trampa, pero fue en vano. Al ritmo al que se movía, Helga sabía que no podría seguirle a pie y sin conocer el terreno.
Apretando los puños y jurándose que volvería a encontrarle, regresó en dirección al campamento siguiendo la primera baliza como faro de guía. Lev no estaba allí, así que se encaminó hacia la cueva después de encender una de las linternas que traía el tanque hexápodo del abuelo. Encontró al rastreador en la boca de la cueva, sentado en una roca. La mirada que le lanzó con su único ojo en el silencio de la noche fue suficiente para hacerla entrar a la carrera, olvidando la persecución fallida. No tardó en detenerse.
En el suelo estaba su abuelo. Lev le había incorporado contra una de las paredes, justo antes de llegar al pozo. Estaba muerto. Helga dejó la linterna junto a la que había allí, e hincó una rodilla para verle de cerca, pero no cabía duda, tenía el cuello roto. Apretó los ojos con fuerza por un momento, reprimiendo la necesidad de hablarle, gritarle, despertarle, tocando brevemente la mejilla de su mentor. Se incorporó resoplando, tratando de recuperar la compostura, a pesar de saber que estaba sola y que en todo caso Lev no iba a juzgarla. Cogió una de las lámparas y se dispuso a cruzar al otro lado del agujero, para localizar a Kass. La casualidad quiso que antes de enfilar la cornisa que lo rodeaba el haz se hundiera en la oscuridad bajo ella e iluminara el cuerpo del chico, su compañero de fatigas en más de una expedición, en el fondo del foso. No se movía, estaba sucio y parcialmente cubierto con rocas que debían habérsele venido encima. Había caído de cabeza.
Dio un paso atrás, casi tropezando con las piernas de su abuelo, se apoyó en una pared irregular y su mirada se perdió bajo los viejos grabados en la piedra, incapaz de pensar en nada. Oyó a su espalda los pasos de Lev en la gravilla de la entrada. No tenía que haberlos traído, fue lo primero que logró articular. No tenía que haberles dejado venir. Murmuraba para sí, los ojos muy abiertos, los puños temblando. Sólo cuando la fuerte mano de su amigo cayó sobre su hombro, Helga se permitió un grito de rabia que resonó en todo el bosque.
Capítulo 3 - El rastreador
Odio la lluvia, pensó nuevamente Lev Kozhemov para sus adentros. Prefería una y mil veces una nevada infernal con el viento gélido de frente, que aquel interminable aguacero que llevaba soportando todo el día. Con ese humor de perros, volvió a asegurar la lona de hule sobre la endeble estructura de varillas para evitar que el agua acumulada la hundiera. Afortunadamente el fusil no iba a dejar de disparar por mojarse, ese problema había pasado a la historia junto con la pólvora, pero lo que quería evitar a toda costa era tener que pasar las horas muertas, esperando a que su presa se mostrara, sentado sobre una roca y completamente empapado. Y menos a su edad, mal que le pesara.
El rastreador ruso había cazado tigres del Amur desde antes de ser un hombre, aprendiendo de los tungúes, acompañándoles en sus partidas e impregnándose de sus técnicas y sus tradiciones, por lo que entendió muy pronto que debía poner toda su alma y todo su coraje para ser un digno oponente de dichos animales. Eso quería decir que aunque acechara a sus presas con trampas, y les disparara desde lejos, consideraba que lo honorable era acabar cuchillo en mano como muestra de respeto. Mientras vendía la piel de uno había conocido a Shao’uan, y siendo hombre de no echarse atrás, nadie había sido capaz de convencerle de que su amor por ella no era posible, ya que era una mujer de origen manchú. Entonces era joven, pero incluso ahora, tantos años después, tampoco hubiera vacilado en estar con ella. Habían tenido a Jishan en una cabaña perdida en el bosque y allí habían sido felices,… durante un tiempo.
Llevaba dos jornadas bajo aquel clima húmedo y desagradable, pateando senderos embarrados, siguiendo un rastro que se desvanecía a cada pocos pasos, y persiguiendo a aquella cosa por un terreno desconocido pero a la vez idéntico en esencia a todos los que había pisado. Él y la señorita von Soltau decidieron sin mediar palabra pasar la noche junto al abuelo de ésta y al pozo donde yacía el ayudante de él, velando los dos cuerpos en silencio, antes de reemprender la caza. Nada podían hacer por ellos ya, y no queriendo perder más tiempo, decidieron dejarles allí hasta que completaran su misión tras una brevísima conversación a la mañana siguiente. Pero a pesar de conocerla desde hacía tan relativamente poco, menos de un año, Lev sabía que el remordimiento por actuar así quemaba a la chica por dentro desde el momento en que habían abandonado la cueva. Por eso, cuando a media tarde había dicho que tenía que volver y hacer las cosas bien con el viejo y el chico, él había mostrado su acuerdo y había asumido la tarea de hostigar a la criatura hasta el regreso de ella, siguiéndole la pista sin abatirla. Ella se había negado, siendo muy explícita: cuando le tuviera a tiro, quería que le volara la cabeza. No dijo nada a aquello, porque la fiereza en sus ojos había vuelto a traicionarle. Helga era la hija que Lev no había tenido, y a la vez también el hijo, por decirlo de alguna forma.
Jishan ya dejaba de ser un niño cuando su madre falleció, en mitad del invierno siberiano, sin que a él le diera tiempo a traer un médico a verla. Se vio obligado a volver a Khabarovsk para que su hijo pudiera estar a cargo de alguien mientras él salía de cacería, y eso había hecho que la relación entre ambos quedara herida de muerte. El chico se acostumbró rápidamente a las comodidades de la gran ciudad, como la llamaba Lev, y gracias a un familiar de su madre aprendió lo necesario para leer y escribir. Pronto se percató de que podía vivir cómodamente aprovechando su herencia mestiza para trabajar como intérprete, y estudió mucho para conseguir un puesto en la administración local, al servicio de un zar que vivía a miles de leguas de distancia y para el que Siberia era sólo el confín de su imperio. En retrospectiva, no debía haber sido tan duro con él por elegir una vida desahogada frente a la ruda existencia de un cazador, pero en aquel momento en que aún tenía la oportunidad de aprender a ser un hombre Lev se había sentido traicionado y se había aislado de todo, volviendo a una vida solitaria en los bosques.
Para cuando se había despedido de la señorita, ya habían vuelto a ubicar el rastro del animal entre los árboles. Tenía que ser endiabladamente resistente si había aguantado no una, sino la descarga de dos trampas galvánicas. Pero eso no era lo único que les desconcertaba, puesto que además habían llegado a la conclusión de que éste ya no sangraba a pesar de la herida que Helga le había hecho en su primer encontronazo. La amplia experiencia de Lev no le servía para saber detrás de qué corría. Había pasado todo ese tiempo, más de un día, explorando el terreno para hacerse al menos una idea de las rutas que podía seguir. No era tan abierto como parecía, ya que cuanto más se alejaban de Kraslice, más abruptas se volvían las quebradas y empezaban a aparecer barrancos que rompían los caminos que la fauna podía emplear. Y luego claro, estaba el agua. Todos los animales tarde o temprano buscan las zonas bajas para encontrar agua fresca. Tras un breve descanso subido a un árbol en las horas antes del alba, ubicó dos arroyos y una presa artificial pero aparentemente olvidada donde dedujo que el monstruo podía ir a beber. Lo que le hizo decantarse por el último punto y plantar su reducido puesto de observación en un lugar elevado con vista directa sobre el mismo fue su instinto.
También estaba apostado esperando a que su presa llegara, al abrigo de un saliente del terreno nevado, detrás de unos arbustos y cubierto con pieles de animal para que su olor no delatara su presencia, cuando su intuición le avisó de que no estaba solo. Un rey de las nieves, como llaman los tungúes a los tigres del Amur de mayor tamaño, había logrado acercarse sin hacer ruido y se encontraba a escasos pasos de Lev, la mirada fija en él, muy quieto. El cazador supo que a esa distancia le daría tiempo a girarse bruscamente y a dispararle de frente una única vez antes de tenerle encima, aunque eso le impediría usar el cuchillo como acostumbraba, pero la vida es lo primero. No queriendo darle la iniciativa a su oponente, ejecutó su ataque sin dudar más, pero la diosa de los cazadores no le acompañaba: su vieja arma no disparó y apenas pudo hacer otra cosa que lanzarla a la cara del tigre que rugía en pleno salto y tratar de zafarse, pero sin éxito. Al instante tenía encima al espíritu vengador de toda una raza, que descargó su zarpa sin piedad sobre su rostro. Pero los reflejos de Lev no habían estado ociosos y éste contaba ya con el largo puñal ceremonial en su mano, por lo que el hombre fue el primero en morder el cuello de su contrincante, asestando un golpe mortal.
Algo atrajo la atención de su ojo restante, un movimiento en el follaje más abajo, cerca del agua embalsada. Sonrió bajo su barba cerrada y se llevó el catalejo sobre el rifle de gas a presión a la cara. Desde un mando colocado bajo el cañón ajustó la distancia a la que enfocaba esa pequeña joya hecha por artesanos de Kiel. No quería cerrar mucho el campo sino tener una visión de conjunto del posible abrevadero. Fijó su atención en el borde del claro, cerca de donde había creído ver moverse las ramas bajas. Tenía desde luego curiosidad por contemplar finalmente al monstruo ya que tenía que ser una criatura formidable y extraña. No sólo era invulnerable a la electricidad, sanaba increíblemente rápido y había desnucado como si nada al abuelo de la señorita, sino que sus huellas eran del todo inusuales. Las pocas pisadas medio borradas por la lluvia que había encontrado no eran de garras ni pezuñas, recordando más a las de una persona que sólo apoyara las punteras, cargando todo su peso en la parte delantera del pie. Para andar así, alguien tendría que llevar las rodillas flexionadas constantemente, y para conservar el equilibrio no podría erguirse por completo. La postura era del todo antinatural para un humano, y eso no hacía otra cosa que reforzar la impresión de estar persiguiendo algo inquietantemente parecido pero a la vez tan diferente… Quizá, después de todo, los hombres lobo sí que existieran.
Lev había llegado a Sajonia también persiguiendo algo, pero en este caso era el fantasma de un rumor. Existían en el lejano occidente, le habían comentado, médicos capaces de restituir el ojo que el rey de las nieves le había arrancado. Cruzó medio mundo, desde la boscosa y nevada Siberia, en una sucesión de dirigibles y trenes, hasta los confines del imperio del zar, para llevarse una decepción tras otra. Resignado, había seguido el último rastro que le indicaron en Moscú, el de un cirujano hijo de emigrantes de la madre Rusia que había logrado fama en tierras extranjeras con sustitutos mecánicos para soldados cegados en la guerra. Así acabó en Dresde, en el viejo edificio del Instituto, hablando con el tal doctor Lavrovich, que resultó ser un hombrecillo que tras examinarle apenas por encima se atrevió a afirmar categóricamente que nunca volvería a ver por ese ojo. Que el nervio era irrecuperable. Toda la rabia del cazador frustrado por no poder nunca más retomar su vida anterior explotó en ese instante, y acabó saliendo del despacho a voz en grito, conteniendo apenas las ganas de emprenderla a golpes con el pobre desgraciado. El pasillo rápidamente se despejó de una docena de supuestos genios buenos para nada que huyeron apresuradamente al verle, pero alguien se quedó y le encaró, atraída por su arrebato de ira. A pesar de no compartir idioma en aquel momento, Helga supo hacerse entender lo suficiente para acabar compartiendo unas más que decentes jarras de cerveza germana. Una semana más tarde, después de varias conversaciones dificultosas, la señorita von Soltau le había ofrecido acompañarla en una expedición de caza en las estribaciones meridionales de los Cárpatos. Al volver de allí ya eran compañeros prácticamente inseparables.
El cazador reconvertido en maestro de expediciones y jefe de cuadrillas de aquella muchacha salvaje con afán de investigadora de todo tipo de fauna desconocida y sus posibles usos, seguía con su ojo pegado a la mirilla cuando oyó a su espalda un movimiento apresurado entre los árboles. Casi de un salto dejó el arma de largo alcance, salió del refugio y desenfundó un par de sus cuchillos, echando una rápida mirada a su espalda para tener bien calculada la distancia al borde del saliente por si tenía que forcejear con el monstruo, fuera lo que fuera, si es que no estaba allá abajo como había creído. Pero no hizo falta, ya que rápidamente apareció la señorita desde la espesura, empapada y embarrada, sosteniendo un rifle también. Sus miradas se cruzaron y una pregunta flotó muda en el ambiente. Lev negó rápidamente justo cuando ella se detenía, recuperando el aliento a duras penas, a su lado.
-Llego a tiempo. – Jadeaba trabajosamente, pero con visible alivio. Debía haber subido hasta allí a toda carrera siguiendo las indicaciones que había dejado para ella siguiendo el código de costumbre.
-Exacto. Está allí abajo, bebiendo. – Señaló por encima de su hombro, haciéndose a un lado.
-Pues dispárale, pero con éste. – Y le puso el arma que traía contra el pecho. Lev bajó la vista y distinguió munición sedante en la cámara de carga.
-Pero esto… ¿no querías que dispare a cabeza? - No entendía el repentino cambio de intenciones. - ¿Ya no lo quieres muerto? - Helga seguía tratando de recuperarse.
-No preguntes. - Se enderezó e inspiró hondo. – No tenemos tiempo que perder.
La miró con fijeza, pero no quiso cuestionar de nuevo a la señorita, que solía tener un buen motivo para todo lo que hacía, según le demostraba su experiencia. Rápidamente volvió a apostarse no sin antes echarle la tela impermeable de su refugio a ella por encima, lo cual le agradeció con una sonrisa tenue y triste, pero también apremiante. No había hecho más que ajustar la mira del arma cuando la bestia apareció en su campo de visión. Soltó una maldición entre dientes a la vez que levantaba la vista hacia Helga, buscando confirmación de que aquello que había contemplado acercándose al agua tenía algún sentido. Ella se limitó a asentir. No necesitó más. El catalejo tocó su ojo, el dedo apretó el gatillo, y el dardo se clavó en un costado de aquella cosa de apariencia innegablemente humana que tenía una mano de metal.
Capítulo 4 - El monstruo
Abrió los ojos con dificultad y sólo apenas, ya que una fuerte luz caía sobre él, cegándole. Meneó la cabeza con brusquedad para rehuirla, pero eso sólo hizo que todo le empezara a dar vueltas. Trató de levantar los brazos para cubrirse la cara, y sólo entonces fue consciente de que no podía moverlos.
-Está despierto. - La voz áspera le llegó desde la izquierda, o eso creía.
Oyó pasos a su alrededor, pero no se atrevía a mirar de nuevo.
-Ya era hora. - Sonaba por su otro lado. Repentinamente, sintió a través de los párpados que la iluminación desaparecía. - Espabila. Venga. - Era una mujer, y estaba muy cerca. Estaba seguro de que la reconocía, pero era incapaz de ponerle nombre a esa voz. Una mano le golpeó la mejilla, no muy fuerte, pero sin ser una caricia. El repentino tacto le sorprendió lo suficiente para abrir los ojos. - Bien, progresamos. - El rostro sobre él se giró hacia un lado. - Inclina la camilla, Lev.
El panorama a su alrededor fue cambiando, girando sobre él, acompañado por un ruido rítmico y en cierta forma reconfortante. Tardó un poco en darse cuenta de que era él quien se movía junto con la superficie a la que estaba atado por las muñecas, el pecho y los tobillos. Aun así, ese conocimiento parecía resistirse a permanecer en su cabeza. Le costaba pensar con claridad.
Con esfuerzo, logró enfocar la vista para ubicar por fin a las dos personas que habían hablado. La chica estaba frente a él, de pie. A su espalda, sentado a un escritorio sobre el que tenía estiradas las piernas, fumando una pipa, estaba el hombre que había hablado primero. Sus imágenes le eran familiares, eran los nombres los que no conseguía ubicar. Reparó entonces en los cables que le colgaban del cuerpo. No, no eran cables. Era tubos, pinchados en su piel. No sentía nada, sin embargo, por tenerlos ahí.
-Ni se te ocurra quitártelos. Si estás vivo es por ellos, y de milagro.
Quiso hablar, responder, preguntar, pero aunque abrió la boca, fue incapaz de vocalizar nada. Sólo pudo emitir un ruido rasposo que hizo que le doliera toda la garganta. Notaba la lengua acartonada, reseca.
-Con calma. - Escribió algo en un cuaderno que llevaba. - Suponiendo que te recuperes del todo, tardarás un tiempo en conseguirlo. - Suspiró dejando las notas en la mesa tras de ella. - Aún estás de resaca, por llamarlo de alguna forma, pero parece que los síntomas ya remiten. Bien.
La chica se aproximó de nuevo para examinarle de cerca, y luego se perdió a su espalda, pero sin dejar de hablar.
-No sé ahora mismo cuánto de lo que te diga vas a entender, pero con suerte estar en vertical ayudará a que se te despeje la cabeza. - Reapareció por el otro lado. - Nos costó dos días atraparte, y uno más traerte de vuelta aquí sin llamar la atención. Hizo falta suficiente sedante para tumbar a un rinoceronte, y por eso llevas casi otros dos aquí atado bajo estricta supervisión nuestra.
-Señorita, creo que no comprende. - El hombre intervino después de soltar una gran nube de humo de tabaco.
-Claro que si, ¿no ves cómo me sigue con la mirada? - Se volvió de nuevo hacia él, los ojos entornados. - Mira, ha asentido. - Un cierto aire de rencor cubrió sus palabras. - Eres un bastardo con suerte, ¿sabes? No tienes ni idea de lo que te ha pasado, ni de lo que me ha costado mantenerte vivo, Kass.
¿Ése era él? Esa voz llamándole así… ¿Helga? Sí, era el nombre de la chica. Lentamente, empezó a recordar, pero todo lo que le venían eran imágenes de bosques y luces rojas, olores desconocidos pero penetrantes, aullidos en la noche, o más bien gritos… huía de algo, o de alguien, pero no sabía de qué.
-Su nombre lo recuerda, ¿ves? Ha reaccionado al oírlo. - Retrocedió un poco sin dejar de mirarle y se sentó sobre la mesa. El hombre bajó los pies lentamente sin apartar tampoco la vista de él y tomó un fusil que estaba apoyado contra un mueble, sosteniéndolo con aire despreocupado. - Veamos qué más. ¿Recuerdas la cueva?
Algo irrumpió en su mente con esas palabras. Una pelea, rabia, furia, miedo, gritos. Dispare. Dispare.
-Perfecto. - La chica resopló. - Como te decía, hace tres días te capturamos y te llevamos de vuelta al pueblo. Siento si la jaula del tanque era demasiado incómoda. Ibas cubierto para no llamar la atención, descuida. Afortunadamente no despertaste hasta estar en el tren, hubiera sido complicado explicar a los lugareños que el monstruo que ellos creían muerto en el fondo del pozo no era el único. En el vagón de carga sólo iba Lev. Te va a quedar señal del dardo que te clavó entonces en el pecho, y apuesto a que desde esa distancia un disparo así tuvo que doler. - Torció el gesto. - Tengo que reconocer que al principio pensamos que estábamos persiguiendo a un hombre lobo de verdad, ¿sabes?. Algo a lo que no le afectaban ni las trampas galvánicas. Que tú y mi abuelo os habíais encontrado con él en la cueva y… Sólo cuando bajé hasta tí para atarte una cuerda y sacarte del pozo me di cuenta que no eras tú el que estaba muerto allá abajo. Joder, me quedé de piedra, Kass. Y todas aquellas cruces, de madera más que podrida, de latón, incluso una de oro… - Rio casi para sí misma. - No entendía nada, pero era evidente quién podría aclararme aquello, así que dejé allí a aquella cosa, porque de humano tenía poca pinta, y fui corriendo al pueblo. Tuve que esperar a que acabara la misa, pero luego poco menos que obligué al cura a abrirme los archivos de la iglesia y a hacerme de traductor. Todo por un buen donativo para la parroquia, por supuesto. - El gesto decía que aunque lo daba por bien empleado, no le hacía demasiada gracia. - Y mereció la pena, ya te digo que sí.
Se levantó de la mesa y empezó a darle vueltas de nuevo. Kassius notaba la cabeza más despejada e intentaba asimilar todo lo que Helga le contaba. Cuando ésta se paró, él la miró suplicante.
-¿Sabes qué hizo famosa a Kraslice hasta la baja Edad Media? Sus lobos. No los animales, sino sus guerreros. Fue de los últimos lugares de la región en abandonar los ritos paganos y abrazar el cristianismo, lo cual si te paras a pensarlo es normal: ¿qué misionero podía competir con una cueva donde los dioses otorgaban poder a los hombres a cambio del resto de sus vidas? - Levantó un dedo, teatralmente. - Pero con perseverancia, que de eso los hombres santos saben un rato, lo consiguieron. Hicieron tan bien su trabajo que hoy en día ya nadie se acuerda que antaño se arrojaban cruces al pozo en un intento de purificar el lugar, y como advertencia tácita para que nadie pasara más allá.
Un silencio tenso se adueñó de la estancia. Él quería preguntar, pero su cuello seguía sin responderle.
-Hay algo en esa cueva, pero no son los dioses de antes, y me juego lo que quieras a que es algún hongo o algo del estilo, que le hace esto a la gente. - Le señaló, pero Kassius no entendió a qué se refería. - Acelera la respiración y la circulación, aumenta la tolerancia al dolor, puede que incluso mejore la curación de heridas, pero a un alto precio. El cuerpo se consume a sí mismo. - Le señaló. - Esos tubos son básicamente para mantener un flujo constante de nutrientes en tu sangre. Tenía la esperanza de que lo que sea que te afectó, se eliminara o se agotara por sí mismo, si conseguías aguantar tanto, claro. Han durado hasta ahora, por lo visto. Incluso insconciente, todos tus músculos estaban en tensión, tenías que haber visto cómo caminabas cuando te pillamos, como si estuvieras a punto de saltar en cualquier momento. Los retiré esta mañana, pero te he tenido pinchadas las piernas con relajantes de caballo para que se soltaran. El misterio de las descargas quedó claro al ver las botas que llevabas, por cierto.
Aquello empezaba a tener sentido para él, o eso creía, pero planteaba una pregunta que prefería que permaneciera oculta en el fondo de su consciencia. Helga siguió hablando, y con gran alivio, Kassius pudo pensar nuevamente en el presente.
-Cuando volvimos al pueblo contando que el monstruo había caído en el pozo de la cueva, el cura se me acercó en privado y me dijo que había encontrado un documento más antiguo, donde uno de los primeros párrocos había detallado lo que entonces era conocido por todos. Aunque él no sabía cómo, decía que los hombres entraban cuerdos y salían de la cueva como en un trance, poseídos decía, por el demonio. Muchos no reconocían a sus familias y amigos y atacaban a todos por igual. - Él cerró los ojos e inspiró hondo. Cuando los abrió, Helga tenía la boca del fusil a un palmo de su cara y le miraba fijamente con intenciones bien claras. - Sólo te preguntaré esto una vez: ¿quién mató a mi abuelo, tú, o el otro?
Kassius boqueó una vez, dos veces, perdiendo la mirada, respirando agitadamente. Tartamudeó antes de lograr articular palabra, y sólo a cambio de un dolor lacerante en la garganta.
-Yo… yo… le pedí… - Intentó tragar saliva, pero le dolía demasiado.
-¿Qué? - Ella no había apartado el cañón ni un poco. Apretó la boca aún más. - ¿Qué le pediste?
-Dispare. - Aún creía verle. Su maestro. Su amigo. Qué asustado parecía. - Dispare.
Lev se incorporó de su silla y se colocó al lado de la chica.
-¿Que dispare a quién, muchacho? - No había comprensión en aquellas palabras del viejo cazador, sólo una determinación tan fría como el arma que le apuntaba. Sintió miedo, pero no a morir, sino a tener que reconocerse a sí mismo lo que había hecho. No quería hacerlo, no quería tener que vivir con algo así. El hombre volvió a insistir, marcando las palabras. - ¿A quién? - Kassius lo vió claro entonces. No tenía por qué soportarlo. Abrió mucho los ojos antes de responder.
-¡A mí! - Aquello acabó con su escasa capacidad de vocalizar, pero ya daba igual. Encaró el rifle con determinación, pidiendo silenciosamente que pusiera fin a todo. Dirigió una mirada a Helga, que ésta le devolvió. Asintió a la que había sido su amiga, dándole su permiso para que disparara.
Pero por más que esperó sin pestañear, su castigo y su liberación no llegaron. Contempló atónito e impotente cómo la chica bajaba el arma.
-No. No fuiste tú. - Le miró con tristeza. - Ojalá hubieras sido tú, al menos tendría de quién vengarme. - Una lágrima rodó por la mejilla de cada uno, rotos ambos por dentro. - Pero tampoco fue el lobo de Bohemia, aunque esa será la verdad que contaremos a todos. - Se volvió, dejando el rifle en la mesa, y llegó hasta la única puerta de la estancia, seguida por el rastreador. Pero desde el umbral, sin dejar de darle la espalda, la cazadora aún añadió algo antes de marcharse y dejarle a solas con el monstruo. - Vas a tener que vivir con ello, lobo de Dresde.
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