[...] La primera mención de que se tiene constancia referente a ella se encuentra en una copia parcial de la Geografía de Estrabón que se conserva en Gotinga. La ubicación por supuesto es prácticamente aleatoria, pero su descripción apenas deja lugar a dudas: una masa de tierra alargada, el doble de ancho que de largo, con un único pico en el centro de un característico tono blanco, despojado de vegetación como una montaña nevada. La naturaleza real de esta tierra en cambio no llegó a Europa hasta que los viajeros y comerciantes del siglo XIV trajeron de Arabia y la India relatos fantásticos sobre las maravillas de Oriente, popularizándose éstos con rapidez.
Aparentemente, todas las culturas de orillas del Índico, tanto en África como en Asia, cuentan con narraciones ancestrales en torno a una isla mágica que aparecía y desaparecía, a capricho de sus respectivas deidades. Coinciden habitualmente en su carácter sagrado, y en la totalidad de los casos, en su color. Los relatos de aquellos aventureros hablaban sobre “una Alba Terra que vaga incesantemente por el mar meridional”. Actualmente, además de ese nombre genérico en latín y sus variantes en diversos idiomas, se suelen emplear otros populares como la Perla de los Mares del Sur o la Isla de los Tres Emperadores.
Esta última designación le viene del peculiar incidente acaecido en 1689 cuando navíos pertenecientes a la Corona Ibérica y al Zar de Todas las Rusias emprendieron la competición por ser los primeros en reclamarla para sus respectivas naciones. Siguiendo cartas navales y rumores de avistamientos en los últimos años, ambas expediciones acabaron siguiendo una ruta convergente que provocó que desembarcaran en la isla de manera simultánea. El enfrentamiento no duró demasiado, ya que ambos contingentes se vieron sorprendidos por uno considerablemente mayor, enviado en su persecución por el rajá de Jaffna y Madrás, que se mostró naturalmente sorprendido al enterarse de que dos monarcas extranjeros pugnaban por el honor de haber descubierto un lugar que tradicionalmente y desde hacía siglos se asociaba con la realeza tamil.
Ambas potencias europeas desistieron rápidamente en sus intentos expansionistas, pero ciertamente los diplomáticos rusos fueron más hábiles, ya que solicitaron al rajá la constitución de una misión comercial y científica permanente en la isla, que supuso la primera población estable de la misma. A estos investigadores se les debe la determinación de la naturaleza de la isla como una gran masa flotante de la roca porosa que se conoce como piedra pómez. Sus dimensiones, 34 km de largo por 15 km de ancho, y con una altitud máxima sobre el nivel del agua en la cima del cono central de 626 m, dotan a Alba Terra de una estabilidad sobre el movimiento marítimo que hacen sencillo olvidar que cuando se está sobre ella, los pies no están sino sobre una gran balsa natural. Académicamente, las hipótesis sobre su origen son aún variadas, pero se sospecha que puede ser una escisión de un gran campo de pumita que el devenir geológico ha sumergido, eventualmente saliendo a flote por sí mismo, posiblemente hace milenios. Esto se ve apoyado por los restos de animales marinos y los depósitos de sedimentos que cubren parte de su extensión, y que constituyen el suelo sobre el que crece en ella la vegetación tropical característica del océano Índico.
A lo largo de todo el siglo XVIII, distintas potencias y empresas privadas lograron concesiones por parte de la monarquía tamil para crear asentamientos en la roca, pero no fue hasta 1796, tras más de cien años de presencia en ella, cuando se creó la Compañía Comercial de la Isla Errante como fusión de las distintas empresas extranjeras ubicadas en ella: compraron la isla al entonces rajá de Jaffna, que aunque había retenido la propiedad tácita de la misma, se hallaba en guerra con sus parientes continentales, por lo que se encontraba necesitado de fondos. Los representantes de la Compañía se declararon como estado independiente del control de sus respectivas metrópolis, y empezaron el proyecto por el que hoy goza de mayor fama.
La isla siempre había seguido un recorrido vagamente periódico y en forma de lemniscata, llevada por las dos corrientes circulares del Índico, la más pequeña delimitada por India y Arabia, y la meridional ubicada entre el ecuador, África, Madagascar, y la Tierra de Kerguelen al sur, donde se encuentran las ruinas de Lemuria. [Para detalles sobre esta ubicación, su descubridor, y el papel que tuvo la Isla Blanca, dispone de otros materiales de nuestra editorial] Con las actuaciones llevadas a cabo por la Compañía en la primera década del siglo XIX para la cartografía de la porción submarina de la roca gracias a un barco sumergible de fabricación Ibérica, se determinó la existencia de una hendidura longitudinal, posiblemente provocada por un choque con una cumbre bajo la superficie en algún punto de la vida de la isla. Rápidamente se aprovechó este hecho para iniciar un ambicioso proyecto por el que se instalaría un propulsor sumergido en la parte posterior de la misma, el mayor del mundo con gran diferencia. El diseño corrió a cargo de un equipo de ingenieros de las universidades de Calcuta, El Cabo y San Petersburgo.
Tras más de un lustro y descartarse distintas opciones, algunas por su coste, otras por las limitaciones técnicas y de fabricación de la época, en 1816 se inició la construcción de la que sería la primera instalación de potencia térmica, más adelante expandida y sustituida varias veces, y el primer juego de hélices direccionales en la popa de Alba Terra, las cuales tardaron siete años en estar operativas. Inicialmente servían para controlar en los momentos adecuados la orientación pero poco podían afectar a la rapidez. Desde la segunda ampliación se pudo dotar a la isla de una velocidad distinta a la que las olas le conferían, en 1847, a la vez que se mejoraba su pista de aterrizaje de dirigibles [...]
Extracto de la guía de viajes “Maravillas de los Mares del Sur”, de la editorial Marco Polo (Roma, 1889)
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