12 de agosto de 2017

Joyas ardientes

-Estoy convencida de que disfrutaría más de esto si tuviéramos un poco de silencio. ¿No puedes hacer que esa cosa se calle? - Áine exclamó desde lo alto del carromato, tendida como estaba encima de los bultos, cubierta con una gruesa manta hasta el cuello. Sobre ella, el cielo despejado de aquella noche de noviembre habría llenado de pavor a toda persona de menor coraje, pero no a la mayor de las hermanas Moorlough.

-¡La idea es precisamente esa! - La voz de Aislinn le llegó atenuada desde el interior del atestado interior del automotor que era todo lo que conservaban de su padre. - Pero antes necesito tenerlo encendido a ver si consigo ajustarlo.

-¿Pero quién va a querer comprarnos esa chatarra?

-Chatarra. Dícese de restos heterogéneos de metal, puede referirse tanto a despojos de fabricación como a piezas viejas o estropeadas.

Se oyó un golpe, una maldición, y finalmente algo hizo clic allá abajo. Áine se incorporó en su puesto de observación a la vez que Aislinn gritaba.

-¡Ya está! Ya verás como en el próximo instituto que visitemos nos lo quitan de las manos. ¿Un autómata Wilkins perfectamente funcional a mitad de precio?

-Precio. Dícese del valor asignado a…

El grito de rabia de Aislinn fue simultáneo a la risa incontrolada de su hermana y juntas eclipsaron la definición de la enciclopedia mecánica que habían encontrado defenestrada, nunca mejor dicho, en la acera de una cara escuela privada tres ciudades atrás. El conserje les había dicho que se lo podían llevar pensando que eran chatarreras, probablemente por el carromato motorizado con orugas que habían plantado ante la puerta, tan cargado de cacharros de segunda mano para vender como iba. Áine estuvo a punto de decirle unas cuantas palabras explicándole la diferencia entre unas buhoneras y unas recolectoras de basura, visiblemente ofendida, pero Aislinn fue más rápida y aceptó gustosamente aliviarles de la necesidad de llamar a alguien que viniera a recoger aquel trasto inservible. Sabía reconocer una oportunidad cuando la veía, y tenía una cierta experiencia con mecanismos como ése. Había estimado que sólo necesitaría un par de noches y una nueva carcasa para reemplazar a la abollada cubierta de aluminio al comprobar en el mismo lugar del crimen que los bancos de memoria y los relés de acceso a estos no habían sufrido daño. Agradeció su buena suerte a los revoltosos niños ricos que habían decidido comprobar si su nuevo profesor sabía volar. Al abrirlo había descubierto más daño del esperado, tanto por la caída como por la imaginación de los alumnos al introducir a presión unos cuántos lápices por una rendija lateral...

-¡Déjalo por hoy! Ya lo arreglarás otro día. Si sacamos por él la mitad de lo que dijimos, bien merece la pena un mes de trabajo. ¡Coge la manta y sube, que cada vez se ven más!

-¿Con el frío que tiene que hacer ahí fuera y quieres que salga a ver una lluvia de estrellas?

-Lluvia de estrellas. Fenómeno astronómico que consiste en la acumulación en un período corto de tiempo de gran cantidad de…

-¡Callate! - El autómata Wilkins aceptó el comando y no terminó la definición. Áine seguía riéndose de ella cuando se encaramó a lo alto del vehículo, que tenían aparcado a considerable distancia de las afueras del último pueblo que habían visitado, donde empezaba una turbera que ya nadie explotaba. No estaba segura de si seguían en Nova Eire o habían pasado ya a Nova Francia, los caminos allí no estaban bien rotulados, no digamos ya bien acondicionados para el tránsito de vehículos, pero por suerte el suyo era todoterreno. No había Luna en el cielo, pero no hacía falta. La más joven de las mellizas, si bien sólo por media hora, se acomodó al lado de su hermana y tuvo que reconocer que el espectáculo era impresionante. - Se ven más que ayer, ¿no?

-Muchas más, antes me he puesto y he contado más de cuarenta en un minuto.

Sobre ellas, el cielo resplandecía aleatoriamente con el paso de las estelas, algunas de ellas bien brillantes y marcando caminos de fuego que recorrían todo el cielo desde ese punto en Andrómeda desde el que parecían salir.

-No es normal. No suelen verse tantas - bajó la voz para no disparar el resorte sonoro de su desesperante némesis, que la aguardaba dentro del automotor - estrellas fugaces. ¿Te acuerdas de aquella que vimos de niñas?

-No sé si es normal, pero es hermoso. ¿Qué son exactamente? La abuela decía que eran joyas de los viejos dioses que caían a la Tierra.

-¿Le preguntamos al montón de chatarra? - Aislinn le dió un suave codazo a su hermana, que estaba tumbada a su lado y se arrebujó aún más bajo la manta.

-Ni se te ocurra. - Sonrió en la oscuridad y suspiró. - En el periódico decía que eran fragmentos de hierro. ¿Cómo va a caer hierro del cielo?

-Ni idea. Igual es otro tipo de hierro. - Aislinn solía ser más pragmática que su hermana. - Me pregunto qué se podría hacer con algo así.

Estaban ambas planteándose aquella cuestión cuando una de las estrellas atrajo su atención, silenciosa y resplandeciente en su descenso, mucho más que las demás. La siguieron con la mirada sin decir nada, levantándose para no perderla de vista y comprobando que iba cayendo por el lado derecho del carromato, aparentemente tan cerca como si pudieran tocarla... El estruendo seco de su impacto y la luz que despidió por un instante las sacó del momentáneo trance en que habían caído, sobresaltándolas, pero todavía tardaron unos segundos en reaccionar. La primera en hablar, por supuesto, fue Áine, y su reacción fue absolutamente predecible.

-¡Voy a ver cómo es ese hierro del cielo!

-¿Pero estás loca? - Su hermana ya había puesto pie en el suelo junto al camino. - ¿Vas a meterte de noche sola en una turbera? - Para entonces ya había abierto la puerta trasera del carro, y el autómata la escuchó a la perfección.

-Turbera. Terreno húmedo del que se extrae turba para distintos fines, principalmente fertilizante y combustible.

Áine se rió, espoleada por la emoción de encontrar una estrella fugaz, y buscó un par de raquetas de nieve de entre la mercancía amontonada en caja y paquetes. Agarró un par de candiles de los que sabía que tenían la batería cargada y se sentó en el borde de la puerta después de ponerse el abrigo más grueso que encontró.

-Áine, de verdad, no hagas esto. No es seguro. - Había preocupación en su voz. - Podrías caerte en alguna zanja, y el terreno es irregular en estos sitios…

-Tranquila, me llevo una de las linternas ambáricas, ¿vale? - Le sonrió mientras se terminaba de ajustar el calzado con el que esperaba no hundirse en el aquel barro espeso. - Tu súbete de nuevo al techo y coloca allí una luz para que vea el camino de vuelta, no tardo nada, juraría que no ha caído lejos de aquí. - Se levantó de un salto y empujó otra lámpara igual que la que iba a llevarse contra el pecho de su hermana. Antes de que esta pudiera decir nada, se perdió rápidamente en el barrizal, y lo único que la delataba bajo la lluvia de meteoros era el haz de luz de su foco portátil.

Aislinn se subió, sumisa o más bien resignada porque conocía a su compañera de viaje y socia de negocios desde que nació, a lo alto del automotor. Colocó la linterna apuntando a la turbera y se echó por encima la manta que había dejado allí al bajar. Luego se lo pensó mejor y cogió también la que había tenido su hermana mientras observaba el cielo. Intentó no perderla de vista, aunque pronto llegó al punto en que sólo veía luces remotas e intermitentes según se girara la aventurera. De vez en cuando una estrella fugaz más intensa que las otras atraía su atención involuntariamente, pero en general ignoraba el espectáculo, contando los minutos en su cabeza, y preguntándose si debía haber ido con ella y si estaría bien cuando dejaba de ver su luz durante demasiado tiempo. Áine era muy propensa a estas locuras, especialmente desde que su padre falleció. A su hermana le había afectado más, pensaba, pero lo exteriorizaba menos. Un nuevo vistazo del haz, seguido de otros más, le hicieron devolver su pensamiento al presente. Al poco estaba segura de que venía de vuelta. ¿Cuánto había estado ahí fuera? Un cuarto de hora, algo más si acaso. Tapó tres veces seguidas la luz a su lado, y desde el campo su melliza le respondió con el mismo código, queriendo decir que todo estaba bien. Aislinn respiró aliviada y bajó del automotor llevando aún encima ambas mantas. Unos minutos después volvían a estar juntas y pudo interrogarla con la mirada.

-No he encontrado el hierro, pero hay un agujero enorme más allá. - Señaló vagamente en la dirección de la que había venido. - Lo que sí he encontrado son estos. - Metió la mano en un bolsillo y sacó algo que Aislinn identificó como canicas sucias a primera vista. - Estaban esparcidos por todos lados, he visto docenas más que no he cogido, destacan mucho al iluminarlos.- Su hermana puso la mano ante la luz y ambas pudieron comprobar que aquellas cosas brillaban. Pero no eran redondas, más bien parecían cristales pequeños, irregulares y cubiertos de mugre.

-¿Qué son? Parecen trozos de vidrio.

-Vidrio. - Sólido formado después de calentar arena de sílice, puede ser coloreado o transparente.

Ambas se miraron por un momento y Aislinn se dirigió al autómata.

-¿Hay relación entre el vidrio y la turba? - Un cruce de términos sencillo como ese debía ser aceptado por la enciclopedia.

-No hay correlación en la base de datos entre ambos conceptos.

-¿Y hay relación entre el cristal y la turba? - Por si acaso constaba bajo otro nombre.

-No hay correlación en la base de datos entre ambos conceptos.

Áine se unió a la conversación con el profesor mecánico, intentando dar con la pregunta que les aclarara aquel misterio.

-¿Qué se puede encontrar en una turbera?

-Una turbera contiene turba, mayormente compuesta de carbono, como resultado de la descomposición de materia orgánica. Puede presentarse junto con otros tipos de carbón.

Miró otra vez a su hermana, pero ésta tenía la vista fija de nuevo en los cristalitos, que le había cogido para verlos más de cerca, así que lanzó una nueva cuestión a la máquina.

-¿Puede formarse cristal o vidrio en una turbera?

-No hay suficientes datos para una respuesta específica.

-¡Esto es inútil! - Áine echó los brazos al cielo y se alejó unos pasos rezongando. - Este trasto no va a decirnos nada que no sepamos ya.

Pero Aislinn no se dejó vencer por esa negativa, y llevándose un dedo enguantado a los labios, pensativa, intentó buscar la pregunta correcta. Todo se reducía a eso con las enciclopedias Wilkins, saber qué pedir para obtener la respuesta deseada. Aún sin levantar la vista de aquellas cosas que su hermana había traído, la mecánica autodidacta interrogó finalmente al autómata, con un tono de sospecha en su voz.

-¿Hay cristales hechos de carbono?

-Se ha teorizado que una gran presión y/o una gran temperatura puede hacer que el carbono cristalice, pero no ha podido comprobarse ni reproducirse en un laboratorio.

Aislinn se acercó rápidamente al escuchar aquello. Ya sabían qué pregunta hacer, y ambas se miraron con una mezcla de asombro, miedo y excitación.

-¿Cómo se llama a los cristales hechos de carbono?

Una única palabra bastó para que Áine saliera corriendo de vuelta hacia la turbera y Aislinn hacia la trasera del automotor de su padre en busca de otras raquetas para lanzarse también a la caza de...

-Diamantes.

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