1 de agosto de 2017

La mano mecánica

Capítulo 1 - La mano tendida

Después de diez minutos examinando en silencio los diagramas de todos los componentes, los esbozos del resultado final y las indicaciones manuscritas aquí y allá con una escritura difícil de entender, en ocasiones torcidas para aprovechar el espacio, el artesano levantó de nuevo la cabeza hacia su potencial cliente. La luz que daba la lámpara de gas anclada en la pared a su derecha se reflejaba en sus ojos, los cuales le miraban con una intensidad que poco faltaba para ser calificada de maniática. Aquel muchacho mal afeitado y con ojeras tampoco se había movido lo más mínimo mientras esperaba pacientemente su veredicto. Y antes de eso, según le habían dicho los aprendices, había pasado todo el día esperando en la puerta del local a que él regresara de su viaje al caer el sol. Aunque no lo reconocería nunca, esa insistencia le ponía algo nervioso. Inicialmente había pensado que estaba ante un loco, pero algo en la determinación con que le entregó la carpeta ahora abierta sobre el escritorio le hizo aceptarla. Ahora estaba más inclinado a no calificarlo de demente, pero seguía sin saber muy bien cómo tildarlo en su lugar.

-Joven, tiene usted una letra espantosa. - Fue lo primero que dijo para romper el silencio incómodo que pesaba en la pequeña estancia que separaba la calle de su taller, la cual no era más que un recibidor donde tratar con el público.

 -Podría ser peor, teniendo en cuenta que soy diestro, o más bien lo era. - Levantó el brazo derecho, que acababa en un puño de camisa abotonado sobre una almohadilla para ocultar lo que evidentemente era un muñón. El dueño del establecimiento se había fijado en ello antes incluso de entrar el chico por la puerta y al recibir los planos ya sospechaba lo que éstos mostraban. - He tenido que educar a la otra mano para que asuma la labor de su hermana perdida, y soy consciente de que el resultado es mediocre. En cualquier caso, con una no me basta. - Enarcó las cejas brevemente, pero continuó con mirada ansiosa. - Entonces, ¿qué me dice? ¿Podrá fabricar la pieza o no?

-Claro que puedo. - Llevaba más años que la mayoría de sus competidores en el gremio, casi cincuenta si no le fallaban su memoria y las cuentas, y podía y de hecho solía alardear, orgulloso, de que más de un aristócrata lucía alguna de sus creaciones. Ese pensamiento le hizo inmediatamente recordar que en esta ocasión no parecía encontrarse ante un buen pagador, al menos juzgando por su aspecto... Se pasó una mano por la canosa barba, mirando distraído hacia los planos. - Pero no saldrá barato.

-El dinero no será un problema. - Su visitante cerró los ojos por un momento, inspirando hondo, y se echó hacia atrás sobre el respaldo de la silla. Al artesano le pareció aún más cansado y desmejorado de lo que le había parecido al entrar a la tienda. - Me preocupa más saber que es posible construirla con las especificaciones que necesito, no soy experto ni de lejos en prótesis mecánicas y me he guiado más por intuición que por otra cosa para…

-Tendré que cambiar el esquema de conexión a los nervios, la cosa no es tan sencilla como se suele creer la gente, y veo que se ha basado usted en un tratado bastante antiguo, ya no se emplean esas ligaduras. - Interrumpió al joven antes de que empezara a dispersarse porque había un punto que le picaba la curiosidad por encima de todo lo demás. - Pero acláreme, ¿de dónde ha sacado ese... diseño para obtener la electricidad? No acabo de entenderlo pero estoy seguro de que es la primera vez que veo algo semejante.

-Es propio. - El hombre no pudo evitar un gesto sorpresa, que provocó un breve esbozo de deleite en el rostro del cliente, que se volvió a echar sobre la mesa antes de proseguir. - No me parecía muy operativo tener que llevar siempre encima baterías de repuesto para los accionadores de los músculos galvánicos, así que he dedicado los últimos meses a desarrollar un filtro catalítico de glucosa. Prácticamente casi un año, de hecho. - El asombro en el rostro de oso del dueño del taller hizo que repitiera aquello. - Básicamente extrae azúcar de la sangre y genera una microcorriente eléctrica a partir de él. Requiere recambios de vez en cuando, por supuesto, pero éstos son mucho más ligeros, y más baratos y fáciles de fabricar y conseguir que un acumulador voltastático común.

-Paténtelo y se hará rico. - Es lo único que consiguió decir. La cabeza casi le daba vueltas. Eso podía ser toda una revolución en el gremio si...

-Ya lo he hecho. - Una sonrisa lobuna marcó su rostro, y por un momento sus ojos recuperaron aquella intensidad brillante de antes. - ¿Le interesaría explotarla en exclusiva?

Antes de ser enteramente consciente de que lo estaba haciendo y sin mediar palabra, se levantó bruscamente de su silla con los ojos como platos y extendió la mano derecha por encima de la mesa a la que ambos estaban sentados. Tenía que atrapar aquella oportunidad antes de que pasara de largo, incluso aunque a él no le quedaban muchos años en activo, sus hijos seguro que se harían de oro. El otro le miró con cara de circunstancia levantando ligeramente en brazo tullido, así que murmurando una disculpa por la falta de tacto cambió el brazo que presentaba.

-¡Por supuesto! - Sólo entonces abrió la boca, mientras con aquel apretón sellaban el trato como caballeros, excitado por las perspectivas. - Entiendo que tendrá sus condiciones, pero seguro que podemos llegar a un acuerdo en el que ambos… - Dejó la frase en el aire, no queriendo adelantarse demasiado, tanteando al inventor.

-Claro, claro. - El joven se levantó y el artesano le siguió, prolongando ambos el gesto un poco más. El cliente sonrió mientras repetía sus palabras - Podrá explotar la patente del catalizador en solitario si a cambio me construye esa mano sin coste alguno para mí. - Aquí nuevamente le pilló por sorpresa, y no pudo lamentar suficiente que su cara dejara traslucir de nuevo su asombro, porque el otro se apresuró a añadir como si se le acabara de ocurrir en el momento - Y un porcentaje que podemos discutir más relajadamente delante de una cena como está mandado, ¿le parece bien? - La sonrisa se amplió más, recuperando aquel aspecto de lobo. - No he comido apenas en dos días por terminar el diseño cuanto antes y estoy famélico.

Capítulo 2 - La mano de madera

El primero en salir a la calle fue el joven, seguido al momento por el artesano. Era noche cerrada pero en el centro de la ciudad las luces de gas de las farolas y las linternas de aceite de los numerosos carruajes y ocasionales automotores que pasaban por la calzada convertían la escena en una continua danza de sombras que saltaban y se movían sin parar. Vio como el otro levantaba su mutilado brazo derecho mientras miraba más allá de la esquina de la manzana, en dirección al río. No pasó mucho tiempo hasta que uno de aquellos engendros a vapor se paró ante ellos y el conductor se bajó para saludarles. Con el muchacho sólo intercambió un breve asentimiento con la cabeza y a continuación se volvió hacia el dueño del taller. Éste no alcanzaba a distinguir bien su rostro al estar de espaldas a las farolas, pero al ver la mano que le tendía y oír su voz supo que estaba ante un autómata.

-Buenas noches, señor. Por favor, permítame ser su cochero. - La voz articulada desde una caja de música sonaba natural si se obviaban las ínfimas pero constantes pausas entre sus palabras. Tendió con un movimiento suave una mano de cuero y madera bajo cuyo aspecto se adivinaba una fuerza superior a la de cualquier persona. Devolverle el gesto le supuso un instante de pánico de pensar que algún resorte fallara y aquella máquina de apariencia humana le machacara sin piedad ni remordimiento, pero nada de esto ocurrió; el autómata respondió con una suave presión y una inclinación del torso en señal de respeto.

-Se nota que es de buena factura. - No respondió a la máquina sino a su dueño, porque se negaba a darles el mismo trato que a las personas de carne y hueso, pero se vió obligado a reconocer su calidad. - Juraría que es uno de esos que hacen en los Alpes Franceses. ¿Lo utiliza sólo de chofer?

-En absoluto, en absoluto. Es mi asistente personal, y tiene razón en lo que ha dicho, se nota que es usted un conocedor del mercado. Su anterior dueño, mi maestro, lo tenía como mayordomo. Yo en cambio he ampliado su utilidad original, previa solicitud a fábrica de unas manos más sofisticadas y sensibles, claro. Las recibí por correo aéreo el mes pasado.

-Mis manos pertenecen al nuevo modelo V-M830a. - El ente mecánico intervino por propia voluntad en la conversación, algo bastante poco común en las máquinas de su género, que solían ser mayormente reactivas salvo casos muy concretos, pensó el artesano. - Han sido diseñadas con una finalidad multi-propósito que…

-Es suficiente, gracias. - El joven sonrió y colocó su mano sobre el hombro del cochero. - Vamos a ir a cenar al sitio de siempre, ¿nos llevas?

-Por supuesto, amo. - Se volvió y abrió la puerta de atrás para que pasaran al interior, y tras esperar pacientemente se volvió a sentar al volante.

Se pusieron en marcha con un zumbido bajo procedente de la caldera de gas de roca comprimido, de la cual sacaba su potencia el automotor. En la noche fresca, el vehículo dejaba tras de sí un rastro de humo blanquecino que se confundía rápidamente con la neblina que surgía del río cada anochecer en esa época del año. Pasaron el trayecto en silencio, el artesano pendiente de la conducción a cargo de un autómata, que no le inspiraba demasiada confianza, y su futuro socio perdido en sus propios pensamientos. En cualquier caso, no pasó mucho antes de que se detuviera de nuevo y el conductor se bajara para abrirles la puerta del lado de la acera. Estaban ante un local bien iluminado con un chaval de uniforme en la puerta que se apresuró hasta el coche.

-No hace falta que lo aparques, ya se encarga nuestro chófer. Luego nos acompañará, asegúrate de que pueda pasar por la entrada de servicio, por favor. - El chico asintió con rapidez, atento a las palabras del joven con una mano. - Avisa en cocina, vamos a querer cerveza bien fría y un cochinillo bien tierno. En un apartado al fondo, con chimenea propia, gracias. - Miró a su acompañante para comprobar que estaba conforme con la elección, luego al autómata para cerciorarse de que le había oído bien y pasaron sin más al interior.

No pasó mucho antes de que apareciera la dueña del establecimiento, una mujer de mediana edad con un vestido impecable que saludó cortésmente a ambos y dedicó una sonrisa con guiño al joven. Marcó varios botones en un panel lateral de caoba y nácar y les pidió a ambos que la acompañaran hasta un apartado al final del local. Cerró la puerta al marcharse tras asegurarse de que la estancia estaba a su gusto. Se sentaron a una mesa ancha de madera de roble que aún no tenía nada encima.

-Joven - intervino el artesano - hay algo que no le he pedido antes en el taller pero que debería examinar antes de empezar ningún trabajo.

-La herida, ¿no? - Asintió, no esperando a la respuesta para empezar a desabrocharse la manga derecha.

-En efecto. Aunque en la fabricación de las piezas intervienen varios de mis empleados, entre ellos mis hijos, la operación quirúrgica la realizaremos mi hija y yo, que somos los cirujanos.

-Me parece bien. Pero déjeme avisarle - levantó la mirada por un momento para fijarla en él, a la vez que retiraba la almohadilla y la dejaba a un lado en la mesa - se trata de algo inusual.

Y tanto que lo era. Nuevamente aquel muchacho le sorprendía en un campo donde se había creído experto. Se acercó con cuidado al final del brazo que su cliente le ofrecía, pero no se atrevió a tocarlo. Nunca antes había visto una herida como aquella. El corte era limpio y lo que había quedado atrás estaba perfectamente cauterizado, como si se hubiera realizado con una herramienta al rojo vivo de un único tajo. Notó un escalofrío recorrerle la espalda de pensar lo que debía haber supuesto para él. Y por si aquello no fuera suficiente…

-Sí, las marcas. - Una red de líneas negras quebradas, como si estuvieran tatuadas sobre el brazo pero con relieve, acababan abruptamente en el muñón. Habían continuado por la mano, indudablemente. - Si revisa los diseños creo que ahora entenderá mejor parte de las indicaciones para el anclaje.

-¿Pero cómo se ha hecho eso? Parecen… implantadas bajo la piel. - No sabía si esa impresión era cierta, sin embargo.

-Es una historia larga… - En ese momento se abrió la puerta y entró el autómata llevando un par de grandes jarras de cerveza. El joven cogió una de ellas en cuanto éste las depositó con cuidado sobre la mesa - así que creo que lo mejor sería ir empezando.

Capítulo 3 - La mano del demente

Mientras el autómata tomaba sitio algo más allá, cerca de la chimenea pero sin perderles de vista, su dueño tomó un primer trago de la jarra de cerveza. Su acompañante hizo lo mismo, aunque el suyo no fue tan largo.

-La verdad es que no sé por dónde empezar. Supongo que por el principio, que es lo habitual, pero eso hará que tarde mucho en llegar a la parte interesante. - Se mordió el labio inferior por un momento, luego continuó, inspirando hondo. - Bien. ¿Qué me diría si le cuento que hace cuatro años estaba internado en un sanatorio para enfermos mentales?

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Por algún motivo, aquella mañana no sentía la cabeza tan embotada como de costumbre. Cuando despertó en el camastro entre aquellas cuatro paredes acolchadas que ahora conocía como la palma de su mano, la luz del sol entraba con fuerza por los altos ventanucos por los que sólo veía, ocasionalmente, el cielo, ya que a menudo los cerraban desde la consola del celador del pasillo por indicación del doctor. Según éste, demasiada luz podía excitar a los internos y volverlos más agresivos. Pero él no estaba allí por haber hecho daño a nadie.

Decían que estaba loco, y que gracias a eso se había librado de ir a la cárcel por haber irrumpido en el sótano del Instituto de Investigación y Progreso y destruido material raro y valiosísimo. Pero en los momentos en los que las drogas que le administraban constantemente dejaban de hacer efecto, como en aquél en concreto, el chico era plenamente consciente de que lo único que estaba desquiciando su cordura era estar allí encerrado.

Su caso se había convertido en objeto de todas las conversaciones en el Instituto, tanto entre los estudiantes como entre el profesorado. También había atraído naturalmente la atención de unos pocos psiquiatras, que habían venido de otras ciudades para examinar a tan peculiar paciente

Primero, nadie había conseguido explicar cómo había burlado las cerraduras de resorte presurizado del almacén. Esto, que era de dominio público, hizo que muchos lo consideraran un genio del delito por ello. Segundo, nadie entendía cómo alguien que había conseguido introducirse en tan protegido espacio había podido luego ser a la vez tan torpe como para hacer estallar en mil pedazos una reliquia de cristal que hizo un ruido tan espantoso que atrajo a todos los guardias nocturnos de la institución y a varios de los serenos de la zona. Sólo los académicos y profesores del Instituto conocían este dato aunque casi ninguno sabía exactamente de qué se trataba por ser material confidencial, pero todos ellos le tildaban de perturbado con ánimos de destrucción. Finalmente, estaba aquella extraña mutilación que presentaba, pues su brazo derecho acababa abrupta y limpiamente en un muñón cauterizado, en el cual desembocaban unos peculiares tatuajes. Nadie en el Consejo Rector ni entre los médicos que le examinaron supo darle explicación a esto último, aunque todos ellos tenían sus conjeturas, naturalmente.

El vándalo había sido llevado inconsciente ante la guardia de la ciudad para ser juzgado más adelante, pero sus desvaríos llegaron mucho antes de iniciarse el proceso. Afirmaba no saber cómo había llegado al sótano. Se mostraba espantado por la ausencia de su propia mano, a pesar de que a todas luces era una herida en absoluto reciente. En confidencias al doctor que le examinaba, relató que antes de ser encontrado se hallaba en unas ruinas perdidas en el norte de África, bien adentro del Gran Desierto, al que él denominaba Sáhara, un nombre sólo usado por los nativos, como confirmó amablemente un profesor de etnografía comparada de la Escuela Independiente de Alta Enseñanza. Aquello fue suficiente para que el especialista determinara que el mejor cauce de acción era internarlo para que no supusiera un daño para sí mismo o para otras personas, y así se hizo. Una vez en el centro sus declaraciones dejaron de importar, y cuando su insistencia se intuyó que empezaba a tornarse agresiva, se le empezó a medicar para paliar este hecho. El resultado después de unos pocos meses era un joven demacrado, apático y al que sólo de vez en cuando se le afeitaba y cortaba el pelo, por lo que sus ojos perdidos por los narcóticos y su aspecto macilento le daban un aire de auténtico orate.

Así se encontraba, aunque parcialmente despejado y más coherente, cuando la puerta se abrió y bajo el marco apareció uno de aquellos celadores enormes y forzudos. Sin mediar palabra pasó con una silla de madera, que colocó a un lado de la entrada. Tras él accedió a la habitación una persona desconocida para el recluso, un hombre de edad avanzada. No particularmente alto pero sí elegantemente vestido, abrigo largo, bufanda negra, alto sombrero de copa, gafas de cristales ajustables y una barba acabada en doble punta. Su mirada era severa, como si se encontrara ante un nieto travieso que había cometido una fechoría grave. Sólo hizo un asentimiento al encargado y éste salió, dejando la puerta cerrada al hacerlo. El preso tenía la cabeza lo suficientemente lúcida para reconocer la temeridad de esa acción; aunque él no iba a hacer daño al visitante, ¿cómo podía éste estar tranquilo en compañía de un demente? El viejo se sentó sin quitarle ojo de encima.

-¿Por qué rompió usted el Espejo del Tassili? - Su voz le sorprendió menos que la pregunta formulada.

-¿Qué? - El espejo… - ¿De qué está hablando? ¿Se refiere a…?

-Grande. Antiguo. Con un marco de piedra lleno de inscripciones labradas. Costó mucho traerlo hasta aquí, y aún más encontrarlo. - Aquello era un asunto personal, parecía querer decir. Entornó los ojos y apretó los dientes al seguir hablando. - ¿Cómo llegó usted ante él, y para qué?

Ahora ya sabía de qué estaba hablando, y la única reacción que le salió de dentro fue echarse a reír a carcajadas. Eso sobresaltó al anciano, pero al instante su enfado volvió.

-¿Qué es lo gracioso de lo que hizo? ¡Exijo una respuesta! He conseguido que le dejen de sedar para obtener una explicación, y no pienso irme sin ella. - Sus ojos ahora muy abiertos le miraban airados. ¿Quién era el que iba a agredir a quién allí?, pensó el joven. - Pasé meses esperando hasta que la maldita burocracia me permitió acceder a él, y llega usted y lo destruye la noche antes de poder examinarlo. - Le señaló con un dedo acusador. - ¿Con qué derecho?

El chico se serenó después de la risa y consiguió centrarse de nuevo en su interlocutor.

-Con ninguno. - El loco levantó el muñón y se lo miró con atención unos segundos, durante los cuales su acusador no volvió a abrir la boca. - No tenía derecho a romper ese artefacto, lo reconozco, y de hecho no fue intencionado, pero puedo explicarle cómo llegué a donde me encontraron.

-Espero ansioso. - El hombre temblaba, aunque el muchacho ya no estaba seguro si era de rabia o de simple excitación. Entonces cayó en la cuenta.

-Usted ya lo sospecha y quiere que yo se lo confirme, ¿verdad? - Bajo lo que apenas podía llamarse barba dada su juventud, sonrió amargamente. - Pues bien, por si no lo ha leído ya en los informes de esos médicos que nunca me han creído, se lo diré. Vine a través de él.

Capítulo 4 - La mano tatuada

Un silencio prolongado cayó en la habitación acolchada.

-¿No le sorprende? - El joven miró inquisitivo al anciano y luego asintió - No, claro que no. Pero lo que no sabe es de dónde vine, ¿verdad?

-Si fuera usted tan amable…

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-¿A qué estás esperando, maldito vago? ¡Te pago para que muevas el equipamiento rápidamente, no para que estés holgazaneando por ahí!

El chico salió corriendo de debajo de la tienda de campaña, consistente en cuatro palos bien clavados en la arena y atirantados hacia fuera, sobre los que se extendía una lona gruesa que apantallaba el demoníaco sol del desierto. Cuando se enroló en la expedición no esperaba que la peor parte fuera aquel aristócrata insoportable que no consentía en pisar fuera de la sombra por miedo a ponerse un poco menos pálido. Él llevaba toda la mañana desde que habían llegado en los tres globos descargando cajas y más cajas en el ambiente difícilmente respirable del Sáhara Central, seco y abrasador, y apenas se había parado a descansar un momento a la sombra. Cómo echaba de menos ahora el invierno que había dejado atrás en su tierra.

-No seas tan duro con él, padre. - La dulce voz de la muchacha vibró en el aire en calma. El chico sonrió tontamente, de espaldas a ambos, mientras se aprestaba a retomar el trabajo. Los otros miembros de la misión tampoco eran especialmente corteses con él, pero ella en cambio… - Trabaja lo mejor que puede. - A sus oídos, aquello sonó como un cumplido.

Su maestro en el taller mecánico no pudo entender su repentina marcha rumbo a África ahora que por fin había alcanzado el grado de oficial, pero claro, él no había mirado bien a esa preciosidad, distante pero grácil, y con esos ojos... Abandonó casi sin pensarlo a su familia y su trabajo original en su ciudad natal cuando ella y su padre habían aparecido para cerrar la compra de la perforadora que habían encargado. Se ofreció voluntario ante el noble para tratar con la maquinaria o cualquier otra cosa que le fuera de utilidad en su viaje, y éste, en parte empujado por un comentario favorable de su hija, había accedido. Esa fue la parte más maravillosa de todo para el chico. Ahora que tras varios meses haciendo escalas ya habían llegado a su destino, un macizo rocoso rodeado de arena por todas partes, ella seguía siendo la luz que le empujaba a esforzarse, ansioso por recibir cualquiera de sus comedidas sonrisas.

Habían terminado el montaje del campamento cuando el experto en arqueología que les había acompañado terminó su exploración de las cuevas, emergiendo al exterior con una mirada exultante. Había encontrado rápidamente la pared que buscaba, la que según las narraciones ocultaba una parte de la cueva aún sin explorar. Los guías nómadas de la zona aseguraban que el viento aullaba detrás de la piedra, lo cual indicaba que había algo allá, una cavidad secreta. El chico no había empezado a comer aún cuando aquel hombre menudo, un personaje sin barbilla y de mirada acuosa, poco menos que le sacó a rastras de la sombra para indicarle dónde debía empezar a montar el taladro mecánico de inmediato. El joven se volvió brevemente buscando una frase de la chica que le librara de tener que regresar tan pronto al trabajo, pero el gesto sutil que ella le dedicó le hizo olvidarse de su renuencia al momento. Antes de que cayera la tarde la máquina estaba en marcha en el lugar de la cueva que el erudito le indicó, y él la puso en marcha al instante, apremiado por el mecenas de la expedición.

Al rato obtuvieron su premio, ya que llegaron al otro lado del muro de roca, pero antes de haber logrado abrir un agujero significativo ésta quedó encallada con un gemido prolongado y casi doloroso al oído. Todos los presentes se pusieron a gritar y el muchacho salió corriendo en dirección a la máquina para lograr detenerla antes de que algo se estropeara en ella sin remedio. Afortunadamente consiguió pararla, pero como pudo comprobar, la punta de perforación había sufrido daños y tendría que cambiarla por una de repuesto. Informó a los demás de que esto le llevaría un rato y que por tanto podían abandonar la cueva si querían mientras tanto. Eso le dio la paz que tanto necesitaba y pudo trabajar sin tener la insistencia del arqueólogo o los comentarios despectivos del noble encima constantemente.

En menos de lo que esperaba tuvo el cambio hecho, y animado por la rapidez puso la máquina en marcha sin acordarse de llamar a nadie antes. La perforadora terminó diligentemente su labor y abrió un agujero suficientemente grande como para que una persona adulta pasara al otro lado agachada. Dedujo que el ruido atraería pronto al resto así que decidió darse el gusto de ser el primero en penetrar, como compensación por el mal trato recibido, así que agarró una de las linternas que alumbraban el punto de excavación y pasó al otro lado.

El humo producido por el motor de la excavadora y las rocas al romperse y caer se resistía a dispersarse, así que accedió con cautela, alejándose de la apertura e iluminando a ambos lados, barriendo la estancia con el haz amarillento. En uno de estos movimientos, un reflejo tenue captó su atención, así que se encaminó en esa dirección. Unos pocos pasos le llevaron ante un objeto grande y liso, algo que recordaba a un cuadro con un ancho marco de piedra labrada, apoyado vertical contra el muro que tenía detrás. La superficie central era lisa, pero estaba cubierta por una capa de polvo bien gruesa…

-¿Chico? ¿Cómo se te ha ocurrido pasar antes que el señor? - La voz del arqueólogo sonó indignada a su espalda.

-¡Detente donde estás ahora mismo! - El noble habló también, pero él ya estaba moviendo la mano hacia el objeto en un intento de quitar parte de la pátina superficial para ver qué ocultaba ésta. Irritado por las maneras del hombre, decidió ignorarle deliberadamente un poco más, como si no existiera y en ese momento y ese lugar sólo estuviera él. Pero en el mismo instante de posar su palma para limpiar la suciedad, algo que pareció una fuerte descarga le hizo salir despedido hacia atrás como si le hubieran empujado.

Cayó golpeándose la espalda contra el suelo irregular y quedando sin aire, pero por suerte no chocó con la cabeza. Su primer gesto al lograr inspirar de nuevo fue examinarse la mano derecha, temiendo verla carbonizada como si se la hubiera quemado o le hubiera atravesado una sacudida eléctrica. Lo que vio a la luz de las linternas con que los otros, asustados y asombrados por lo sucedido, le enfocaban en silencio desde donde estaban fue un patrón de líneas surcando ésta como un tatuaje, pero uno que iba suavemente cambiando de color, oscureciéndose gradualmente desde un gris brillante, como un hierro que pasa del blanco al rojo antes de enfriarse definitivamente, hasta que las marcas se tornaron negras al completo.

Luego sintió un fuerte mareo y perdió el conocimiento.

Capítulo 5 - La mano perdida

Cuando despertó todavía estaba dentro de la cueva, pero le habían sacado de alguna forma, probablemente a rastras, de la cavidad recién descubierta. Tardó un momento en recordar lo sucedido, pero todo regresó a su memoria en cuanto se miró la mano. Las marcas seguían allí, ahora completamente apagadas. Partían de su antebrazo, apareciendo gradualmente y haciéndose más gruesas y nítidas hasta acabar en círculos huecos en las yemas de sus dedos, siguiendo recorridos tortuosos pero sin cruzarse nunca. Mientras miraba maravillado y asustado el tatuaje a la luz de la linterna y apreciaba que parecía tener incluso algo de relieve al tocarlo con su otra mano, se vio sobresaltado por las palabras de aquel ángel.

-Eres un necio, chico. - Esa voz tan dulce hacía que incluso un improperio pareciera una caricia, pero una que hacía daño. - ¿Por qué lo hiciste?

Dolido, no supo responder al momento, pero la aristócrata esperó pacientemente su réplica, sentada más allá en un saliente de la roca. Miró hacia la salida y comprobó que era noche cerrada en el exterior. Luego devolvió su atención a ella y trató de hablar.

-Era como si esa… cosa me llamara. - ¿Había sido así? No podía estar seguro. Algo en el fondo de su cabeza parecía estar llamándole en ese momento, pero quizá sólo fuera el aturdimiento.

-Mi padre está más enfadado contigo de lo que puedas imaginar. - Él apretó los ojos y la boca, inquieto porque le hubiera forzado a acordarse del señor. - Han estado inspeccionando el espejo de roca toda la tarde, pero no ha vuelto a hacerle lo mismo a nadie más. - Le miró con un gesto extraño. - No sé qué va a decidir él respecto a tí, pero… - se puso en pie con gesto altanero - te lo tendrás merecido. - Le dio la espalda y salió de la cueva llevándose la linterna, sin volver la vista atrás.

El chico la miró sorprendido y herido mientras se alejaba, incapaz de comprender a qué se debía ese repentino desdén. Él no había pretendido… Pero ahora ya daba igual. El noble se desharía de él, le abandonaría en el desierto, o peor aún, quizá incluso le matara presa de un ataque de ira. Por su comportamiento a lo largo del día, casi estaba seguro de que eso es lo que iba a pasarle. Y el comentario de la muchacha no hizo sino reafirmarle en esta suposición.

Le daba igual. Había tenido un momento especial ahí dentro, al tocar esa cosa. ¿Ella lo había llamado espejo? Y si es que mañana iba a ser su último día, no pensaba desaprovechar la noche. Tenía que ver otra vez aquello. Empezó a pensar que realmente le estaba llamando, y trabajosamente porque estaba dolorido por estar tumbado en el suelo de roca durante tanto tiempo, se puso en pie y se adentró en la cueva, guiado por la luz que salía de ella de la sala escondida. Dentro habían dejado instalada una mesa con papeles donde el arqueólogo había estado haciendo bocetos y tratando de copiar el diseño del artefacto. Una luz de aceite iluminaba permanentemente el objeto, y fue entonces cuando comprendió por qué ella lo había denominado espejo. Habían quitado el polvo y bajo él había aparecido una superficie negra y pulida que reflejaba la luz, pero lo hacía como ningún material que hubiera visto antes, como si se quedara con parte de la claridad y la guardara para sí. Parecía más vivo de lo que en su cabeza se había imaginado y el marco incluso aparentaba brillar suavemente, aunque quizá eran imaginaciones suyas.

Se acercó cautelosamente, sintiendo a la vez temor de recibir una nueva descarga y esa atracción indescriptible hacia él. Como si fuera una persona.

-Me has asustado antes. - Se dirigía al espejo. - Pero ya estoy bien. - Se miró la mano. - Me pregunto qué es esto que has puesto sobre mi piel. - Casi esperaba que le respondiera, pero no fue la piedra oscura quien habló.

-¿Muchacho? - La voz sonó lejos, como si el señor estuviera entrando a la cueva principal.

-Él otra vez. Cuando me encuentre me llevará lejos, puede que incluso me mate. Y no te volveré a ver. - Aproximó la mano, dejándola quieta muy cerca pero sin tocar el espejo. - Este mundo es injusto. - Su palma recorrió el centímetro final y entonces nuevamente pasó algo inesperado; pero en lugar de salir despedido, esta vez el marco del espejo brilló sin duda alguna y él cayó hacia delante al no encontrar el apoyo esperado. Antes de darse cuenta estaba de pie en un lugar oscuro como si hubiera atravesado aquella cosa, y se volvió rápidamente para mirar a su espalda. Estaba ante el espejo, pero éste… ¿no era el mismo? Al mirar a través de él vió el rostro airado del señor mirándole desde sólo unos pasos de distancia. Con una lentitud aterradora contempló cómo éste levantaba una pistola e instintivamente levantó la mano desde donde estaba para protegerse. Al hacerlo ésta volvió a atravesar el espejo y todo pasó muy rápido. El tatuaje se tornó blanco nuevamente, el marco en su lado empezó a despedir luz propia y temblar visiblemente, y entonces, sin más aviso, la superficie del espejo se partió en mil pedazos y él salió nuevamente despedido hacia atrás. A diferencia de antes, ahora sí golpeó el suelo con la cabeza y todo se volvió negro. Mientras estaba inconsciente las líneas de su brazo se apagaron, acabadas en un corte limpio donde antes había estado su mano derecha.

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En el tiempo que había durado el relato, el anciano se había mantenido en silencio y el sol había subido bastante en el cielo, arrojando su luz ahora sobre el suelo en lugar de contra la pared opuesta al ventanuco. Lo primero que éste pronunció fue una pregunta.

-¿Por qué llamas Sáhara al Gran Desierto? El sitio que has descrito es innegablemente el Tassili, pero ese otro nombre es uno que sólo utilizan los beduinos.

-Porque es el nombre que tiene, cualquier atlas se lo dirá. - El chico le miraba desconcertado.

-No. Y tampoco ha habido ninguna expedición reciente a ese lugar, me habría enterado. Por descontado, el espejo no está ya allí, sino que fue traído hasta Europa hace un tiempo. - Sacudía la cabeza, y suspirando cerró los ojos con fuerza brevemente.

-¿Entonces no me cree, no?

-No, sí que te creo.

-¿En serio? - El chico no entendía nada.

-Sí, lo que pasa es que no eres consciente aún de lo sucedido.

-Claro que sí. Ese espejo me trajo de ese desierto en África de vuelta a la civilización. Lejos de ese hombre y su hija… A casa.

-Chico, ésta no es tu casa. Ni siquiera es tu mundo. - Sacó una carpetilla de su abrigo y la abrió con parsimonia mientras el joven abría la boca lentamente, empezando a entender por fin. Tomó un papel y una pluma y se los pasó. - No tengo ya el espejo, así que me gustaría tu colaboración para aprender todo lo posible sobre lo que había al otro lado. Firma esto, es una declaración con la que pienso sacarte de aquí.

No tuvo que pedírselo dos veces.

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El artesano le miró con la misma atención que le había dedicado durante todo el rato que llevaban allí. No habían tocado aún el cochinillo que había aparecido en la mesa durante el relato, traído por la dueña del establecimiento. Por dentro se lamentó de haber dejado que se enfriara algo, pero no quería parecer descortés con su futuro socio.

-Ese caballero se convirtió en mi maestro, y pronto me demostró que efectivamente éste no era mi mundo. La historia, los imperios y países, y por encima de todo, la inventiva de la gente. ¿Autómatas sirvientes? ¿Manos artificiales? ¿Automotores como los que hay aquí? Ni remotamente allá donde yo crecí. - No pudo seguir ignorando la mirada entre suspicaz y divertida del hombre. - ¿Le parece demasiado inverosímil?

Suspiró intentando medir bien sus palabras, ya que el joven había parecido sincero, aunque su historia...

-Entiendo que no es algo que cuente muy a menudo, ¿cierto? - El otro asintió dándole la razón. - Así pues, mi deber es creerle y honrar su confianza, así que no la pondré en tela de juicio. Además, ha sido una buena forma de pasar el rato después de un día agotador.

-¿Sólo eso? - El joven se mostró decepcionado.

-¿Le parece poco? - El artesano sonrió bajo la barba de oso y señaló al puño que el otro estaba volviendo a abotonar. - Pero supongamos que efectivamente le creo, así que respóndame a algo. ¿Qué significan esas marcas? ¿Por qué tienen ese patrón y no otro? - Al otro lado de la mesa, el muchacho apretó la boca y por un momento el artesano pensó que había encontrado el punto débil de la historia. 
El otro se tomó su tiempo para responderle, eludiendo su mirada y mordiéndose el labio.

-No estoy seguro, pero sé que son importantes. ¿Ha visto las páginas donde las reproduzco?

-Sí, inicialmente pensé que era alguna decoración rebuscada, he tenido encargos bastante extravagantes... Pero entiendo por su historia si sólo las vió durante unos momentos hace… ¿cuatro años?, entonces son inventadas o aproximadas, ¿no?

No se sentía en paz con lo que iba a decir.

-¿Recuerda la forma en que el espejo parecía llamarme? Aunque no oyera sus palabras, esa cosa tiraba de mí, de alguna forma.

El artesano se adelantó sobre los codos.

-Sí, eso me ha dicho. ¿Qué tiene que ver aquí?

Como si todo lo demás hubiera sido un mero cuento pero esto fuera una confidencia extremadamente secreta, el joven se inclinó también hacia delante y bajó mucho la voz.

-Que en cierta forma no ha dejado de hacerlo. - No supo leer bien qué impregnaba sus palabras; dudaba entre la incomodidad y el miedo. - Los restos siguen estando en el sótano de Instituto, en una cámara separada del resto de objetos de la colección, por cierto.

-¿A qué se refiere con que le llama? ¿Oye su voz o algo así?

-Es una forma de decirlo, aunque yo no iría tan lejos. - Apartó la mirada un poco. - Pero puedo dibujar el patrón de memoria, una y otra vez, y siempre es el mismo. Como si estuviera ahí cuando necesita plasmarlo, aunque no puedo explicar cómo ni por qué.

-Y eso le asusta. - Estaba prácticamente seguro ahora, así que no lo dijo como pregunta.

-Por supuesto. - El manco no se molestó en negarlo ni ocultarlo, incluso lo refrendó con un gesto de resignación, aunque fue inmediatamente seguido por aquella sonrisa de lobo que le había mostrado en el taller, cambiándole la cara por completo. - Pero también me intriga. Incluso he pensado en incluirlas alguna vez en la mano, si encuentro la forma de hacerlo.

-¿Sin saber para qué servirían?

El otro se rio, enarcando las cejas.

-No tengo ni idea, es cierto, pero siento que tengo una deuda con el espejo o con quien lo creara, por traerme aquí. Perder la mano fue culpa mía, de eso no me cabe duda, pero el tatuaje tenía que tener alguna finalidad, algún motivo último que desconozco. Y a lo que nunca he sabido resistirme, es a resolver un buen misterio.

El artesano le miró con una mezcla de respeto y asombro, contemplando de nuevo aquella sonrisa. Definitivamente, iba a crear esa mano.

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