20 de septiembre de 2017

Sal y pimienta

El reloj en forma de locomotora tintineaba sobre la mesa y movía las ruedas marcando los segundos con el vaivén de la biela que las unía. Uno de los sirvientes mecánicos esperaba paciente detrás de su butaca, mientras que el otro se encontraba junto a la silla de su abuelo. Aunque ahora Jorgen ya no estaba seguro de cómo referirse a él.

El hombre hizo avanzar uno de los alfiles con su mano manchada por la edad. Una fina cicatriz clara la cruzaba desde la base del índice hasta casi la muñeca. Éste le había sugerido una partida de ajedrez nada más aparecer en el estudio de la mansión familiar y apenas se había mostrado sorprendido por su visita de improviso. Claro, ¿por qué habría de estarlo?

-Si te apetecía charlar no hacía falta que vinieras hasta aquí. Pronto iré a Praga, me gusta más para pasar el invierno. Podríamos haber quedado allí, está más cerca. - El dirigible biplaza que había tomado hasta tierras danesas se veía a lo lejos por la ventana, anclado en los terrenos frente a la casa. Varios de los autómatas del hangar se encargaban aún de su repostaje y puesta a punto sin necesidad de supervisor alguno que les dirigiera. - ¿Qué es lo que te preocupa tanto como para haber venido con semejante prisa?

-Nunca me llegaste a decir cómo te hiciste la herida en la mano. - El joven levantó su diestra vendada. - Ahora ya lo sé.

-La verdad es que empezaba a pensar que este día no llegaría nunca - Klaus suspiró con melancolía. - Pero era inevitable, me temo. - Una sonrisa débil asomó en sus ojos y bajo su barba, la cual acarició.

Jorgen miró a su abuelo en silencio, apretando la boca. Echó mano a un caballo, llegó a sostenerlo entre sus dedos, pero lo depositó de nuevo donde estaba.

-¿Qué sentido tiene esto? Ya sabrías qué jugada voy a hacer. - Había un punto de rencor en su voz, un reproche reprimido que no se atrevía a lanzar.

-Afortunadamente mi memoria no es perfecta. Son muchos años, y los detalles se difuminan con rapidez.

-Pero ya sabes qué va a pasar. Sabías que iba a venir. Y que jugaríamos esta partida. - Resopló, echándose hacia atrás y alzando los brazos en gesto de impotencia. - Las ecuaciones son claras, la historia es lineal, no se puede alterar... diablos, incluso sabes qué pasará después, cuando me vaya de aquí, cuando salte atrás. A dónde iré, a quién conoceré,... ¿qué sentido tiene? - Repitió Jorgen.

Para sorpresa del chico, Klaus Knudsen se puso repentinamente serio, firme en su asiento, como si hubiera dicho algo totalmente inadecuado y estuviera a punto de reprenderle igual que cuando era pequeño.

-Todo. La historia no es algo que se pueda ver desde fuera, ni siquiera algo que deba intentarse comprender como si fuera un proceso físico. La historia son las casualidades, los actos individuales de la gente, las consecuencias de causas que nadie conoce, las respuestas a preguntas que nadie ha formulado. Negar eso es negarnos a nosotros mismos como personas.

-¡Pero si ya está escrito! Toda mi vida, la tuya, - tragó saliva - la nuestra. Desde que me recogiste en la calle. No, desde antes. Desde… ¿cuándo será? ¿En qué momento seré tu?

-Ah, la curiosidad. - El viejo marcó una mueca. - ¿No dices que no tiene sentido? ¿Entonces por qué te interesa saberlo?

Sin darle tiempo a replicar, Klaus se levantó. Cogiéndole servicial por el brazo, uno de sus autómatas le ayudó a caminar, algo que en público trataba de evitar, como bien sabía Jorgen. La imagen dada era importante para alguien de la fama de su abuelo. El empresario llegó hasta la pared cercana y se plantó ante el antiguo retrato en el que aparecía con su esposa, muchos años atrás. Él le siguió, contemplando el cuadro por primera vez con algo más que diversión por el evidente parecido. Sus ojos se fijaron en aquella versión tan joven de ambos, y donde estaba su abuela, a la que apenas recordaba, vio a la mujer con la que un día se casaría él mismo.

-Siempre me dijiste que me sacaste de las calles y me adoptaste porque me parecía a tus hijos. Hace tiempo que llegué a la conclusión de que quizá mi padre era alguno de ellos con... otra mujer, pero no me lo queríais decir por la vergüenza de reconocerlo.

-¿Qué más da el parentesco o el origen? Has sido mi nieto desde entonces sin importar nada más.

-Sí, lo sé. - Nunca había sido tratado como otra cosa, desde el principio había sido parte de una familia, que con sus más y sus menos, como todas, le había dado no sólo la mejor educación que podía permitirse, sino el hogar que en la calle no hubiera conocido de ninguna forma. - Pero ahora, sabiendo lo que sé siento que toda mi vida ha sido como un teatro de marionetas, que nunca he tenido ninguna opción real de elegir nada, entiéndelo… Supongo que la idea ha estado en mi mente desde que empecé a investigar. Me he negado a prestarle oídos todo este tiempo, pero cuando ayer me herí en el laboratorio - levantó la mano, comprobando que en algún momento la había apretado hasta manchar la venda limpia de nuevo - de repente ya no pude seguir evitando más la pregunta. - Dejó caer los hombros y apartó la mirada de su abuelo. - ¿De qué sirve seguir? ¿Qué capacidad tengo de decidir ya nada en lo que me queda de vida?

-¿Cómo conocí a la abuela?

-¿Qué? No lo sé. Nunca me lo has contado.

-Ah. ¿Cómo les obtuve a ellos? - Señaló con un ademán a los silenciosos autómatas. - Los primeros Helm y Kiel que tuve, me refiero.

-No lo sé. - Repitió. Luego recordó algo. - Una vez me dijiste que fueron un regalo.

-Ajá. ¿De quién?

-No me lo quisiste decir…

-Así es. Igual que tampoco cómo hice muchos de mis amigos, - empezó a enumerar con los finos dedos - cómo fueron mis primeros negocios, qué socios me traicionaron, o cuántas veces he estado a punto de morir, - abrió mucho los ojos al oírlo - ni cuándo, ni cómo. - El chico no contestó. No había oído a su abuelo hablar con esa intensidad y dureza nunca, pero rápidamente fueron reemplazadas por la calidez habitual. - La mayor parte de la gente sólo tiene una certeza en su vida, y es que tarde o temprano va a morir. Tú tienes más información que el resto, es cierto, pero si piensas que eso hará tu existencia menos interesante estás muy equivocado, Jorgen. - Le puso una mano en el hombro, apretando levemente, como tantas veces había hecho cuando era niño. - Eso hará las cosas más fáciles a veces, otras tantas será una carga con la que tendrás que avanzar, pero que eso no empañe la realidad: tienes una vida por delante y eres el único que la escribe. Ni yo, ni las leyes de la física, ni unas ideas abstractas como el tiempo, el destino o la historia. Sólo tú.

Cuando encaró de nuevo a su abuelo sólo pudo hacerlo con el mismo cariño con que siempre le había correspondido, consciente de que una vez más sólo quería lo mejor para él.

-Me has ocultado todas esas cosas deliberadamente, ¿verdad? Para que no las supiera. ¿Para que… pudiera elegir?

-Un exceso de información puede bloquear a cualquiera. - Alzó un dedo y una ceja. - La suficiente en cambio es como un buen aliño, hace que todo tenga más sabor sin llegar a ocultar el del plato al que acompañan. - Luego se rió por la metáfora, pero al poco recuperó el aire menos jovial del principio, anticipándose a Jorgen.

Éste intentó un par de veces preguntar la más dolorosa de las cuestiones que traía consigo hasta que lo logró. Aún así, su voz tembló algo.

-¿Te volveré a ver?

El reloj marcó la hora con varios pitidos de su pequeño silbato. Klaus meneó la cabeza, triste, y su nieto le abrazó con fuerza.

-Gracias abuelo. Muchas gracias. - Éste le devolvió el abrazo, y ambos prolongaron la despedida unos segundos más antes de separarse, aunque reticentes.

-Eso me recuerda… - Y metió una mano en el bolsillo del chaleco para sacar una libretita encuadernada en cuero con un cierre de broche el cual Jorgen soltó nada más recibirla.

-¿Qué...? - Pero antes de acabar la frase comprobó que eran valores de acciones en bolsa, subidas y bajadas de precios de materias primas, empresas en las que invertir y el momento adecuado para hacerlo… a lo largo del último medio siglo y a lo ancho de todo el mundo. Al alzar con brusquedad la cabeza descubrió el gesto de complicidad de su abuelo mientras sazonaba un plato invisible.

-Un poco de sal, una pizca de pimienta,...

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