26 de agosto de 2017

M001 - Saludos desde Dresde

Llevaba ya un tiempo valorando la idea de recopilar lo que voy escribiendo del mundo Dresdnerwulf para el blog de Steampunk Madrid o para amigos y finalmente me he decidido a colocarlo todo en el mismo sitio. No sólo está el material ya publicado, sino también varias historias hasta ahora inéditas o que habían tenido un alcance más limitado. Espero ir colocando aquí todo lo que escriba en adelante.

Las entradas como esta primera Meta están pensadas a modo de diario de escritura y para contar cosas varias sobre el proyecto. Idealmente además son el sitio perfecto para interactuar con los lectores.

Ahora estoy trabajando en un relato para presentar al concurso literario de la III Feria Retrofuturista de Madrid (16 de septiembre de 2017), con temática de viajes en el tiempo. 1500 palabras máximo, autocontenido, y con el toque steampunk. Una vez resuelto el concurso aparecerá por aquí (y si hay suerte, estará entre los seleccionados para el blog de SPM, o quién sabe si merecerá el premio del concurso, pero no nos hagamos ilusiones que aquí hemos venido a jugar nada más)

Ando también dándole vueltas a una serie de relatos para profundizar más en la naturaleza de Lemuria y su papel en este mundo fantástico, y abarcarán los años de viajes de Kassius por el mundo, tras los sucesos de Una carga inasumible, pero antes de regresar a Dresde para La frontera borrosa. (Puede que no sea evidente, pero entre ambos han pasado más de cinco años, y el personaje ha cambiado bastante)

¿Has leído algún relato en el blog que te plantee preguntas? Algún día contaré por qué Ujarak Soroush tuvo que huír del Jeque de Hierro... algún día ;-)

25 de agosto de 2017

Solicitud de inversión A167-1

Estimados miembros de la Junta de Accionistas de la Compañía del Atlántico Norte,

Me dirijo a ustedes para llevar ante su atención los acuciantes problemas que están sufriendo últimamente las divisiones operativas de pesca tanto tradicional como mecanizada en lo referente a un espécimen particularmente vicioso en su comportamiento, que ha sido bautizado como Caribdis. Estoy segura de que ya habrán tenido noticias de los recientes acontecimientos según se relata en las circulares 36 y 48 del año en curso, de las cuales paso a incluir extractos que he considerado ilustrativos:


[…] un ataque para el que las defensas resultaron inútiles, incluidos los arpones pneumáticos. La única excepción fueron los acumuladores voltastáticos de descarga del casco, si bien su efecto se apreció notablemente menor que en otras ocasiones. Los supervivientes afirmaron no haber llegado a ver el cuerpo de la criatura puesto que nada más que sus tentáculos aferrando el barco ya superaban en altura al palo mayor y […] 
[…] estimándose en base al tamaño de la ventosas mayores una edad superior a los tres siglos, lo cual le otorga la categoría de tipo A, informalmente denominada “ancestral” por los empleados de la compañía. […]
No se había encontrado a un kraken de estas proporciones y esta virulencia desde los primeros avistamientos de Gargantúa, un macho que nunca ha sido capturado ni estudiado y que ha permanecido ilocalizable durante los últimos quince años […] pero en este caso se trata sin lugar a dudas de una hembra por los patrones confirmados en su piel.

Como ya sabrán, hemos perdido dos barcos en lo que va de año debido a este ejemplar y el Capitán Dubhghaill, Director de Operaciones, cree que la nave perdida en agosto del anterior es muy probablemente achacable a Caribdis de igual manera. Urge tomar cartas en el asunto, así que tras una reunión con él y con Fajra, Primera Mecánica de la Compañía, procedo a remitir una serie de puntos para su consideración. Si bien en esta carta se enumeran someramente, en los anexos se detallan en profundidad, incluyendo las cantidades económicas que se solicitan para el desarrollo e implementación de cada uno:


  • Puesta en funcionamiento de una flota de submarinos de carácter exploratorio para mapear la presencia de krakens potencialmente peligrosos como la que nos ocupa. Los métodos convencionales de detección de presas resultan inefectivos en las zonas de gran profundidad, lejos de la plataforma de las islas, donde habitan especímenes como los citados. Por supuesto, irían equipados con material defensivo de gran potencia, y propulsores reforzados para acciones evasivas. Por favor consultar anexo titulado “prototipo subacuático K3”.
  • Retomar los diseños de la nueva línea de buques de gran tonelaje que fueron abandonados en años anteriores debido a los recortes presupuestarios. Es imperativo disponer de equipamiento de última generación si se pretenden expandir las operaciones más allá de la zona actualmente cubierta, puesto que se entra en territorios ocupados por krakens de clase A y B1.
  • Despliegue de las plataformas de investigación 2 y 3 en las inmediaciones de las zonas de avistamientos, con la correspondiente escolta y provistos de dirigibles de emergencia para evitar repetir el lamentable incidente de la plataforma 1 hace ya tres años.
  • En línea con la anterior propuesta, instalación en ambas plataformas de nuevos sistemas de acumuladores de carga con capacidad para afectar incluso a los clase A. Particularmente en este punto la inversión es totalmente irrenunciable a pesar de su monto: la única medida disuasoria eficaz contra un kraken es la liberación de un acumulador ambárico en el agua, afectando a su delicado sistema nervioso temporalmente y haciéndole huir.
  • Finalmente pero no menos importante, se solicita una partida presupuestaria extraordinaria específica para la contratación de nuevos marineros, incluyendo la parte correspondiente a los seguros de defunción.


Espero que mi participación y respaldo en esta solicitud ayude a ilustrar la gravedad de la situación. Como podrán imaginar, no es un escenario sostenible dada la pérdida de personal cualificado cuya formación ha corrido a cargo de la Compañía, y su obligada sustitución por activos laborales mucho menos experimentados y que por añadidura exigen pluses por peligrosidad.

Quedo a disposición de ustedes para cualquier consulta a plantear con un atento saludo,

Selminne Cespari
Directora de Recursos Humanos
Primer edificio administrativo
Krakensport
Isla de Vágar, Islas Feroe

23 de agosto de 2017

El cerebro de metal

El negro vehículo movido por gas de roca cruzaba una zona industrial a las afueras de Leipzig. El movimiento delataba el mal estado del firme.

-¿No puede decirme nada por adelantado? Lo que sea... - Volvió a insistir al oficial de policía que conducía el automotor. - He dejado de lado varios compromisos para venir aquí con urgencia. Desde Dresde. - Puntualizó.

Pero nuevamente, sólo obtuvo el silencio por respuesta.

El hombre que ocupaba el asiento de atrás suspiró resignado y regresó a su contemplación del deprimente panorama que le rodeaba. No hacía mucho que había bajado del dirigible en el campo aéreo, pero ya durante el viaje hacia allí había estado fijándose en cómo el paisaje cambiaba lentamente desde la agrícola y cultural Dresde, capital de la República, hasta el gris entorno lleno de chimeneas y carente de árboles en que se convertía todo al acercarse a Leipzig, corazón de la maquinaria productiva de Sajonia. Incluso el aire se oscurecía al acercarse a la ciudad. Y su ánimo había cambiado por igual.

Cuando esa misma mañana había llegado a la puerta de su despacho, dispuesto a repasar las notas para una ponencia que debía estar impartiendo, miró su reloj de bolsillo, más o menos en ese momento, un agente de la policía le esperaba con un sobre sellado que contenía un telegrama. Ante su sorpresa, el guardia se había limitado a entregárselo y decirle que tenía órdenes de no partir hasta tener su respuesta.

Kassius Folkvanger había abierto el mensaje, que le pedía su asistencia inmediata en un caso, posiblemente criminal, que la policía especial estaba persiguiendo desde hacía meses. Decía que se requería su conocimiento técnico y que su colaboración y discreción serían muy apreciadas y agradecidas por la República. En virtud del largo historial de ayuda mutua que mantenían ambos cuerpos, la policía secreta y el Instituto de Investigación y Progreso de Dresde al que él pertenecía, y también picado por la curiosidad, todo hay que decirlo, siguió al mensajero uniformado. Sólo se detuvo un momento para dejar aviso de su marcha urgente y disculparse ante sus colegas.

Menos de media hora después estaba en una aeronave pequeña y sin identificación, partiendo de un discreto campo de dirigibles a las afueras, al sur, al otro lado del Elba. A su llegada a Leipzig, tras un centenar de kilómetros por aire, un coche le esperaba para llevarle por el intrincado tapiz de fábricas, almacenes, fundiciones y talleres que constituía el cinturón de la ciudad. El casco histórico de ésta sobrevivía asediado entre el humo de las chimeneas de los trenes, que partían hacia toda la vieja Europa y más allá, hacia tierras exóticas. Los dirigibles podían ser rápidos, sin duda, pero no eran adecuados para mover grandes cantidades de mercancías.

Y por fin, el vehículo se detuvo y Folkvanger salió del mismo sin esperar a que el conductor le abriera la puerta. Se encontró con un edificio triste, con un tejado de metal. Algunas de las altas ventanas estaban rotas, probablemente por niños aburridos con piedras a su alcance y un almacén ante ellos a todas luces abandonado, o eso parecía desde fuera. A su alrededor, en la franja de tierra apisonada y sucia en un lateral de la nave, se encontraban media docena de coches iguales que el que le había llevado hasta allí. Una mujer uniformada se le acercó con paso casi marcial dedicándole un breve saludo. Todo en ella parecía decir que nunca estaba para pérdidas de tiempo. Su simple presencia ya intimidaba lo suficiente, a pesar de no ser especialmente alta.

-Gracias por venir, profesor. - Su voz casaba con su aspecto, adusta y seca. - Mi nombre es Elia Feisser, Inspectora del cuerpo de policía especial de la República. - Sin responder a su mano tendida, ésta se dio la vuelta y echó a andar. Folkvanger se apresuró a ir tras la oficial. - Acompáñeme al interior, por favor, mi personal científico le está esperando, él le dará los datos. - Casi leyendo sus pensamientos, añadió. - Imagino que querrá saber por qué hemos pedido a la oficina de Dresde que contactara con usted específicamente.

-Mi campo es el de las prótesis mecánicas, y la verdad, me cuesta imaginar que una investigación policial requiera de mi experiencia. - Frunció el ceño. - Especialmente con esta urgencia.

Feisser se detuvo y le encaró, empezando a responder pero cambiando de opinión. En su lugar, se limitó a retomar el camino hacia la entrada del almacén, indicándole con un ademán que la siguiera. Sin intentar ocultar su desconcierto, y no queriendo permanecer más tiempo en la ignorancia, Folkvanger insistió:

-¿Y a qué debo esa atención por parte de la secreta?  Si puedo preguntarlo, claro. - Intentaba sonar relajado, pero una cierta inquietud era inevitable dadas las cosas que se oían por ahí… - Espero no haberme convertido en sospechoso de nada, Inspectora.

La menuda mujer llegó ante la puerta pero se apartó para dejar paso a dos agentes que salían de la nave llevando una caja sellada.

-No. Al menos, no por ahora. - Feisser le dedicó una mirada significativa y un atisbo de sonrisa ciertamente inquietante.

Sin darle tiempo a replicar, a través de la estrecha portela abierta en el más amplio y alto portón, cerrado firmemente, apareció un hombre con un atuendo blanco de laboratorio. Identificó rápidamente al recién llegado y le encaró.

-Por favor no toque nada sin avisarme antes. - El  investigador, poco más que un muchacho según pudo comprobar, le obligó sin mediar presentación alguna a hacerse cargo de todo lo que iba colocando en sus manos: un cuaderno de notas, un lápiz de grafito, un pequeño hatillo con herramientas de precisión, y por supuesto, unas gafas con un juego de lentes ajustables para poder ampliar la imagen todo lo necesario. El ojo humano ya no era capaz de tanta resolución salvo en casos aislados o mejorados mecánicamente, por supuesto. Sólo tras entregarle todo aquello le miró a la cara, casi cortante. - Sigmar Vogel. - Fue a darle la mano, pero al percatarse de que no podía estrechársela sin dejar caer algo al suelo la retiró. - Sígame. - Y desapareció en el interior.

Folkvanger miró a Feisser, pero ésta le dejó paso, así que accedió al almacén. Iluminado por la luz cenicienta que entraba por las anchas claraboyas del techo, el panorama no podía resultarle más peculiar. El interior diáfano del edificio, sólo interrumpido por algunos puntales metálicos que sostenían la celosía de acero de la cubierta, estaba ocupado por numerosos cilindros con un brillo mate y amarillento, todos ellos colocados de pie. Reconoció que probablemente estaban hechos de latón, pero lo que más le llamó la atención fueron sus dimensiones: eran más altos que él, y de hecho más altos que cualquiera que hubiera conocido. Y también mayores en diámetro. Como si fueran contenedores, más bien celdas, con el tamaño perfecto para encerrar a una persona.

El chico con el atuendo blanco de la cabeza a los pies, parte de la división técnica de Feisser, con cuyo sobrio uniforme negro contrastaba, le guió sin mayor preámbulo entre aquel bosque regular, columnas y filas perfectamente alineadas, hasta un cilindro concreto. De todos los que había contemplado, se percató Folkvanger, era el único que tenía una bombilla tenuemente iluminada en su base. Junto a ella, una compuerta permanecía abierta de la cual partían unos cables hasta una batería de plomo y ácido.

-He conseguido amplificar la señal hace poco. - Dijo Vogel.

-¿Quién está ahí? - La voz que salió por unas finas rendijas a media altura del contenedor sobresaltó al recién llegado. - Oigo a alguien. Sigmar, ¿eres tú?

-Sí, Fritz, soy yo. Te traigo compañía.
Metálica, pensó Folkvanger, como la de cualquier caja de voz de un autómata, pero tenía una espontaneidad y un timbre distintos. Tras el choque inicial, entendió por qué habían decidido llamarle a él, abriendo mucho los ojos. Sonaba igual que otro caso supuestamente único con el que estaba bien familiarizado: el de un traspaso de una mente humana a un cuerpo artificial.
Feisser vió el destello de comprensión en su cara y asintió.

-Su nombre salió a relucir en cuanto descubrimos lo que había aquí, aún sin poder confirmarlo por completo. Veo que no nos hemos equivocado.

Se refería a su relación con las investigaciones de Serena Basel, que había conseguido trasladar su propia mente a un cerebro artificial justo antes de morir. Esto, que ahora era vox populi, atraía muy a menudo atención no deseada sobre él. Su papel en aquello se limitaba a haber publicado una versión parcial, póstuma, de las notas de la científica, de acuerdo a los deseos de su única heredera. No es que fuera su fuerte, y tampoco podía considerarse al nivel de un genio como Fräulein Basel, pero al menos comprendía el proceso, que ya era algo. Bien, al menos ahora sabía sobre qué terreno pisaba, o eso pensaba. El cilindro volvió a sonar.

-Vaya, ¿es la Inspectora?

El tono de familiaridad hizo que ésta crispara un gesto de desagrado. Vogel respondió en su lugar.

-Efectivamente Fritz. Nos acompaña además un caballero de Dresde que quizá sea de ayuda. - Encaró a su superior. - ¿Tengo ya permiso para abrir la cubierta para examinar el interior? - Su voz revelaba lo mucho que le molestaba que hubieran traído a un experto estando él allí. La inspectora puso los ojos en blanco por un momento, pero dió su consentimiento.

-No, espere. - La interrupción del profesor hizo apretar la boca al joven. - Necesito algo más de contexto, si es posible. ¿De qué estamos hablando aquí? No sé de nadie que haya podido replicar el proceso de Fräulein Basel, su instrumental está a buen recaudo y las notas nunca se han publicado íntegras. Por precaución, claro.

-Es un caso con un historial bastante largo, pero lo resumiré para usted. - La Inspectora alzó un dedo. - De paso le evitaré tener que firmar más acuerdos de confidencialidad de los que ya tiene usted vigentes con el Instituto. Digamos que cuando desaparece una persona, es un problema de la policía regular. Cuando se convierte en algo masivo, intervenimos nosotros.

-¿Masivo? No tengo noticia de algo similar,... ¿aquí en Leipzig?

-Ni creo que la tenga por ser las víctimas quienes son. Pero para la justicia es bastante evidente. - Folkvanger elevó una ceja. - Docenas de mendigos han desaparecido sin dejar rastro. Más a menudo de lo que están dispuestos a reconocer, suelen actuar de soplones y confidentes sobre delitos de poca monta. Y cuando se evaporan sin más, se nota.

Y ciertamente, él no había leído nada así en los periódicos. Un escalofrío recorrió su espalda al comprender que alguien estaba… ¿experimentando con gente que nadie echaría en falta? Por un momento sintió una fuerte aprensión, pero logró sobreponerse inspirando profundamente un par de veces. Luego se dirigió a la rejilla frente a él.

-¿Fritz? ¿Puede oírme? Mi nombre es Kassius Folkvanger, soy miembro del Instituto, de Dresde.

-¡Vaya! He leído su nombre en los diarios, es el nuevo del Consejo Rector, ¿verdad? - La voz resonó desde dentro del tubo. - Me siento halagado.

-Le veo bien informado, Fritz. - Miró brevemente a Feisser y a Vogel, que se limitaron a asentir, ella más que él. - Yo en cambio no sé nada de usted, y para ayudarle me haría falta saber todo lo posible.

-Claro, ¿por dónde empiezo? He hecho de todo. He esquilado ovejas, he sido guardaespaldas, he vendido zapatos, he ido a la guerra y he vuelto con menos yo que cuando marché. - Dijo aquello con sorna. - Pero imagino que lo que quiere saber es del tema de las desapariciones.

-Si es tan amable…

-Ellos vinieron a verme, y yo fui por mi propio pie, ¿eh? - Soltó una risotada metálica que sorprendió a todos. - Eso se supone que tiene gracia, ¿saben? Me faltaba una pierna e iba con muletas. - Rezongó por lo bajo. - El caso es que ellos…

-¿Quiénes, Fritz? - Feisser intervino, ansiosa de tener una nueva pista que perseguir.- ¿Quiénes son ellos?

-Ah, Inspectora, ¿y cómo lo iba a saber yo? Cuando les ví, lo único que tenía claro es que eran los mismos que estaban llevándose a la gente de las calles. A los mendigos como yo, al menos, así que me puse en guardia, dispuesto a darles duro. Pero qué va, si eran muy razonables. Me ofrecieron volver a andar sin apoyos. Les dije que no podía pagarme una pierna nueva, ¿eh?, pero no les importaba el dinero…

-Fritz, ¿qué me puede contar de lo que pasó entonces? Da igual que no lo entendiera...

-El coche era de los buenos, y me llevaron a un hospital en la zona de los lagos. - Ambos miraron a la Inspectora, pero ésta ya había salido corriendo para dar órdenes nada más oírlo. A Fritz no pareció importarle - Allí me ofrecieron una silla de ruedas y me llevaron ante un médico. Muchas preguntas, firmé algunos papeles, parecía que todo era normal, se veía un sitio bueno, ¿eh?, para gente con dinero. Y prácticamente del tirón me llevaron al quirófano. Me dijeron que tardaría un tiempo en despertarme del éter, que como era una operación novedosa tenían que sedarme del todo.
Folkvanger hizo un gesto de disgusto al comprender que Fritz no había visto nada del proceso. En esto regresó Feisser a la carrera.

-¿Han averiguado algo más de este cerebro de latón?

-Platino. - Los dos la corrigieron a la vez, y Vogel matizó. - Los cerebros de los autómatas son de platino.

La voz del cilindro sonó dolida.

-¿Eso es lo que soy ahora? ¿Un montón de chatarra? Ya me imaginaba que algo no estaba saliendo como esperaba, ¿por qué no veo nada todavía?
Folkvanger se fijó en el frontal del cilindro hacia el que hablaban e identificó los tornillos que afianzaban una placa bastante grande del recubrimiento.

-Vamos a comprobarlo, Fritz. - Sigmar sacó un destornillador del calibre adecuado y se lanzó a quitar la pieza, ansioso por pasar a la acción, mientras el otro seguía hablando. - Seguro que podemos conectar un juego de ojos de los que se usan para… - Pero se detuvo en mitad de la frase al ser retirado el trozo de metal.

-¿De los que se usan para qué? - Inquirió la voz.

La Inspectora con la boca tapada, Vogel con un gesto de asombro, y el profesor con uno de incredulidad, callaron durante unos largos segundos hasta que éste último logró articular una respuesta.

-Fritz… creo que va a ser un poco más complicado de lo que pensaba.

Frente a ellos no se encontraba la matriz de platino conectada por cables que habían esperado. En su lugar se hallaba una gran vasija de cristal llena de líquido, y en su interior, lo que todos reconocieron como un cerebro humano.

21 de agosto de 2017

La aprendiz de automatista

En un pueblo del sur de Francia vivía una chica llamada Victorique, que por las mañanas iba al colegio y por la tarde ayudaba a un viejo automatista en su taller a las afueras. Allí aprendía poco a poco el oficio viendo al hombre crear y reparar máquinas y mecanismos, y soñaba con ser un día una afamada constructora de autómatas, personas de metal que podían llevar a cabo cualquier trabajo sin rechistar. Sin embargo, por más que ella le pedía que le permitiera probar lo mucho que sabía, su maestro no le permitía aún tocar los delicados engranajes y palancas. No estás preparada, le decía, y ella se tenía que conformar y ser paciente.

Pero sucedió un día que el automatista tuvo que marchar a la ciudad para buscar un repuesto del que no disponía para la bomba que extraía agua del río y la llevaba hasta el depósito de su taller, una tinaja tan grande que había que subir al piso de arriba para alcanzar su boca. El maestro pidió a Victorique que ocupara su tarde en acarrear cubos de agua desde la orilla para poder encender la caldera de vapor, para que a su regreso pudieran recuperar el trabajo atrasado. Sólo estaré fuera unas horas, le advirtió, pero es muy importante que cumplas esta misión que te encargo.

Sin embargo, Victorique era impaciente y estaba convencida de ser tan buena como su maestro, y antes de que el automotor de éste desapareciera en un recodo del camino y sólo se viera de él un penacho de humo blanco, ya había corrido hasta el cobertizo cercano al taller. No iba a encargarse ella de un trabajo tan laborioso y cansado como llevar cubos de agua cuando podía activar a un autómata para que lo hiciera él. Así pues, puso manos a la obra, y se dirigió al panel desde donde se daba órdenes a aquellas máquinas que parecían personas. Esto va a ser muy fácil, pensó ella, y cuando mi maestro regrese, seguro que reconocerá lo mucho que he aprendido.

Poco tiempo después, el primer autómata de la fila se puso en marcha, primero una pierna, luego la otra, y esperó obediente a que Victorique le diera sus órdenes. La chica no tardó en entregarle dos grandes barreños y guiarle hasta el río. Coge tus cubos y llénalos en la orilla, le mandó. Una vez lo hizo, abrió camino hasta la casa del automatista, situada en la planta de arriba del taller, subiendo por la escalera exterior. Echa el agua en la tinaja, le indicó a continuación, y luego repite hasta que te indique que te detengas. Desde allí mismo, la chica contempló cómo el hombre de metal salía de la casa camino del río, y se dirigió contenta al taller de la planta baja. Se acomodó en un viejo sofá que su maestro tenía allí para descansar entre placas de metal, cajones llenos de piezas y herramientas por todas partes, y en un momento había caído dormida, satisfecha por haber tenido la gran idea de usar al autómata.

Los resortes y ruedas del sirviente le guiaron sin falta una vez más hacia el río, pasando por delante del cobertizo donde había dormido junto a sus hermanos. Sin embargo, Victorique había sido descuidada, y no sólo había despertado a uno de ellos, sino a todos los que allí había. Y como los había dejado sin órdenes que cumplir, éstos rápidamente decidieron copiar las que estaba cumpliendo su compañero metálico. Los autómatas no tenían cubos a su alcance, así que cogieron toda cubeta, barreño, palangana y recipiente que encontraron a su alrededor y formaron una procesión que constantemente bajaba hasta el arroyo, cargaba agua, subía hasta la cocina de la casa, la echaba en el depósito y luego repetía el camino, una y otra vez. ¡Qué visión tan asombrosa, y qué susto se iba a llevar la chica al despertar!

Y es que, mientras Victorique soñaba plácidamente en la butaca de su maestro, los autómatas colmaron la gran tinaja de la cocina, y no habiendo recibido ninguna orden de su ama, siguieron repitiendo su labor sin cansarse ni un poco. El agua caía de sus cubos y cubetas, se derramaba puesto que ya no cabía ni una gota más, y luego corría por la empinada escalera que bajaba directa de la cocina al taller. Era tanta agua la que se desbordaba, que formó una cascada que rápidamente comenzó a inundar el piso de abajo. Y como las puertas y ventanas estaban cerradas, pronto el taller se convirtió en una piscina en la que flotaban cajas y libros, e incluso el viejo sofá donde dormía la chica.

Sobresaltada por el movimiento, Victorique despertó asustada, descubriendo que su lugar de trabajo estaba lleno de agua y que un torrente imparable bajaba desde el piso de arriba. Corrió hacia la puerta principal para abrirla y dejar que el lugar se vaciara, pero sus pies se resbalaban en el suelo embalsado y no podía mover el pesado cerrojo. Desesperada, intentó subir la escalera para escapar y dar la orden de parar a la fila de autómatas que veía por los cristales repetir una y otra vez su recorrido del río a la cocina y de la cocina al río, pero el agua bajaba con tanta fuerza que podía con ella y la llevaba de vuelta al taller.

En ese momento, el automatista regresó de la ciudad en su automotor, y aunque desde lejos le sorprendió ver la procesión de aguadores ir y volver de su casa, no fue hasta que se acercó que descubrió que el agua se escapaba de su taller por todo agujero y grieta en la paredes, por toda junta en la puerta, y por todo cristal roto en sus ventanas. Comprendiendo rápidamente que aquello era obra de Victorique y que podía estar en peligro al no verla, gritó a todos los autómatas que se detuvieran, corrió hasta la entrada, agarró un gran hacha que tenía allí para cortar leña, y de un tajo rompió el cerrojo. La puerta se abrió de golpe y el taller se vació en un instante, arrastrando consigo todo lo que allí había. La última en salir, ya que se había agarrado a la pesada caldera, mojada hasta la cabeza y con la mirada fija en el suelo, avergonzada, fue su joven aprendiz.

Su maestro no tenía que preguntarle qué había sucedido, y ella no tenía que decir nada para que éste supiera que había sido culpa suya. Temiendo que, enfadado, le ordenara irse para no regresar nunca, esperó a que el automatista mandara a los hombres de metal que se fueran a su cobertizo, y vió cómo éste regresaba de allí con una escoba en la mano. Has aprendido mucho, le dijo, pero aún no lo suficiente. Antes de mandar a una máquina que haga tu trabajo, tienes que estar preparada. La miró severo, pero lo único que hizo con la escoba fue entregársela a ella. Ahora ve y empieza a arreglar el taller, tenemos muchos encargos que completar hoy.

Y así fue como Victorique aprendió que la arrogancia es un gran defecto, y que la paciencia es una gran virtud.

En homenaje a Goethe, Dukas y Disney.

18 de agosto de 2017

Un corazón en llamas

Siguiendo los pasos de los tres hombres con lanzallamas de ignición focalizada que iban abriendo camino hacia el interior de la montaña, el arqueólogo y la lingüista pasaron bajo el arco de mampostería del que un momento antes habían colgado docenas de amenazantes carámbanos.

-Suerte que es verano, Hélène. - El aliento se condensaba delante de su boca. El hombre, apenas en sus treinta, estaba de muy buen humor y sus ojos brillaban de excitación. No tardó en descubrir su cabeza castaña y revuelta a la vez que se giraba hacia un lado y hacia otro, tratando de abarcar la amplia estancia. Nubes de vapor ascendían allá por donde los exploradores despejaban el camino como si cruzaran la selva machete en mano, para luego caer como lluvia al tocar el techo.

Ella prendió la mecha de la linterna portátil que había traído tras haberse descolgado la bolsa impermeable llena de cuadernos de notas. Sin bajar la capucha de su grueso abrigo le dirigió un rostro molesto y ojeroso.

-Me consta, querido. Llevo dos días sin pegar ojo apenas por ese endiablado sol perpetuo.

-Técnicamente estamos al sur del círculo polar ártico. - Levantó las manos como disculpándose por llevar la contraria. - Incluso cuando fue el solsticio la semana pasada, siguió habiendo noches…

-¡De dos horas! - El grito resonó en la sala y se perdió por los corredores que se adentraban, ascendiendo, en la roca oscura. Sus escoltas se giraron sobresaltados pero rápidamente volvieron la atención a los haces que aparecían al mezclar los contenidos de los dos depósitos que cargaban en sus respectivas y abultadas mochilas.

Hans se acercó tratando de sonar conciliador, como siempre que se equivocaba con ella.

-Lo siento Hélène, no pretendía…

-No importa. - Le cortó en seco, recuperando la compostura al instante. - Te he acompañado hasta aquí porque fuiste muy vehemente sobre tu teoría de que estas ruinas son una colonia de Lemuria. - Entornó los ojos azules un poco. - Parece que tenías razón. - Encaró al guía islandés, el único de ellos que conocía perfectamente aquella zona, que era su tierra natal. - Señor Leifsson, ¿sería tan amable de despejar el hielo de las paredes, por favor? Veamos esas runas y salgamos de aquí cuanto antes.

-Sí, profesora Santeil. - Se acercó a ella con el cañón del mechero-soplete bajado y apagado. Desde varios pasos se notaba perfectamente el calor que emitía el aparato. - ¿Por dónde empiezo?

-Por la zona de la entrada. No acerque demasiado el fuego, Birgir, puede que se conserven pigmentos en las zonas profundas; sólo necesito que derrita la capa que cubre los grabados para poder examinarlos. - El hombre asintió y sin decir nada más emprendió la tarea ajustando el difusor para que la llama saliera más abierta.

Hans se alejó y exploró el resto junto a los otros dos acompañantes, cada una de cuyas rociadas revelaba bajorrelieves y textos nuevos. Siguiendo sus indicaciones, empezaron a atacar un muro de hielo que había en una de las paredes más interiores de la sala. Regresó junto a su colega académica, que no había perdido tiempo tampoco. Ya llevaba transcritos una página de símbolos de trazos rectos a imagen de los que Leifsson había descubierto con su lanzallamas.

-¿Veredicto? - Para él todo aquello era un galimatías. - ¿Es lo que esperabas encontrar?

Un gesto contrariado cruzó el rostro enmarcado en el mullido forro de la capucha, que la mujer de casi cuarenta retiró mientras repasaba la copia del texto. Su cabello rubio y largo cayó sobre su hombro izquierdo al hacerlo.

-Sí y no. Mira. - Señaló una fila concreta del documento. - Casi todas éstas son runas de Lemuria, no cabe duda, aunque éstas dos no las había visto nunca, y creo que el profesor Ashford tampoco. - Se refería a su mentor, el mayor erudito sobre el lenguaje del imperio perdido. - Pero aún así, el resto no… no tiene mucho sentido. Es como si fuera otro idioma. Pero fíjate. - Miró más por educación que porque aquello le dijera algo. - Ésta frase sí se entiende, habla de un rey que mandó fundar un nuevo puerto fiordo abajo, pero la sintaxis es distinta.

-¿Como un dialecto? - Aventuró el arqueólogo. - ¿O una lengua emparentada? - Una idea le vino a la mente. - ¿Podría ser la de Hiperbórea?

-Eso son sólo hipótesis sin…

Un nuevo grito resonó en la estancia. Era Haavio, el explorador finés que les había acompañado desde el continente junto con su socio noruego, el señor Fossum.

-¡Profesores, vengan rápido! ¡Detrás del hielo había un pasillo!

Hans soltó una exclamación de júbilo y regresó con la linterna.

-Me la llevo, Hélène, ¿nos acompañas? - Tenía la misma mirada que un niño a punto de lanzarse por un tobogán en el parque. La lingüista ya conocía la intensidad con que éste defendía sus teorías, y si lo que esperaba encontrar allá abajo se confirmaba, su nombre resonaría en toda la comunidad… Ella accedió volviendo a cubrirse con la capucha, anticipando el frío que haría al adentrarse en el pasadizo.

Bajaron por un corredor en espiral durante un minuto o dos, teniendo cuidado con los escalones mojados que iban dejando los lanzallamas. Al poco acabaron ante una enorme puerta de madera congelada.

-¿Tan bien conservada? Debe ser por el frío. - Él murmuró y se acercó mirándola de cerca. - Esto es roble, ¿tan al norte? - Se retiró y les regaló una sonrisa de fanático. - Caballeros, abajo con ella.

Hélène fue a negarse rotundamente pero los chorros de fuego fueron más rápidos que ella y en pocos minutos habían deshecho la puerta. Un calor telúrico les golpeó a través del marco de piedra labrada. Hans lo cruzó rápidamente con la linterna en alto y todos le siguieron.

-¡Lo sabía! - Ante él una larga serie de recipientes metálicos ocupaba una pared de la asfixiante estancia. De ellos salían gruesas tuberías que se hundían en el suelo. Otras muchas se perdían en una oscuridad donde cuerpos aún mayores se insinuaban, soltando destellos cuando él les apuntaba con la luz. - ¡Lemuria usó el vapor geotérmico miles de años antes que nadie!

16 de agosto de 2017

Aire y agua

Capítulo 1 - Vientos favorables

Mientras la pequeña aeronave dejaba atrás el suelo de Krakensport una vez sueltos los anclajes, los dos pasajeros se acomodaron en el único banco de la cabina, que obviamente no estaba pensada para trayectos muy largos ni para albergar a mucha gente, aunque dado el clima de la zona, estaba protegida de los elementos por unos gruesos cristales dobles. Helga se alegró de haber podido dejar al menos las maletas en los alojamientos que la compañía les había asignado, en habitaciones separadas, por supuesto, y haberse cambiado antes de verse de nuevo lanzada a otro vuelo. No es que le diera miedo estar en el aire, pero habían sido muchas horas en un espacio más reducido de lo que le gustaba, sin poder dar más de tres pasos en la misma dirección. Inspiró lentamente para relajarse, sabiendo que no había mucha distancia hasta la plataforma, o eso les había dicho su piloto.

Dándoles la espalda, de pie ante los controles del aparato, la mujer que les había recibido al bajar del dirigible transoceánico en la isla se aseguraba de la estabilidad de esta nueva máquina a la vez que viraba de manera muy notable hacia babor. A Helga le pareció que trataba de coger la misma corriente que les había ayudado a llegar hasta Vágar en una hora menos de lo habitual. A su izquierda iba quedando la ciudad ubicada en lo alto de un acantilado en la cara norte de la isla, paradójicamente dando la espalda al mar del que vivían todos sus habitantes. Su piloto le había parecido algo lacónica, pero no quería perder la oportunidad de conocerla cuanto antes, había algo en su mirada que le caía bien. No era sólo que sus ojos le transmitieran franqueza, es que sabía ver cuándo alguien estaba acostumbrado a abrirse paso por sí mismo, y eso le inspiraba confianza.

-Y dígame, señorita…

-Ahórrese la cortesía, de verdad. - Apenas giró la cabeza al responder, sin apartar la vista de las olas. - Se la agradezco, pero aquí solemos prescindir de tanta formalidad. Usamos sólo nuestros nombres, o en todo caso los títulos que nos hemos ganado. - Ahora sí la miró, aunque sin soltar el timón principal, y con una media sonrisa. - En mi caso, Primera Mecánica, pero si lo encuentra muy largo llámeme sólo Fajra, casi lo prefiero. - Luego volvió su atención por completo al mar en relativa calma sobre el que empezaban a volar.

Cazó por el rabillo del ojo una mueca de burla por parte de Kass y rápidamente le hincó un codo en las costillas, aunque estando sentados tan juntos en el pequeño banco apenas pudo darle fuerte.

-Muy bien, Fajra. - A su lado, su acompañante se agarraba el costado y gruñía por lo bajo, pero si se dio cuenta, la mecánica no lo dejó adivinar. - Quería preguntarle precisamente cuánto tiempo lleva trabajando para la compañía, la otra vez que estuve aquí creo que no nos cruzamos.

-¿Cuándo fue eso? - No había actitud cortante en su voz, comprobó Helga, simplemente prefería ser directa al hablar.

-Hace seis años, me parece. - Intentó hacer memoria. - Fue poco después de aquel incidente con el pesquero escocés, el que se acercó demasiado a las islas.

-Eso fue el mismo mes que salimos hacia Isfahán, estoy casi seguro. - Kassius intervino, corrigiéndola como revancha.

-No. Eso fue en octubre del año anterior. Vinimos aquí con mi abuelo justo antes de lo de Bohemia. - Abrió los ojos muy significativamente para que no la interrumpiera más. Kassius sabía que mencionar aquel incidente era una advertencia pactada tácitamente entre los dos.

-Recuerdo al profesor Linge. - Fajra pareció animarse a hablar algo más por aquel detalle. - Yo era entonces parte del cuerpo de mecánicos del Fenrir. - Creía recordar que ese era siempre el nombre del barco principal de la flota de pesca de krakens. - Estaba con las turbinas y calderas, así que muy probablemente no nos cruzamos porque no salía de las cubiertas inferiores en esa época. - Algo captó su atención y movió un poco el timón para escorar ligeramente el pequeño dirigible. - Pero a él si le vi, me dijeron luego que insistió en bajar a ver la maquinaria; nos dio la mano a todos, sin importar lo manchados que estuviéramos de hollín o grasa. - Había olvidado ese detalle, pero era cierto. Kass y ella se habían quedado arriba hablando con el capitán mientras tanto. Sonrió al recordar aquella pequeña excentricidad de su abuelo, una de tantas de las que solía hacer gala.

-¿Y antes de eso? - Kass se levantó para identificar su destino, y ella le siguió antes de seguir preguntando. - ¿O siempre trabajó para la compañía? - Cuando se situaron junto a Fajra, ésta les señaló sin más hacia un punto en el mar que se encontraba frente a ellos, acercándose visiblemente, pero aún difícil de distinguir con claridad

-Yo empecé como mecánica ferroviaria, pero aquí en las islas hay que buscarse la vida como sea, así que aproveché lo que sabía de propulsión para conseguir aquel trabajo. Luego, bueno, me gusta pensar que he estado en el lugar correcto en el momento oportuno, y rodeada de la gente adecuada. - Sonrió con satisfacción. - Vayan de nuevo atrás si no les importa, el aterrizaje en la plataforma suele ser suave, pero tengo que ponerme con el viento de costado para que puedan enganchar bien la barquilla al llegar.

Antes de retirarse del extremo delantero de la cabina, Helga había podido observar que su destino era algo enorme que parecía medio flotar y medio estar anclado al suelo del océano ya que apenas se movía por las olas, presumiblemente debido a su tamaño. Su superficie metálica estaba llena de marcas para aterrizaje y balizas, y en ella pudo ver aún en la distancia a una persona haciendo señales para que se aproximaran, desplazándose entre los dos brazos de grúa que ocupaban parte de la cubierta. Se sentó de nuevo con Kass, esta vez intercambiando puestos, y al momento vio aparecer a su lado la torre de varios pisos que sobresalía en lo que creyó que sería la popa de la embarcación, aunque ésta le había resultado extrañamente cuadrada en lugar de alargada. Probablemente por debajo del nivel del agua había varios cascos para sostener esa especie de balsa y desplazarla.

A pesar del viento del que Fajra les había avisado, lo único que notó fue la colocación de los tirantes de sujeción y su puesta en marcha para bajar el último metro que les separaba de la superficie. La piloto no les esperó, y se limitó a hacerles un gesto invitador antes de abrir la puerta de la cabina y bajar de un salto ignorando los dos escalones que se habían extendido desde la base del dirigible.

Ya de vuelta en el fresco ambiente del verano nórdico de las islas Feroe, Helga echó un vistazo a todo cuanto la rodeaba, pero no había gran cosa salvo las grúas y el edificio de la torre, al que estaba volviendo sin mediar palabra el operario que había colocado los tirantes a la máquina. Le chocó algo que no hubiera una baranda en el borde de la cubierta, que parecía estar a unos cuatro metros del agua. El resto de dependencias y maquinaria debían estar bajo ellos, lo cual tenía sentido, pensó. Algo más allá divisó un par de hendiduras en los laterales como dos grandes entrantes paralelos en lados opuestos del casco. En una de las aperturas, que identificó como bahías de atraque, sobresalía una escotilla abierta. Kassius se encaminó rápidamente hacia allá y se volvió hacia ellas, preguntando:

-¿Está ahí el Capitán Dubhghaill? - Fajra asintió, pero no hizo ademán de seguirle. - Voy a acercarme entonces a saludar antes de que inicie la prueba. - Ella no conocía al marino, pero él sí, de la temporada que pasó allí durante sus años de viajes.

Helga sabía que iban a aprovechar su visita para hacerles una demostración de lo último en que habían estado trabajando en Krakensport. Se trataba de pequeños sumergibles que complementarían la flota de pesca, anclada en la ensenada frente a la ciudad, al pie de los acantilados, tanto en labores de investigación e identificación de piezas, como en su propia captura, aunque realmente los detalles de la maquinaria no le resultaban atractivos. Dejaba esas cosas a Kass, que siempre había sentido debilidad por todo tipo de cacharros y juguetes mecánicos, como le gustaba llamarlos para enervarle. En lo que sí tenía interés era en hablar con los naturalistas afincados en las islas, por una parte con Patur Hoydal por sus investigaciones de la peculiar bioquímica de los krakens, y por otra con Ástrid Pálsdóttir, que sabía que usaba otra de la estaciones de la compañía para hacer escuchas del lenguaje de las criaturas, el cual estaba cada día más cerca de entender.

-Hluot-wig quería empezar cuanto antes. - Fajra se dirigió a ella sin apartar la vista de la esclusa, contemplando ambas desde donde estaban cómo Kassius bajaba por la escalera vertical del submarino. La mecánica se cruzó de brazos, como resignada. - Está ansioso por probar el prototipo.

En ese momento el cierre de la escotilla cayó de golpe. En el silencio sólo roto por el suave viento, oyeron claramente cómo se activaban los pernos de seguridad y se soltaban los ganchos automáticos de la plataforma. Una luz roja se encendió en la parte superior durante un momento, luego la perdieron de vista cuando el barco se sumergió sin mayor ceremonia. Ambas se miraron por un segundo tras eso, pero entonces la puerta de la torre se abrió y un chico bastante más joven que ellas con un mono de trabajo se plantó en la entrada con la boca abierta.

-¿Y el Capitán? - Desconcertado, dio un par de pasos para comprobar que efectivamente le habían dejado en tierra. - ¿Se ha ido sin mí? - Parecía dolido, pero no recibió respuesta. En su lugar Fajra pasó como una exhalación a su lado. Helga la siguió camino de las escaleras que subían a la torre, tratando de no empujar al confuso copiloto.

-¿Qué ha pasado, Fajra? ¿Para qué subimos?

-¡Ese idiota impaciente se ha pensado que era Niels el que bajaba y ha activado la inmersión! - No paró en su apresurada ascensión a la cima.

-¿Y qué hacemos? - Se apoyó con una mano en la pared del rellano para propulsarse y poder seguir el ritmo con el que la mecánica subía las escaleras de metal de tres en tres, rebotando contra la fría superficie.

-¡Ir a la cabina y tratar de convencerle para que dé la vuelta!

-¿Pero por qué? - Consiguió alcanzarla ya en el piso de arriba, donde se detuvo tras cruzar el umbral. - ¿Es que no es seguro el sumergible?

-¡Sí que lo es, pero conociéndole seguro que se va de caza, y no le he advertido que no lleva ni un maldito arpón a bordo!

Capítulo 2 - Corrientes traicioneras

-¡Ya pensaba que te habías acobardado, Niels! - Kassius bajó rápidamente los últimos peldaños de la escalerilla vertical que permitía el acceso al submarino, sin dejar de notar que la máquina se movía mucho y que se estaba inclinando hacia abajo peligrosamente. Se mordió el labio resignado a ir a bordo en la prueba, como había temido desde que unos segundos antes la escotilla se cerrara sobre su cabeza.

El interior del sumergible no era demasiado espacioso, y sólo había un camino que seguir por el estrecho y tenuemente iluminado pasillo. La voz de su amigo le llegaba desde allá, así que agarrándose a las manillas y asideros colocados por todas partes para no perder el equilibrio echó a andar.

-Pensaba que el miedo a la vieja Caribdis podría al que le tienes a Fajra. - La risa de Hluot-wig llenó la reducida cabina justo cuando llegaba a ella. - Heri y yo habíamos apostado a que al final te ibas a negar a venir. - No se había dado la vuelta en ningún momento, sentado ante una de las dos ventanas frontales, las cuales ocupaban del suelo al techo con su forma curvada hacia fuera. - Cuando volvamos espero que Saedir invite a una buena ronda para celebrar nuestro éxito, es la única que ha estado de tu parte. Asegúrate de darle las gracias luego, ¿eh? - Volvió a reír, esta vez con un toque de burla muy sutil, o quizá con una insinuación de lo que el tal Niels debía hacer al regresar a tierra. - ¿Vienes o no? Vamos, que te necesito para que vayas verificando los medidores de tu lado.

Kassius se plantó en mitad del pequeño puente apalancando su mano izquierda en un hueco dejado en el techo entre dos tuberías, no sabiendo si sacar al Capitán de su error o dejarle hablar un rato más. Se le veía eufórico. Dedujo que pensaba que era su copiloto, así que se decidió a ocupar el puesto libre a su lado, dejándose caer en el asiento bajo y acolchado ante la ventana de la derecha, separado del cazador de krakens por una caja de palancas de mando.

-¡Hombre, por fin! - Cuando Hluot-wig se giró hacia él la sorpresa sólo le duró un instante. - ¡Kassius! - Éste le miró con cara de circunstancia y luego sonrió, aceptando en silencio el fuerte apretón de manos de aquel lobo de mar que había conocido durante su estancia en las islas, antes de que liderara la flota. - No esperaba verte hasta después de la prueba, ¿qué haces aquí? - Ni le dejó responder. - Bueno, es igual, ya he empezado la secuencia de descenso, así que bien podemos seguir. - Devolvió la vista a las profundidades, que cada vez se hacían más oscuras ante ellos. Seguían estando inclinados hacia delante. - Enciende los focos secundarios, son los conectores amarillos a mano derecha. Cuidado que dan chispazo si no lo haces rápido. - Igualmente notó el pequeño fogonazo bajo los mandos, pero por suerte llevaba el guante de siempre para cubrir su prótesis de metal.

En el breve momento de paz que sucedió mientras Dubhghaill enderezaba algo el submarino escudriñando las profundidades y acercándose al cristal para estimar a qué distancia de la superficie estaban ya, Kassius por fin respondió.

-Acabamos de llegar, y que conste que me había asomado sólo para saludar. - No quiso que sonara a reproche, pero no era demasiado aficionado a meterse en cáscaras de acero por muy bien diseñadas que estuvieran para soportar la presión. - Pero no pasa nada.

-Vaya, disculpa. - Torció el timón hacia su izquierda y la nave replicó el movimiento escorándose hacia ese costado a la vez que seguía avanzando. - Pero lo siento más por Niels, él se lo pierde. - Rió brevemente y se encogió de hombros adaptándose al cambio de acompañante, aparentemente sin plantearse siquiera dar media vuelta. - ¿Qué profundidad marca la aguja de arriba? Es la que está junto al modulador de comunicaciones. - A pesar de hablarle, en ningún momento retiraba su atención del trayecto. Kassius sabía que Hluot-wig era así, acostumbrado a no darle demasiada importancia a las cosas en general, pero en cualquier caso, con él podía estar seguro en aquella máquina; había pasado más horas cazando krakens para la Compañía del Atlántico Norte que nadie y por lo que le había contado por carta, últimamente también bajo las olas en sumergibles como aquél en labores de exploración y hostigamiento de posibles presas. - Te quedarás un tiempo al menos, ¿no?

-Trescientos veinte, dice. - Ahora fue él quien se asomó contra el cristal curvo, sintiendo un momento de aprensión de pensar que pudiera romperse por su culpa. Al mirar hacia arriba distinguió algo de claridad proveniente de lo que pensó que sería el cielo aún bien iluminado de media tarde. Regresó a su asiento y suspiró. - Sí, al menos una semana, espero. No he venido sólo, me he traído a Helga esta vez. - Quería conocer a Hluot-wig, y también hablar con el doctor Hoydal, el biólogo jefe de la compañía. Algo sobre la tinta y los jugos gástricos de los krakens que había leído en un estudio publicado hacía poco, creía recordar. Ella, sus bichos y sus experimentos con sustancias de todo menos inocuas, pensó torciendo el gesto. Ciencia escurridiza, como la llamaba él.

-¿La cazadora? - Le había hablado de la nieta del profesor, por supuesto, durante sus largas noches a base de cerveza. Había habido lugar para muchas de esas en los meses que pasó allí años atrás. Hluot-wig dio otro nuevo volantazo a la vez que inclinaba el aparato hacia el lecho marino y aceleraba, lo cual hizo que el almuerzo tomado en el dirigible de línea se le revolviera a Kassius en el estómago. - Actívame los interruptores marcados del tres al diecisiete, por favor. - Otro giro brusco en dirección opuesta. - Encima de tu cabeza. - añadió al notar que no los ubicaba. Lo que iba a encontrar pronto eran los huevos con panceta si seguían moviéndose así.

-¿Qué son? - Acató la orden no obstante. - A todo esto, ¿quién es la vieja Caribdis? - El nombre tenía un cierto sabor peligroso y no dejaba de resonar en su memoria como si lo hubiera leído en algún sitio.

-Los arpones electrificados, los torpedos explosivos y las cerbatanas a reacción. - Hluot-wig enderezó la nave otra vez, ahora a mayor profundidad, quinientos metros largos según pudo leer. Activó un botón en un costado de la palanca del timón y la soltó, pero ésta no volvió a la posición de reposo. Debía ser una especie de piloto automático. Hizo un par de giros completos de los hombros para desentumecerlos tras la tensión y le encaró. - Una vieja amiga mía. O enemiga, según lo veas. - Soltó otra de sus risotadas, y esta vez las cuentas que llevaba engarzadas en la barba trenzada tintinearon un poco. Kassius no estaba seguro de entender qué había querido decir, pero empezaba a arrepentirse de haber preguntado por el gesto de su amigo. Enseñaba todos los dientes en una sonrisa muy marcada. - Posiblemente la hembra de kraken más grande en centenares de kilómetros en torno a las islas. Debe tener al menos cuatrocientos años por lo que estimamos. - Resopló. - Esa bestia ha hundido dos de mis barcos en lo que va de año, y creo que otro de los que perdimos el pasado también fue cosa suya. - Debió notar que se había quedado blanco de la impresión, porque se apresuró a quitarle hierro al tema. - Pero no te preocupes, no se acerca tanto a Krakensport, últimamente ha decidido guardar las distancias. - Se acomodó otra vez en su asiento. - Y si nos la cruzamos, bueno, quizá pueda darle parte de su merecido con esta pequeña joya que me ha diseñado Fajra. Que por cierto, tenemos que ponerle nombre, lo de “Prototipo subacuático K5” no me gusta, pero aún no se me ha ocurrido uno apropiado, uno que suene bien.

Hluot-wig recuperó el control del aparato consultando una a una las posiciones de las válvulas que había entre los cristales frontales. No estaban etiquetadas, pero Kassius dedujo que tenían que indicar el estado de la caldera de alta presión y del generador ambárico que estaban en la parte de atrás.

-Por cierto, ¿todo bien por tierra seca? - Así se refería él a todo sitio desde el que no se pudiera ver u oler el mar. - ¿Sigues en Dresde? - Un nuevo viraje inesperado. Maldijo por lo bajo agarrándose al asiento y cerrando los ojos un momento. - Que sepas que tenía ganas de que volvieras por aquí, ya ha pasado mucho desde la última. Esta noche abrimos un barril de los buenos, como en los viejos tiempos. - Sonrió con satisfacción. - Además, eres el único accionista que se digna venir por aquí, no te ofendas si lo digo así, de vez en cuando. E incluso cuando vienen, el resto ni osaría mojarse o ensuciarse las manos. ¿Así qué perspectiva del negocio van a tener? Seguro que se piensan que los krakens vienen a nosotros para que les pesquemos mansamente, como una vaca que se deja ordeñar. - Soltó un resoplido. Estaba al mando de las operaciones de la empresa desde hacía un par de años, y por suerte tenía suficiente peso ante el consejo de administración para que le hicieran caso en lo que a organización y estrategias de caza se refería, especialmente por su hoja de servicios antes de llegar a Capitán de la Flota. Pero eso no quería decir que le gustase tener que lidiar con los dueños de la compañía, afincados todos ellos en las lejanas tierras continentales

Kassius se fijó en que habían llegado a una zona donde el suelo se elevaba lentamente bajo las luces amarillentas, y supuso que estaban acercándose a Vágar, quizá para atracar en el puerto. Sin embargo, repentinamente el fondo desapareció bajo ellos y quedaron otra vez en las tinieblas, sólo rodeados por el resplandor de los faros delanteros, que iluminaban las aguas más inmediatas únicamente, formando dos haces por delante del submarino. Elevó una ceja receloso ante el cambio de escenario, pero antes de que pudiera decir nada, Hluot-wig les lanzó casi en vertical hacia el abismo y él tuvo que llevarse una mano a la boca, haciendo esfuerzos desesperados. Sospechaba que a Fajra no le haría demasiada gracia que ensuciara su prototipo.

El Capitán se percató de su gesto desencajado.

-Oye, ¿estás bien? - Pero algo atrajo su mirada en el exterior y dejó de prestarle atención para vislumbrar de nuevo lo que había creído ver fugazmente ante ellos. - Perdona, eso ha sido un poco repentino, seguro que no estás acostumbrado. - Pero seguía sin retirar los ojos de las profundidades, aminorando la marcha. Apretó más la vista, aunque no parecía tener éxito. Sin mirarle, le hizo nuevas indicaciones. - Por favor, encima de los secundarios tienes los controles para los focos principales. Llévalos al máximo de golpe, pero estate listo para apagarlos si te lo indico. No, mejor haz un destello, con encenderlos medio segundo me vale. - Kassius obedeció, accionando los mandos rojos de las luces y volviendo a desconectarlos al instante. Sin embargo, ese tiempo fue suficiente para que aquella visión le paralizara en su asiento.

-¿Qué es eso? - No estaba seguro de si había gritado o había susurrado la pregunta.

-La vieja Caribdis. - Y con una sonrisa de maníaco, Hluot-wig puso el motor a tope de potencia, dirigiendo el sumergible hacia aquella diosa de las profundidades.

Capítulo 3 - El ojo del huracán

Completó otro giro en torno a la torre, apoyándose a cada pocos pasos en la barandilla de la galería exterior para intentar detectar algo entre el suave oleaje del océano. Preocupada, entró de nuevo a la cabina acristalada. No le gustaba que una situación como aquella estuviera más allá de su control, y por el gesto que tenía Fajra, a ella tampoco. Al darse cuenta de que no podía contactar con el sumergible por el cable de comunicación había soltado una maldición y un puñetazo al panel de mando. Había empezado a dar órdenes sin parar tanto al joven copiloto, Niels, que subió raudo de la cubierta al puesto del vigía sobre la torre, como a la oficial de máquinas, Saedir, que sin mediar palabra salió corriendo de la estancia y bajó a los niveles inferiores, donde ya estaba el mecánico Heri, que según Helga dedujo, debía ser el que les había ayudado a aterrizar. Por las palabras de su acompañante, parecía no haber nadie más que ellos cinco a bordo, lo cual era paradójico con el tamaño de la plataforma, pero después de todo, para probar los submarinos no les hacía falta mucha gente.

-¿Cree que estarán bien? - No le importó que se notara su preocupación; no hacía falta ser muy perspicaz para darse cuenta de que la Primera Mecánica también lo estaba por el ceño fruncido y la boca apretada.

-El motor y el casco los hemos revisado docenas de veces, eso no me inquieta. - Torció el gesto, sin dejar de mirar por el ventanal de un lado a otro. - Pero es que le puede. Le puede. Tenía que haber sabido que haría eso. Y para colmo, creo que ha cortado el cable de seguridad.

-¿Cómo? ¿Por qué iba a hacer algo así? - Parpadeó, temiendo que el piloto del sumergible fuera un demente, aunque eso le chocaba con todo lo que su compañero de viaje le había contado a lo largo de los años. Dubhghaill era osado, sí, y muy bueno en su campo, quizá el mejor, pero nunca le había parecido peligroso, y esperaba no equivocarse.

-Porque le importa un bledo todo eso, lo único que quiere es acción. Y cuando uno lleva desde los doce años cazando krakens con arpón, no hay muchas cosas que encuentre estimulantes. - Helga tardó unos segundos en digerir aquel análisis hecho con palabras tan duras, y eso sólo le hizo estar más preocupada por Kass. - No le pasará nada, nunca le pasa, pero a veces pienso que hasta le gusta ponerse en peligro. - Fajra resopló. - El mes pasado disparó un arpón autopropulsado a través del casco porque no tenía buen ángulo para dar al kraken. ¡Disparó a través del barco! - Elevó las manos al cielo, clamando. Ella la miraba en silencio, imaginando los malos ratos que le debía hacer pasar alguien así de temerario.

-Me ha parecido ver algo. - El altavoz reprodujo la voz de Niels, sacando a Fajra de su discurso enervado. - Nornoroeste. - Ambas se giraron a su derecha, guiándose por la posición del Sol. Miraron durante unos segundos, y a la vez que el vigía volvía a hablar, ellas también distinguieron algo. - ¡Ha salido a la superficie! Se ve el extremo de la escotilla y va dejando una estela enorme, creo que van a toda velocidad. ¡Vienen directos hacia aquí! Esperad… - Calló unos instantes en los que el resto del mundo pareció enmudecer también. - Llevan algo detrás. - La cazadora se estremeció, quiso pensar que de excitación, de pensar en ver un kraken vivo así de cerca.

-¿Cómo que algo, pegado? ¿¡Cómo van a llevar algo detrás, Niels!? - Fajra se acercó mucho sobre el micrófono del intercomunicador. Si el chico llevaba auriculares, entonces le había dejado sordo.

-No lo sé, pero es grande. No, grande no, ¡enorme! ¿Pero no veis el bulto que hace en el agua? ¡Por todos los dioses, jefa, eso es uno de los ancestrales! ¡Les persigue uno de clase A! - Aún sin saber qué quería decir, Helga supo que no era nada bueno por el miedo que impregnaba las palabras del muchacho.

Pero Fajra no perdió ni un segundo, volviendo a agacharse.

-¿Le habéis oído? - No retiró la mirada del horizonte, en el que se veía cada vez más claro al pequeño submarino correr hacia ellas. - Quiero los acumuladores a tope de carga listos para liberarla a mi señal, ¿entendido? Cuando yo diga, pero ni un segundo antes, Saedir. Y Heri, llena los tanques de flotación todo lo que puedas, hunde la plataforma un par de metros más si es posible.

-¿Estás segura, Fajra? - Ahí había una duda más seria de la expresada por el mecánico en sus palabras.

-¡Sí, haz lo que digo! - Devolvió su atención a Helga. - Si lo que va a hacer es estrellase contra el casco a propósito, prefiero que lo haga en un punto de los niveles justo bajo la cubierta, luego sólo tenemos que volver a alzarla inyectando gas en los depósitos.

-¿Va a empotrar el submarino contra la plataforma? - Descubrió que aquello le provocaba menos temor del esperable. Como si estuviera oyendo otra de las anécdotas del Capitán que Kassius le contaba de vez en cuando.

-No me sorprendería lo más...

-¡Está a punto de pillarles! - Niels gritó una vez más. - ¡Se les echa encima!

Ambas se lanzaron contra el cristal para intentar ver mejor en la distancia que les separaba de la persecución, que cada vez era más cercana. Al instante vieron cómo la punta del sumergible desaparecía bruscamente bajo la superficie a la vez que la enorme ola que le seguía parecía llegar a su posición, aunque sin detenerse. Contuvieron el aliento. El enorme kraken o lo que fuera estaba a sólo unos centenares de metros y aún se les acercaba sin aminorar la marcha.

-Saedir, preparada… - Fajra se acercó al micrófono como a cámara lenta. Helga no dejaba de mirar la ola, creyendo distinguir ahora bajo ella una gigantesca mole oscura y enfurecida. Estaba tan absorta en ella que cuando el submarino salió a la superficie tardó unos instantes en darse cuenta de que lo había hecho por completo. La Primera Mecánica en cambio reaccionó al instante. - ¡Ahora!

Mientras la pequeña nave se encontraba en el aire, describiendo una trayectoria que Helga encontró irreal, algo sucedió que hizo que la ola colapsara en parte justo cuando la criatura estaba casi encima de ellos. Una señal se iluminó en el gran panel, y así supo que habían liberado la carga estática que protegía el casco frente a ataques de seres marinos. La electrificación del exterior de la embarcación y del agua que les rodeaba no se podía mantener durante mucho tiempo, pero según había oído era enormemente eficaz contra los krakens, ya que afectaba a su delicado sistema nervioso. No obstante parte del movimiento les alcanzó, y por primera vez la plataforma pareció no estar anclada al suelo del océano, balanceándose notablemente. En medio de este bamboleo, el sumergible fuera de su elemento aterrizó con un ruido terrible de metal contra metal en el extremo de la cubierta contra el que se había dirigido todo el tiempo, rebotando un poco y arrastrándose luego por la superficie de acero pintado, en la cual iba dejando una profunda cicatriz.

Las dos se acercaron todo lo que pudieron a la gran ventana mientras contemplaban el penoso recorrido del prototipo, intentando estimar si se detendría a tiempo o volvería a caer al agua del otro lado del barco. Los últimos metros fueron pasando, cada vez más lentamente. El espantoso chirrido que había acompañado el fin del viaje desapareció, y con él cesó el movimiento, a sólo unos palmos del borde de la plataforma. Suspiraron con alivio y echaron a correr escalera abajo sin mirarse siquiera.

Fajra llegó a la cubierta la primera, pero se detuvo cerca de la puerta de la torre. Helga en cambio siguió corriendo hasta llegar junto a la malograda máquina justo cuando una escotilla lateral de emergencia se abría hacia fuera. Al primero que vió asomar por ella, con gesto triunfal en su rostro curtido, fue a Dubhghaill.

-¡El Pez Volador! ¡Así le voy a llamar! - Rio pletórico mientras intentaba salir de la cabina por el hueco, que era demasiado pequeño para su gran estatura. Cuando por fin pisó fuera, se irguió e inspiró hondo, tendiéndole la enorme mano al instante. - Usted debe ser Helga von Soltau, mucho gusto.

-Igualmente. - Ella le respondió casi maquinalmente, sin hacerse cargo aún de lo extraordinario de la situación, intentando encararla con naturalidad. - Conocí a su hermano Gunnar hace poco, por cierto. Me pidió que le diera recuerdos de su parte si le veía.

-¿Si? ¿Y cómo le va con sus krakens del aire? - El Capitán le señaló con un movimiento de la cabeza hacia el interior, sin esperar la respuesta. - El señor Folkvanger creo que va a necesitar ayuda para salir.

En ese momento la mano enguantada de Kass se apoyó en el marco de la portilla de salida, seguida luego por el resto de él. Helga no recordaba haberle visto con tal mala cara en mucho tiempo. Estaba blanco como el papel, con los ojos desorbitados. Se apresuró a ayudarle a salir, aunque él rechazó en parte el gesto, pidiéndole espacio para poder respirar. Dieron un par de pasos alejándose del vehículo estrellado.

-¡Fajra!, ¿lo has visto? - Hluot-wig se dirigía a la mecánica, que no se había movido de su sitio junto a la puerta de la torre en todo ese tiempo y le miraba con franco enojo. - Ha sido fantástico, esta vez te has superado. ¡Vuela! - Soltó una fuerte carcajada. - ¡Y qué maniobrable! Suave como la seda, es un placer llevarlo. - No dejó de acercarse a grandes pasos a ella. - No han funcionado los arpones, pero bueno. Y quizá podíamos intentar aumentar algo la potencia, la vieja Caribdis ha estado a punto de pillarnos un par de veces.

Llegó junto a ella, y desde la distancia, Helga vio que el gesto de enfado en la Primera Mecánica iba creciendo, cada vez más frío y condensado. Siguió andando sosteniendo a Kassius mientras éste iba recuperando el equilibrio y el color. De repente, como un resorte que se activa, Fajra le soltó al marino una sonora bofetada a toda velocidad que les hizo detenerse en el sitio a ambos. Dubhghaill la acusó llevándose la mano a la mejilla pero sin decir nada en absoluto.

-Has cortado el cable. - Aquel reproche podía atravesar paredes por el tono empleado.

-¿Qué? Pues claro. ¿Cómo iba a probarlo con eso enganchado? - Seguía cubriéndose el lugar del impacto. - Necesito libertad de movimientos, y además, es muy corto. - Helga no le veía la cara a él, pero le bastaba con ver la de Fajra. - Perdona por lo del submarino, no sé si será recuperable. - Señaló por encima del hombro.

-¡A la porra el submarino! - Con esa mirada podía taladrar a una persona normal, y tenía los puños apretados como si fuera a volver a golpearle en cualquier momento.

-Lo siento. De verdad. - Fue a colocarle una mano en el hombro, pero se detuvo a medio camino. - ¿Por qué estás tan enfadada?

-Me tenías preocupada. - Aún con la diferencia de altura, ya que Dubhghaill le sacaba una cabeza a prácticamente cualquiera, Fajra no dejó de reprimirle con dureza, acercándose más a él. - No vuelvas a hacerlo. - El cazador de krakens se inclinó poco a poco hacia el rostro de ésta, dándoles aún la espalda a sus silenciosos espectadores.

Kassius fue a decir algo, levantando una mano para enfatizar aquello que estuviera pensando, pero no llegó a abrir la boca porque un codo se hincó en sus costillas por segunda vez en el día. La mirada que Helga le dirigió fue sumamente significativa, y por una vez, éste comprendió rápidamente la situación. En el silencio que cayó entonces en la cubierta, ambos se volvieron discretamente para dejar que la Mecánica y el Capitán arreglasen sus diferencias con un beso mecido por las olas del mar.

Dedicado a Fajra y Hlout-wig.

15 de agosto de 2017

Espíritus celestiales

Queridísima madre:

Finalmente los esfuerzos de padre por complacer al Khan de Kokand dieron sus frutos, y nos permitió acompañarle en la ceremonia anual de bienvenida a los dioses, una tradición que data de tiempos inmemoriales en la que los pueblos nómadas de la región guían, montados a caballo, el vuelo de los enormes krakens del aire en su tránsito desde las montañas de Asia Central hacia los fríos desiertos polares siguiendo los fuertes vientos del verano que se aproxima. Cada año el soberano permite que un reducido grupo de dignatarios le acompañe en la barquilla de su dirigible personal volando junto a estas criaturas que los pueblos de las estepas veneran como espíritus celestiales ya que jamás tocan la tierra. A diferencia de la cabalgata, esta costumbre es relativamente reciente, ya que fue instituida a finales del reinado de su antecesor en el trono, cuando aparecieron las primeras aeronaves y el entonces Khan encargó el que fue su buque insignia para, en un alarde de valor y vanidad, situarse al mismo nivel que sus deidades.

Nunca había visto un espectáculo tan sobrecogedor. Ojalá pudiera transmitirte la sensación de humildad que se siente al contemplar tan de cerca un kraken del aire, con su enormidad y majestuosidad sin comparación, y más aún cuando se trata de toda una procesión de ellos. Guiándose por las corrientes que se encauzan con fuerza por los anchos valles que se abren hacia tierras kazajas, éstos se deslizan no como veloces pájaros, sino aprovechando su flotabilidad natural y propulsándose con movimientos coordinados de todos su tentáculos. Su tenue y liviano cuerpo cuenta con varios órganos llenos de gas que actúan como tanques de flotación que estos seres dilatan o contraen a voluntad para cambiar su densidad en comparación con la del aire. Las personas no hemos inventado nada en realidad, todo ha sido antes creado por la Naturaleza.

Los especímenes más habituales superan los ochenta metros, con los más ancianos y por tanto mayores, ya que nunca dejan de crecer en su vida, rozando el medio millar de metros, unas dimensiones que se me antojan irreales por completo en cualquier caso. Muestran una coloración verde y una superficie rugosa que recuerda a rocas cubiertas de musgo, en lo que muy probablemente sean colonias de algas simbióticas que nutren al cefalópodo a cambio de la humedad de las nubes que puede atravesar sin acusar los impactos de los rayos, y de la luz del sol que recibe a las fantásticas alturas que es capaz de alcanzar, por encima de cualquier globo o artefacto ideado hasta la fecha. Esto sin embargo sigue sin dar explicación a la existencia de una boca en la base de sus extremidades cuya finalidad no queda clara aún, ya que sólo se tiene constancia de dos cuerpos que hayan podido estudiarse, aunque no de manera rigurosa, en lo que va de siglo. Lo que por desgracia nunca ha podido ser descubierto es su método de reproducción.

Pero lo más sorprendente, y eso es algo que no podía entender hasta haberlo presenciado, es que no son meras bestias salvajes, como se afirma por analogía con sus parientes marinos. No, hay un brillo en sus ojos que denota una inteligencia profunda y antiquísima, y miran con una extraña mezcla de curiosidad e indolencia. En el momento álgido de la ceremonia, en la que padre, mis hermanos mayores y yo misma tuvimos el honor de participar, la nave del Khan se eleva rápidamente hasta alcanzar la altura excepcionalmente baja a la que vuelan las criaturas al pasar sobre las praderas, y entonces, como si éstas la reconocieran como una de ellas, cesan su movimiento y únicamente flotan a su lado, dejándose acompañar por el dirigible, que no es mucho mayor que la más pequeña de ellas. Quizá por estar pintado en colores similares a los suyos, dorado y verde, lo identifican como una cría y pasan a moverse con suavidad a su lado, para evitar hacerle daño. O quizá realmente reconocen que esa nueva figura en el cielo es algo ajeno a ellas pero que igualmente tiene derecho a compartir sus dominios. Puede que únicamente nos toleren como una persona puede no molestarse por una hormiga que sube por su mano, lo cual es inquietante, pero lo cierto es que ninguno de los krakens hizo ademán de atacar o acercarse demasiado a nosotros. Luego simplemente, después de ese momento de armonía, la nave desciende de nuevo y los dioses, como dijo el Khan siguiendo la plegaria ritual de agradecimiento, continúan su camino después de bendecir una vez más a su pueblo.

Te escribo estas líneas desde Taskent con la esperanza de que te lleguen a través del correo imperial del Zar, ya que nosotros debemos continuar camino hacia Isfahán, desde donde espero volver a enviarte noticias de nuestro viaje, y donde muy probablemente me encontraré para mi decimoquinto cumpleaños. Yo mientras tanto soñaré cada noche con estos reyes celestes, las más magníficas criaturas que jamás vi.

Tu hija que te echa de menos,

Helga.

14 de agosto de 2017

Un sabotaje refrescante

Un chorro de agua se elevó triunfante en vertical, compacto y con bastante presión aún, al otro lado de la ventana. Unos metros más arriba colapsó abriéndose como una palmera y salpicando la sobria y austera fachada del edificio de la Compañía de Aguas de Dresde, conocida popularmente como el Canal de Semper por el arquitecto civil que sentó sus bases. Cuando el líquido alcanzó la calle tres pisos más abajo en forma de lluvia, los gritos de alegría de los chiquillos que habían salido para disfrutar de aquella diversión alcanzaron los cristales de la sala donde la joven Victorique Leclerc estaba sobrellevando con aplomo y casi indiferencia un aburrido interrogatorio.

-¿Pero usted cree que eso es normal, señorita? - La voz de aquel burócrata sonaba contenida a pesar de que el dedo apuntando al exterior era claramente acusador. Ella le dirigió una mirada inexpresiva que el hombre recibió con frustración. - ¡Inaceptable es lo que es! ¡Y altamente irresponsable! - No estaba consiguiendo amedrentarla en absoluto.



Otra de las bocas de riego cercanas abrió repentinamente su válvula principal y proyectó un surtidor hacia el cielo unas cuantas casas más abajo. Tan pronto alcanzó su máxima altura se cortó en seco, y siguiendo una coreografía cuidadosamente estudiada, otros dos tomaron el relevo más allá, en extremos opuestos del muro de piedra y acero que cercaba la Escuela Independiente de Alta Enseñanza, como si ésta hubiera instalado fuentes decorativas. Toda la ciudad estaba equipada ahora con ellas gracias a Victorique.

Un autómata con su traje de mayordomo entró en el despacho en el que estaban y se quedó estático en un rincón tras dejar una carpetilla sobre una mesa auxiliar. Era de los que no podían hablar, un modelo dorado de manufactura napolitana altamente especializado en protocolo, de los que gustaban los aristócratas. Ella apartó la vista del espectáculo en la calle y sonrió socarrona en la silla.

-Ciertamente no es normal, Monsieur Gleiser, las temperaturas que hemos sufrido a lo largo de este verano son preocupantes. - Su pronunciación estaba bastante influenciada por su lengua materna. - Es una suerte que alguien haya decidido aliviar la situación, ¿no cree? - Señaló por encima del hombro hacia la amplia ventana tras la cual los chiquillos corrían de un surtidor a otro con gritos y risas tan pronto aparecían, en lo que se había convertido rápidamente en un juego para ellos. - Por lo que oigo, la idea ha sido bien recibida por la ciudadanía.

-¡Guárdese sus comentarios ingeniosos, señorita Leclerc! - Se estiró tras el nuevo exabrupto, más indignado que enfadado, y recogió los papeles que le había traído su sirviente. - Sabe perfectamente que esto tendrá consecuencias. - La miró con seriedad, apretando los documentos. - Y a pesar de eso, ha venido usted directamente a entregarse y ha confesado ser la autora de tan despreciable sabotaje.

-Porque veía que no habían puesto remedio desde la Compañía a pesar de haber dispuesto de un día y una noche completos para ello, empezaba a preocuparme por la imagen de ustedes. - Se inclinó a un lado para hacer contacto visual con el autómata. - ¿Sería tan amable de traerme una taza de café, por favor?

-¡No! - Franz Gleiser se volvió en redondo para anular la orden dada antes de que la máquina se pusiera en marcha obediente, pero el gesto sardónico en la redondeada cara de Victorique le hizo titubear. - Que sean dos. - Y luego mirando a la chica a los ojos. - Pero sólo si me explica por qué lo ha hecho.

Ella hizo ver que se lo pensaba llevándose un dedo a los labios con bastante teatralidad. Finalmente accedió con un asentimiento, cuando el mayordomo mecánico ya había salido.

-Estaba intentando poner a prueba el sistema, Monsieur Gleiser.

Éste seguía de pie, ahora hojeando los documentos uno tras otro, con aire concentrado.

-¿Con qué finalidad haría eso? - Levantó la vista sólo un instante para mirar por encima de los cristales de sus gafas antes de seguir hablando. - Es mi responsabilidad mantener todo en funcionamiento y en perfecto estado por si se declara un incendio; al haber afectado a las bocas que usan los bomberos, ha puesto usted en peligro a toda la ciudad. - Bajó los papeles. - No me puedo creer que sea usted tan irresponsable y tan necia como para no entender eso.

Victorique suspiró. Aquel hombre no iba a entenderla dijera lo que dijera, pero quizá si alargaba el interrogatorio todavía conseguiría lo que quería. Le pareció ver el sello del Instituto en uno de los documentos, y eso le dio esperanzas. Quizá aún saliera todo como ella esperaba. Intentó seguir confundiendo a Gleiser un rato más, tentando la suerte.

-Las calles son ríos que devuelven el agua al Elba, de donde el Canal la toma corriente arriba en cualquier caso. Todo está tan empapado que no hay manera de que algo prenda fuego. Relájese. - El surtidor de la fachada detrás de ella volvió a izarse con fuerza y a caer sobre los niños. - Además, en el caso de que fuera necesario usar el sistema, de la forma sincronizada en que se producen las descargas no hay una pérdida de presión apreciable en las conducciones, me aseguré de ello. Y usted también lo sabe, Monsieur, la ciudad no está en riesgo. Lo que no acepta es que les haya dejado en evidencia, ¿verdad? - Le dedicó una sonrisa angelical e inocente que consiguió el efecto deseado, desquiciar de nuevo a aquel caballero.

-¿¡Pero se puede saber por qué se lo toma a broma!?¿No se da cuenta del problema en que se ha metido? - Agitó la carpetilla que tenía en la mano y luego la plantó no muy delicadamente en la mesa que se encontraba entre ambos. - No va a salir fácilmente de ésta, ¿me entiende? El Instituto nos ha indicado que había presentado usted candidatura para realizar su tesis en hidráulica avanzada con el profesor Havilland. ¿Qué cree que decidirán cuando se enteren de esto? - Eso es precisamente lo único que preocupaba a la chica. - Porque, y esto puedo garantizárselo sin el más mínimo atisbo de duda, se van a enterar si es que no lo saben todos allí ya. - Clavó un dedo en el fajo de documentos, confirmando su sospecha.

De repente, la puerta del despacho se abrió sin previo aviso y una mujer de rostro serio y vestido gris oscuro y largo apareció bajo ella. Su cabello rubio iba recogido por detrás en un peinado elaborado típico de los Países Bajos, haciéndole aparentar mayor edad de la que tenía en realidad. Victorique perdió en parte el color al momento, reconociendo a la cabeza del departamento al que había solicitado acceder como investigadora. Por fin había llegado la hora de la verdad tras tanto preámbulo.

-Señorita Waas - Gleiser se acercó apresuradamente y le dedicó un saludo cortés, reverencia y beso en la mano incluidos, pero ella no perdió su gesto adusto. - Gracias por venir con tan poca antelación.

-Franz, necesito unos minutos a solas. - La recién llegada no demostró haberse percatado del habla untuosa del burócrata. En su lugar, le encaró bajando algo la vista hacia él. - ¿Puede esperar fuera, por favor?

El oficial se mostró confuso, intentando resistirse a que le echaran de su propio despacho pero sin poder presentar oposición dado el tono de voz empleado. Le dedicó una última mirada a Victorique, y se ausentó excusándose ante Chloe Waas. Ésta, que además de ejercer en su puesto docente en el Instituto también era consultora habitual para el Canal de Semper, tomó asiento frente a la joven, que trató de mantenerse serena. Cambió el alemán por el francés, pero no perdió su frialdad.

-¿Sabe por qué he venido? - Asintió. - Bien. - Su voz acerada no le iba a dar un respiro, y lo demostró ordenando sin mayor preámbulo. - Va a emitir una disculpa formal a la Compañía por esto. Va a elaborar una disertación sobre cómo lo ha hecho y cómo se puede prevenir para que nadie lo repita, y por supuesto tendrá que presentarla ante todo el departamento de planificación y control de la red de aguas. - Vio su aire contrariado y añadió, mucho más inflexible de lo que sus palabras daban a entender. - O si lo prefiere puede hacer frente a una cuantiosa multa y regresar a Toulouse. - Un nuevo asentimiento, más rápido y pronunciado de lo necesario, fruto del miedo. La holandesa tenía perfectamente claro lo que había venido a decir, y la chica temía lo que aún no le había comunicado. La estudiante notaba sus manos congeladas. - Bien. Por si le quedaba alguna duda, señorita Leclerc, Havilland no va a aceptar su candidatura después de este incidente, por supuesto. Dice que es usted demasiado impredecible y temeraria. - La chica maldijo en silencio, entendiendo el error de cálculo cometido, ya que esperaba que su audacia fuera apreciada positivamente por los germanos. Su monólogo acabó con una confirmación. - Igual que opinan todos los demás bajo mi responsabilidad.

La catedrática se levantó sin hacer ruido a la vez que el autómata de Gleiser regresaba y depositaba una bandeja con dos tazas de café sobre la mesa. Victorique se quedó contemplando la bebida sin rastro del descaro que había mostrado anteriormente, sabiéndose derrotada. Una levísima sonrisa cruzó la boca de Waas antes de desaparecer sin que la chica se percatara en absoluto.

-Tiene usted talento, señorita Leclerc, y sería una pena que se desperdiciase o peor aún, que se emplease con malas intenciones. - La estudiante francesa levantó la cabeza con brusquedad. Waas hizo una pausa deliberada, cruzando la mirada con ella. Pareció satisfecha de que no le rehuyera, y con un atisbo de sonrisa sentenció. - La espero al inicio del semestre, yo misma dirigiré su tesis. - Y sin añadir nada más, se dió la vuelta y salió del despacho.

El programa creado para su sabotaje eligió aquel instante para abrir a la vez todas las válvulas de la calle, y luego nuevamente, en varias pulsaciones sucesivas cada vez más cortas, para acabar la rutina de apertura con una explosión simultánea de máxima presión que hizo que lloviera literalmente sobre todos los transeúntes y vehículos.

Victorique se quedó allí en silencio, respirando hondo varias veces, tratando de calmarse. Tomó un sorbo de su café elevando la taza con manos progresivamente menos temblorosas, y permitiéndose un mueca de alegría se dijo a sí misma que tanto trabajo había merecido la pena después de todo. En la calle los niños y su alborozo estaban muy de acuerdo con ella.

13 de agosto de 2017

Investigaciones inconclusas

Capítulo 1 - Teorías descartadas

Perseus se removió dentro del grueso abrigo, intentando acomodarse otra vez para notar lo menos posible el frío de aquella mañana invernal. Los terrenos interiores del Instituto estaban blancos, árboles, tejados y estanques, pero bajo los caminos empedrados y la pista de aterrizaje las resistencias ambáricas habían cumplido su función, derritiendo la nieve. De esa forma caminar entre los edificios del enorme complejo ubicado en un promontorio a orillas del Elba, al este de la ciudad, era sencillo. Aunque tratándose del segundo día de enero, no había aún apenas docentes ni investigadores, por no decir ya estudiantes, y menos a una hora tan temprana. Pero ellos tenían que estar allí, Nevrakis y él, para recibir a su visitante. Bueno, realmente sólo él, como cabeza del Consejo Rector, pero el griego había insistido, y como no quería que le diera mucho la tabarra al respecto, él había accedido de mala gana, esperando que supiera comportarse adecuadamente ante alguien del nivel de Klaus Knudsen.

El empresario danés, dedicado al transporte aéreo y por vía férrea, era una persona muy influyente en los círculos de toda Europa, y su contribución económica al Instituto, en absoluto desdeñable. Estaban allí para acompañarle, puesto que los detalles sobre la muerte de su nieto, los pocos que tenían, ya se los habían proporcionado en su día. Perseus aún se debatía internamente entre darle el pésame al viejo mecenas o no, puesto que la verdad era que nunca habían encontrado el cuerpo del joven Jorgen, compañero de Nevrakis y de él en el Consejo. Técnicamente era una desaparición pero tras casi mes y medio desde el suceso, a finales de noviembre, no habían conseguido la más mínima pista del paradero del investigador. Tenían que afrontar la seria posibilidad de que algo grave le podía haber ocurrido. Se sentía como si tuviera que dar explicaciones, como si fuera culpa suya, y temía la reacción de Knudsen y las consecuencias que pudiera acarrear todo aquel asunto.

-Veo que tiene buen gusto además de mucho dinero. - A su lado, Eleutherios Nevrakis parecía ajeno al frío, y sonreía no sin cierta amargura mientras señalaba hacia un punto en el cielo donde él aún no veía nada. Debía estar perdiendo visión, lo cual para un astrónomo no dejaba de resultar inquietante. - ¿Ves? El dirigible en el que viene es un diseño de los míos.

Perseus Dutschenfeld puso los ojos en blanco y se dijo que a pesar de todo, su acompañante se mostraba demasiado jovial para la situación en la que estaban. Sabía que lamentaba la pérdida de Knudsen y que había querido estar allí para decírselo al abuelo de éste en persona. Después de todo, había tenido más cercanía con el físico que prácticamente cualquier otro allí. Posiblemente porque ambos eran igualmente excéntricos, cada uno a su manera. Pero aunque su forma de comportarse habitual fuera ésa, había momentos y momentos…

Esperaron pacientes los pocos minutos restantes hasta que la aeronave privada, de barquilla plateada y bolsa decorada con filigranas doradas y rojas, se acercó a la posición de atraque. Los anclajes magnéticos bajaron y se ajustaron por sí mismos, de tal forma que ya sólo tenían que recoger los cables para terminar de bajar hasta el suelo con exactitud y suavidad. Ambos marcharon a paso ligero al tiempo que un autómata descendía por la escalerilla desplegable, seguido por otro idéntico que ayudaba a bajar a un anciano de cabellos blancos y ralos, anteojos pequeños, barba poblada pero cuidada que ocultaba un mentón fuerte, bien abrigado, y que sin duda era su ilustre huésped. Además, el parecido familiar era innegable, especialmente en los ojos claros. Como representante del Instituto, Perseus se adelantó levantando una mano e inclinando ligeramente la cabeza.

-Bienvenido a Dresde, Herr Knudsen. - Algo encorvado, el otro devolvió el gesto, flanqueado por sus mayordomos metálicos. Uno de ellos le sostenía del brazo izquierdo. - Lamentamos enormemente que su visita sea motivada por este desafortunado acontecimiento. - Pensó que había sonado correcto, aunque no hubiera especificado demasiado.

-Gracias, Presidente Dutschenfeld, Sternfänger. - Al oír que usaba su título honorífico no pudo evitar hincharse. - Me alegra verle a usted también, profesor Nevrakis. - Su voz sonaba serena, ajena a lo sucedido. - Mi nieto me habla de usted en sus cartas con admiración y mucho aprecio. - El presidente escuchó aquello y sintió un pinchazo por dentro. Aquel hombre se refería al joven en presente y eso no era un buen síntoma.

-Es triste conocerle en estas circunstancias, señor. - El griego se acercó y le estrechó la mano con efusividad. - Permítame decirle que hemos buscado a su nieto, removiendo cielo y tierra, sin dar con él.

Era la primera vez que el danés pisaba el Instituto en treinta años, por lo que sabía Dutschenfeld. Hasta entonces sólo habían tratado con sus representantes. Aún recordaba el día en que, siendo él miembro novel del Consejo, éstos habían llegado, diciendo que el empresario quería contribuir al bien de la ciudad en la que había hecho su primera fortuna.

-Les agradezco su esfuerzo. A ambos. - Tomó aire y se estiró un poco, ganando unos centímetros. - Pero creo que no merece la pena que continúen la búsqueda. ¿Podemos ir al alojamiento de Jorgen, caballeros? No tengo mucho tiempo para esto, me esperan en Praga para almorzar. - No esperó a que le respondieran y empezó a andar junto a sus asistentes autómatas, dejando al comité de bienvenida atrás. Perseus y Eleutherios se miraron, y los dos compartieron una mirada un tanto incómoda por la forma en que Knudsen había dicho aquello. Especialmente el griego, que parecía profundamente turbado, pero no dijo nada. Siguieron al industrial del transporte, limitándose a señalarle brevemente a él y a sus ayudantes el edificio donde los profesores regulares y algunos eventuales tenían sus apartamentos. Muchos evitaban así tener que desplazarse desde la ciudad cada día.

No tardaron en llegar a un pasillo del ala derecha del primer piso, donde se encontraba la residencia del investigador desde que había obtenido su doctorado en física teórica. Lo había logrado con una investigación sobre partículas que había impresionado al tribunal, suponiendo que hubieran entendido lo que el joven había bautizado como Efecto Knudsen. Perseus se sabía ignorante en muchos campos, pero por lo que el danés les había intentado explicar al entrar a formar parte del Consejo, era algo relacionado con la coexistencia de estados y posiciones de los componentes últimos de la materia bajo ciertas circunstancias hipotéticas. O algo así.

El alojamiento tenía su dormitorio, su baño privado, un salón destinado a las visitas y que estaba forrado de estanterías, muchas de ellas vacías, así como un estudio privado el cual estaba abarrotado de diarios de investigación y libros de notas. Las paredes de éste tenían varios tablones cubiertos de papeles pinchados, todos ellos llenos de fórmulas, diagramas y una escritura limpia pero muy pequeña, como si su autor quisiera usar el mínimo espacio posible. La doble mesa junto al ventanal que daba al tranquilo patio interior del edificio tenía encima un grueso libro y dos calculadoras de entrada microperforada, conectadas en paralelo, que Perseus supuso debían haberle servido a su dueño para efectuar simulaciones para sus experimentos. El viejo se detuvo frente a todo ello y se inclinó para mirar por la ventana a los árboles nevados que crecían dentro del espacioso claustro acristalado de la planta baja.

-Jorgen encontró aquí la paz que necesitaba para hacer sus investigaciones, y por eso les he de estar agradecidos. - Hizo una pausa en la que ambos académicos se quedaron en silencio, no queriendo interrumpir los pensamientos del visitante. - Mi nieto quería entender por qué el mundo se comporta de la manera en que lo hace y no de otra. De niño siempre preguntaba por todo, y por eso cuando tuvo edad suficiente solicité su ingreso aquí. - Dutschenfeld recordaba que la petición para que el nieto de catorce años de su principal patrón fuera admitido había encontrado escollos, pero afortunadamente el chico había demostrado que pese a su edad, tenía nivel más que suficiente. Nevrakis asintió, como si él también lo supiera, pero lo hizo algo inquieto, muy alejado de su habitual despreocupación. El viejo seguía sin demostrar el más mínimo pesar, sólo una leve melancolía. A Perseus también le resultaba fuera de lugar esa falta de apego, pero no iba a pretender que la desaparición del joven le había afectado tanto como al griego. Knudsen se volvió hacia uno de sus sirvientes y empezó a dar órdenes con voz de mando, dejando atrás el tema. - Kiel, haz un inventario de todo lo que haya que enviar a casa y lo dejas en la conserjería de la entrada. - Recogió el libro del escritorio y se lo pasó al otro autómata. - Helm, por lo que veo éste no es de Jorgen, sino de la biblioteca del Instituto. Asegúrate de que vuelva a su lugar.

-Yo me haré cargo de eso, señor. - La mano de Nevrakis saltó rauda y capturó el volumen antes que el mayordomo, el cual no dijo nada. - Si me disculpa, tengo obligaciones que me requieren en otro lugar, así que debo ausentarme. - Perseus conocía bien el carácter del afable diseñador de aeronaves y notaba perfectamente que estaba deseando irse de allí, arrepentido de haber conocido al mecenas. Sintió pena por su decepción. No obstante, el griego no perdió la cortesía, y se despidió con una breve inclinación. - Ha sido un placer, Herr Knudsen.

-Gracias, profesor. No le retendré más. Aprecio que haya venido.

-Nuevamente, siento mucho su pérdida. - Y sin añadir más, con el libro bajo el brazo, salió del estudio y del apartamento.

El viejo danés encaró a Perseus de nuevo, y su mirada triste le sorprendió. Ya no sabía qué deducir de su indiferencia intermitente, ¿estaba afectado o no por lo que sea que hubiera pasado con su nieto?

-Desearía ver el laboratorio de Jorgen, si es posible.

Dutschenfeld ya esperaba eso, así que recuperando la compostura le pidió que le acompañara. El autómata que había quedado ocioso volvió a ayudarle a moverse hasta los ascensores, y pronto estaban camino del otro extremo del complejo. Pasaron cerca del edificio de la biblioteca mecanizada que, dado que había sido financiada por él, tenía el nombre de Klaus Knudsen grabado en la puerta principal, por la que se accedía a su única planta sobre el nivel del suelo. Bordeando las construcciones de distintos estilos y tamaños, siguiendo los caminos sin nieve, finalmente llegaron al taller asignado al joven físico. Estaba aislado, ubicado a petición suya lejos de otras estructuras para tener las mínimas interferencias posibles. El comité de espacios no había visto problema en adaptar las viejas caballerizas del castillo medieval donde se había asentado el Instituto en su origen. Perseus abrió la puerta del laboratorio, preparado para mostrar aquel desalentador panorama al anciano.

-Interesante. - Fue lo único que dijo éste al entrar, y nuevamente, el tono en que lo dijo le inquietó.

El suelo estaba cubierto de cristales que provenían de las ventanas rotas. Varios de los muebles que habían estado cubriendo las paredes yacían tumbados, como si alguien los hubiera tirado en un arrebato de furia. En el centro vacío de la estancia, del techo colgaban docenas de cables por todas partes, algunos del tendido para la iluminación, y otros que acababan en varias consolas con diales, palancas y accionadores. Todos estos aparatos estaban ennegrecidos, saboteados por quien quiera que había causado toda aquella conmoción al secuestrar a Knudsen y robar sus experimentos, o eso había deducido Perseus nada más entrar allí en noviembre.

-No sabemos quién hizo todo esto, pero suponemos que fueron los que se llevaron a su nieto.
Knudsen le miró perplejo, soltó una breve carcajada mal contenida y se volvió hacia su acompañante metálico, mientras Dutschenfeld enrojecía de vergüenza por la reacción del viejo.

-Helm, recoge los libros y notas que localices y llévalos al dirigible. - Luego le devolvió su atención, sin rastro de aquello que le había hecho tanta gracia instantes atrás. - Señor Presidente, Jorgen ya sabía cuidarse perfectamente cuando le recogí con siete años de las calles de Copenhague. - Sonrió brevemente otra vez. - No tema por él, de verdad, es un chico preparado y con recursos.

Perseus seguía mirando asombrado al anciano, que ahora le dio la espalda mientras contemplaba distraído el desastre que era el laboratorio de su nieto. El autómata terminó de examinar los muebles en busca de libros, pero apenas encontró nada. Cargando todo bajo un brazo y ayudando a su dueño con el otro, ambos pasaron al lado del astrónomo, que se quedó allí unos instantes más, a solas.
Estaba recordando que efectivamente sabía que Knudsen era adoptado, él mismo se lo había dicho en alguna ocasión. No sabía que había vivido en la calle, eso sí, pero lo mismo daba. Había quedado tan convencido del parentesco al ver al viejo por primera vez, que lo había olvidado.

Contemplando ahora cómo éste se alejaba del taller camino de su aeronave, Perseus Dutschenfeld frunció el ceño, planteándose todo tipo de absurdas hipótesis y tratando de encajar la actitud del empresario, absolutamente despreocupada, con la desaparición posiblemente violenta de su nieto. Como si supiera algo que ellos desconocían. Su risa de antes había parecido una broma privada.

Lentamente fue dando forma a una teoría de lo que podía haber pasado allí realmente, por muy rebuscada que le pareciera. Pero finalmente, después de darle vueltas, el viejo y respetado científico dijo para sí mismo, al tiempo que salía en pos del danés:

-Imposible.

Capítulo 2 - Hipótesis indemostrables

Eleutherios respiraba aceleradamente mientras bajaba las escaleras camino del exterior, dejando atrás a Perseus y a aquel hombre que tanto le había sorprendido, y no precisamente para bien. ¿Cómo podía mostrarse tan insensible con lo que había pasado? Incluso aunque no hubieran encontrado a Jorgen muerto, y se estremeció de pensarlo, tenía que estar al menos preocupado por su desaparición, a no ser que tuviera algo que ver con ella. Pero la simple idea de que el abuelo pudiera estar involucrado en algo así hubiera hecho reír al chico, que le tenía en un pedestal, y el griego lo sabía perfectamente.

Se fue directo a la facultad de aeronáutica, atravesando los dos patios interiores de la masa de edificios amontonados que constituía el centro del Instituto. Absorto y más enfadado por momentos, no devolvió los saludos de algunos de sus alumnos de primer año, de sus estudiantes del laboratorio de dinámica subsónica, de los hermanos de Ruyter, esos dos holandeses osados que querían resucitar los trabajos de propulsión de Herschel, ni de dos de sus colegas de trabajo. Ninguno comprendía por qué el habitualmente bienhumorado creador de aeronaves se mostraba tan huraño, pero lo que le molestaba era algo que no podía compartir con nadie.

Subió de dos en dos las escaleras hasta la segunda planta, y resoplando por el esfuerzo, que no solía hacer a menudo porque para eso estaban los ascensores, entró a su despacho y cerró por dentro. Necesitaba pensar y serenarse. Dejó el libro, el cual había llevado fuertemente apretado bajo el brazo, encima de la atestada mesa, sobre los planos de la sección de cola del monoplaza que Mireille estaba diseñando. Se los había dejado antes de irse a casa a pasar la navidad, pero aún no había podido revisar esa parte del proyecto. Demasiado trabajo acumulado, pensó con amargura, dejándose caer en su silla de resorte.

Se fijó por primera vez en el tomo que se había comprometido a devolver en nombre de Jorgen. ¿Historia económica? Leyó el título dos veces más, perplejo. ¿Cómo demonios había llegado eso a manos del chico? Pero si lo suyo era la física avanzada, de la que Eleutherios ni comprendía ni se molestaba en estudiar porque para su campo no hacía falta. ¿Y qué hacía eso en la biblioteca del Instituto en cualquier caso, si no enseñaban esas materias? Quizá en la Escuela Independiente de Alta Enseñanza, pero no allí. Aquello no tenía el más mínimo sentido, y él se echó hacia atrás llevándose las manos a la frente y empujando el respaldo hasta que chirrió el muelle. Se restregó los ojos, tratando de encontrar una respuesta.

El nieto de Knudsen era miembro del Consejo Rector gracias a sus investigaciones en física de partículas, todas ellas teóricas pero aún así reconocidas por los expertos de su campo como sumamente interesantes, si no revolucionarias. Tenían que serlo para que hubiera sido propuesto para el cargo con sólo veintitrés años, pulverizando todos los récords de que se tenía constancia a ese respecto. De eso hacía ya quizá dos inviernos, Eleutherios no estaba seguro. Lo que sí recordaba era haberle visto por primera vez bastante tiempo antes, siendo un muchacho aún, sólo en la biblioteca que llevaba el nombre de su abuelo, entre pilas de libros. Un chico danés que nunca hablaba con nadie, asistía a las clases sin apenas llamar la atención salvo la de sus profesores en los exámenes, y que pasaba allí todo el año sin volver apenas por casa. Después de algún tiempo decidió abordarle un día en su mesa de siempre en la sala de lectura, picado por la curiosidad.

No olvidaría la cara de susto que puso, y luego estuvo seguro, no era porque un profesor se dirigiera a él, que aún estaba en los cursos preparatorios. Poco a poco fue rompiendo su aislamiento, interesándose por sus estudios y trabajos, y comprendiendo que era alguien que estaba bastante por encima de sus compañeros, lo cual le excluía del grupo automáticamente. Había visto esa historia tantas veces que no tardó en pedir para él a sus colegas que se le permitiera acceder a las asignaturas de verdad, las de nivel superior. Verse admitido en ese otro ambiente fue una liberación para el joven, y Eleutherios comprobó cómo su potencial iba resultando evidente también para todos los demás. Antes de poder darse cuenta, le empezó a ver discutiendo acaloradamente con los profesores de física en sus despachos, no cesando de hacerles preguntas que no sabían responder. Él se reía por dentro, contento de haberle ayudado aunque fuera sólo un poco. Al cabo de unos años él mismo estaba dando clases ya a otros alumnos, y cuando llegó el momento de votar su acceso al Consejo, que había sido propuesto por el propio comité que validó su tesis doctoral, no lo dudó ni un momento.

Recordar todo esto no le hizo bien en ese momento. Jorgen había desaparecido sin dejar rastro. Una mañana de noviembre alguien había descubierto las ventanas de su taller rotas y había dado el aviso. Rápidamente se corrió la voz y todo el Instituto supo que algo había pasado y que alguien había destrozado el laboratorio del profesor Knudsen. Incapaces de dar con él y sin saber si había abandonado el complejo sin avisar, al día siguiente contactaron con su abuelo para averiguar si había tenido que salir apresuradamente por algún motivo familiar, pero éste les sorprendió al responderles simplemente que no tocaran nada de sus experimentos ni de sus habitaciones hasta que él llegara, indicando que lo haría cuando le fuera posible. Un mes y medio le había llevado, y aunque a Nevrakis eso le había resultado extraño, no se había esperado para nada que la actitud del anciano fuera la que había mostrado. Como si no le importara en absoluto. Todas las veces que Jorgen y él habían hablado, la imagen que el chico le había transmitido era la contraria: su abuelo se preocupaba por él y lo había hecho siempre, prestando mucha atención a sus estudios primero y luego a sus experimentos. No tenía sentido, se repitió.

¿Qué había estado haciendo que había dado lugar a que se viera obligado a huir o le secuestraran, como había sugerido Perseus al enterarse de la noticia? Conforme iban pasando los días desde el suceso, intentó encontrar respuestas investigando por su cuenta en el taller, en contra de los deseos del viejo Klaus. Pero aunque su nivel hubiera sido suficiente para entender algo de lo que el joven estaba haciendo, y no era el caso, no hubiera podido. Rápidamente descubrió que no estaban los diarios de las últimas semanas, ni las notas ni diagramas de la instalación que había estado montando durante meses. Habían hablado alguna vez de todo ello, y sabía que Jorgen estaba muy ilusionado con el proyecto, pero había renunciado a interesarse exactamente por lo que estaba intentando demostrar. Ahora se recriminaba a sí mismo no haber preguntado más o haber tratado de comprender el trabajo de su amigo. Sabía que era algo relacionado con ese efecto suyo, el que llevaba su nombre, pero al demonio si entendía algo de todo eso.

Resopló y se levantó de un salto. Agarró de nuevo el libro y salió del despacho sin molestarse en echar la llave. Bajó de nuevo y salió al paisaje nevado, dándole vueltas aún al tema. Estuvo tentado de acceder a la biblioteca a través de alguno de los túneles que conectaban el complejo bajo tierra, pero lo descartó, prefiriendo el aire frío, con la esperanza de que le ayudara. El Instituto se encontraba en una colina que había estado fortificada en la Edad Media. Las murallas originales ahora estaban muy dentro del recinto, engullidas por los edificios que habían ido apareciendo a un lado y a otro de ellas en la irregular expansión de aquel lugar a lo largo de las décadas desde su fundación, casi un siglo atrás. Ahora el promontorio estaba casi ahuecado, y aunque nunca había visto un mapa completo, que en caso de existir, seguramente el comité de espacios guardaría celosamente aduciendo motivos de seguridad, apostaba a que podría cruzarse de una punta a otra sin ver la luz del sol, pasando de sótano a bodega, por pasillos abovedados y plantas subterráneas que se habían excavado bajo edificios ya construidos. Y casi en el centro, se ubicaba la biblioteca.

Se encontraba en el hueco que había dejado un monumental torreón del castillo original al terminar de derrumbarse en un incendio. Ya entonces, Klaus Knudsen era su patrón, y decidió donar una suma indecente pero muy bien recibida por la dirección que había entonces, unos veinte años atrás, antes de que él llegara a Dresde. Su dinero permitió construir, excavando en la roca viva hasta una profundidad desconocida por muchos, la que ahora era la joya de la corona del Instituto. La enorme biblioteca contó desde su diseño original con un sistema automático de búsqueda y organización del material que hacía innecesario rebuscar en sus pasillos durante horas. Para recuperar cualquier volumen de la colección y poder leerlo, bastaba con hablar con algún bibliotecario. Y eso fue lo que hizo él nada más entrar por la gran puerta principal.

Marissa Dielmann, jefa de archivos a la que conocía desde hacía años, aceptó el libro que le entregaba, sabedora de que Jorgen no iba a poder llevarlo él mismo. Se dirigieron hacia una de las terminales de devolución que se encargaría de que el tomo regresara a su lugar.

-Echo de menos al joven Knudsen. - La responsable de la colección no ocultaba su tristeza por lo sucedido. - Pasó tantas horas aquí… amaba este lugar, profesor Nevrakis, más que ninguno de nosotros, creo yo.

-Vengo precisamente de conocer a su abuelo. - La bibliotecaria abrió mucho los ojos al oír aquello.

-¡No sabía que venía! Pena, me hubiera gustado agradecerle todo lo que ha hecho por nosotros, todo lo que ha donado al fondo. Este libro - alzó el que él le había traído - es del último lote que regaló. Su nieto ya se la había leído casi entero cuando…

No terminó la frase, apartando la vista. Los rumores que circulaban debían ser imaginativos, indiscretos, y de todo menos prudentes a la hora de sacar conclusiones apresuradas.

-¿En serio? - El griego no quiso dejar pasar ese comentario. - Me sorprendió mucho encontrarlo en su estudio.

-A mí también me llamó la atención verle que sacaba estos textos, ¿sabe? - Se acercó más a él, bajando más la voz por costumbre que por educación, ya que estaban totalmente solos en la sala. - Llevo tanto tiempo entregándole ejemplares sobre temas que no sé ni lo que son y títulos que no entiendo, que no pude evitar preguntarle por el repentino cambio de interés.

-¿Y qué dijo?

-Que su abuelo había insistido en que los leyera, y que tenía buenos motivos para hacerle caso.

Se quedó un momento pensativo. Luego, Eleutherios Nevrakis se despidió apresuradamente y salió a paso rápido del edificio, dejando la bibliotecaria confundida y sin comprender nada. Pero él estaba empezando a entender, y no estaba seguro de a dónde le llevaba todo aquello, pero estaba dispuesto a acudir a la fuente original, si podía alcanzarle antes de que partiera de nuevo. Había preferido dejarle, no expresar su sorpresa por lo que les había dicho a él y a Perseus, pero por más que lo pensaba llegaba a la misma conclusión; el abuelo tenía que saber más de lo que dejaba ver, aunque aún no supiera el qué.

Camino del dirigible se cruzó con Dutschenfeld.

-¿Dónde está? ¿Se ha ido ya? - Aprovechó para recuperar algo el aliento.

-Acabo de dejarle en su nave, partirá en breve.

-¿No te has esperado? - Le sorprendía que el Presidente no se hubiera quedado hasta verle partir.

-No. - Le miró con gesto torcido. - Ha estado en el laboratorio y se ha ido como si nada. Aquí hay algo raro, Eleutherios. Sabe algo que no nos cuenta.

-¿Tú también lo piensas?

-Claro. Pero no voy a presionarle. Nos hace falta el dinero…

Nevrakis salió corriendo sin mediar palabra, indignado por la actitud del otro e ignorando los gritos de su colega de que no hiciera ninguna tontería. No estaba acostumbrado a tanto ejercicio y pronto se encontraba sin poder respirar, pero aguantó hasta plantarse al lado del dirigible, que aún tenía los anclajes colocados. Con las manos en los costados, recuperando el aire, la puerta se abrió y en ella apareció el viejo Klaus Knudsen.

-¡Profesor Nevrakis! - Parecía contento de verle, sonreía. - ¿Qué le trae por aquí?

Se incorporó como pudo y le interpeló sin preámbulos.

-Usted sabe dónde está Jorgen, ¿verdad? Por eso no le preocupa todo esto.

El anciano no perdió la sonrisa. Al contrario, más bien la amplió. La forma de hacerlo le recordó a su amigo, además de por la mirada, aunque sabía que no estaban estrictamente emparentados. Por encima del ruido de los motores, oyó claramente cómo le respondía.

-Por supuesto. - Lo sabía, pensó el griego, triunfante.

-¿Y dónde está? - No perdió tampoco tiempo ahí. Necesitaba saber. - No ha sido un secuestro, ¿no?

-Claro que no. Sólo ha salido de viaje.

Los anclajes se soltaron y el dirigible empezó a subir. Knudsen seguía ante la puerta abierta, alejándose del suelo lentamente.

-¡No, espere! ¿Dónde ha ido?

El hombre se rio abiertamente y cambió el tono por otro mucho más cercano.

-No estás haciendo la pregunta correcta, Eleutherios. - Divertido por la cara del griego, desde un par de metros de altura, el viejo industrial danés le habló una última vez antes de entrar a la cabina y cerrar. - No hubiera llegado hasta aquí sin tí, y te estaré eternamente agradecido por ello, amigo mío. ¡Guárdame el secreto, por favor!

Nevrakis se quedó en silencio contemplando la marcha de la aeronave, hasta que unos minutos después Perseus llegó a su lado, cuando los propulsores sólo eran un zumbido lejano.

-¿Te ha dicho algo? - Le puso la mano en el hombro para llamar su atención.

-¿Qué? - Estaba aún procesando las últimas palabras de Knudsen.

-Que si le has preguntado o no.

Salió entonces de aquel pequeño momento de revelación para responder a su compañero en el Consejo, y lo hizo con voz átona.

-No. No he podido llegar a preguntarle nada, ya estaba despegando.

Dutschenfeld suspiró, visiblemente aliviado.

-Es mejor así. - Le palmeó un par de veces más y echó a andar de vuelta al edificio central. - Sí, es mejor así - repitió.

Pero Eleutherios Nevrakis siguió allí, de pie en la pista, en mitad del paisaje nevado, entendiendo que aquellas habían sido, con la voz de Klaus, las palabras de su amigo Jorgen.

Epílogo - Información privilegiada

Cayó sobre sus rodillas en aquel suelo polvoriento, mareado y boqueando por la repentina falta de aire, bruscamente extraído de sus pulmones. Se había formado un poco de escarcha en sus manos y su cara, que se palpó mientras trataba de superar la desorientación transitoria que había hecho presa en él. A su alrededor, las antiguas cuadras del castillo donde cincuenta años después montaría su laboratorio yacían abandonadas y decrépitas, con un agujero en el techo y una de las puertas dobles casi descolgada.

Logró ponerse en pie y asomarse, tratando de asegurar que nadie se había percatado de su llegada. Fuera la oscuridad reinaba en la noche sin luna salvo por algunas luces tras las cortinas de lo que reconoció como una de las residencias de profesores, donde él mismo se había alojado hasta hacía poco. Por lo demás, los terrenos de la antigua fortificación donde tanto ahora como en su época se ubicaba el Instituto estaban en un silencio sólo interrumpido por el ronroneo de un lejano automotor de vapor.

Toda su vida convergía en ese momento exacto. Su infancia en las calles, su adopción por un acaudalado empresario del ferrocarril que siempre le había tratado como uno más de sus nietos, su educación en una de las más prestigiosas instituciones científicas, su doctorado y sus meses de febril investigación.

Tenía veinticinco años, trece kilos de platino en lingotes atados a la cintura, y un buen listado de negocios e inversiones que iban a ser extremadamente rentables durante el próximo medio siglo. Lo bueno del viaje en el tiempo, se dijo, es que puedes advertirte a ti mismo para ir bien preparado.

-Gracias, abuelo. - pensó el joven, y echó a andar hacia un gran hueco en la descuidada muralla, en busca de un futuro ya escrito.