(English below)
Anuló el difusor secundario con la esperanza de obtener aunque fuera un poco más de potencia y regresó bajo la cubierta, sudando por haberse acercado tanto al depósito. A escasos metros por delante y a la izquierda, un proyectil que había llegado silbando desde sus perseguidores se estrelló hundiéndose en el lateral de una pequeña duna. Estalló con una magnífica explosión que salpicó de arena toda la cabina. Ujarak volvió la cabeza y se asomó por el borde del tanque agarrándose a la barandilla, sólo para comprobar que las huestes del Jeque de Hierro estaban cada vez más cerca. Si uno sólo de aquellos cañonazos alcanzaba a su León del Desierto podía darse por acabado, así que recordando una vez más al Nuevo Profeta regresó de un salto a los controles, recitando.
-Huye del horizonte en el que la muerte se arremolina.
Tenía que llegar hasta el inicio del Al-Dahna si quería salir con vida de aquella, así que abrió de golpe el panel del suelo que daba acceso a las tuberías principales de vapor del tanque. Un diagrama que había estado sujeto por dentro de la portezuela salió volando, pero no le hacía falta tener la hoja de referencia; para algo era el diseñador del mismo e ingeniero jefe del Jeque… aunque eso seguramente ya no sería cierto, incluso suponiendo que sobreviviera a aquel día en el que sol azotaba sin piedad. Cerró las válvulas que conducían el fluído motor a los sistemas de despeje de arena y a la grúa de la bodega de carga, asegurándose en cambio de dejar totalmente abiertas las de la dársena inferior y por supuesto, las que permitían el paso del vapor hasta las gigantescas orugas del León.
Sus perseguidores iban en lo que él mismo había bautizado como Zorros del Desierto, más pequeños y ágiles, y potencialmente mucho más rápidos. No podría mantener la huída mucho tiempo antes de que le alcanzaran, y por momentos se arrepintió de haberlos creado. Escuchó una nueva detonación a su espalda por encima del ruido del vehículo y casi por instinto viró bruscamente a un lado con aquella mole de metal. Si lo hubiera hecho en el sentido contrario, el nuevo obús hubiera impactado directamente contra el colector principal de agua, justo donde los grandes espejos concentraban la luz del sol para hacer bullir el líquido que propulsaba el aparato. Un tanque solar era realmente la única forma de transporte moderno razonable en los desiertos de Arabia, y ciertamente había permitido que el paso de los mismos pudiera hacerse con rapidez y una cierta seguridad. El Jeque de Hierro le había recompensado generosamente por sus ingenios, pero eso no le iba a salvar ahora. Sólo esperaba que Shohreh estuviera bien…
-Perdona al hombre que tiene dos caras.
Esa aleya que siempre le había resultado extraña cobraba importancia para él ahora. ¿Durante cuánto tiempo habían conseguido los dos ocultarse a ojos de todos? No importaba quién les había delatado, si un guardia, uno de los siervos eunucos o acaso otra de las concubinas,... Ujarak sólo sabía que de no ser por el mensaje que un paje del harén le había hecho llegar ese mismo día antes de despuntar el alba, probablemente ya le habrían cortado la cabeza. Había reconocido la letra de Shohreh al instante, ordenándole que huyera de los Jardines Reales lo antes posible. Su nota en un bolsillo era todo lo que le quedaba de ella ahora. Confió en que el gobernante se contentara con darle muerte a él y perdonara a su preferida. El Jeque de Hierro era un hombre demasiado orgulloso para permitir que algo así fuera conocido, razonó, y por tanto mandar ejecutar a una concubina sería algo demasiado evidente. O eso esperaba el persa. Otro versículo del Nuevo Profeta le vino a la mente.
-No envidies al orgulloso, pues nada tiene que necesites.
Shohreh y él habían sabido desde el principio que aquello era peligroso y a todas luces imposible. Y a pesar de ello… Una nueva explosión y una fuerte sacudida sacaron a Ujarak ibn Amr Soroush de su ensimismamiento. Esta vez habían alcanzado de refilón a la oruga derecha. Notó cómo el tanque, a pesar de seguir avanzando, iba escorándose hacia el lado del impacto con cada vuelta que daba la enorme cadena de hierro, que ahora tenía un más que notable agujero de borde irregular. Cada vez que pasaba por los rodillos frontales se enganchaba momentáneamente, produciendo un chirrido que no presagiaba nada bueno. Ujarak maldijo su suerte en voz alta, intentando ubicar más adelante la línea donde empezaba propiamente dicho el desierto de arena, el Al-Dahna. Si era capaz de entrar en él antes de que le detuvieran por completo o le hicieran volar por los aires, aún podría escapar, burlando a los Zorros. Una nueva mirada hacia atrás le reveló con horror que estaban a la mitad de distancia que la vez anterior. Si volvían a dispararle, le acertarían con total seguridad. Por un instante deseó que su León también estuviera equipado para atacar, pero en su momento se había negado a instalar arma alguna en él, y por un buen motivo.
-Sólo la muerte vence en la guerra.
El mantra que siempre le habían repetido sus tutores cuando estudiaba. La guerra, el conflicto, la pelea, en todas y cada una de sus formas, sólo tenía un vencedor, y éste no era otro que la muerte. Apretando la boca, decidió intentar un último recurso, uno desesperado: sobrecalentaría la caldera con la intención de ganar ventaja. Sólo tenía que forzar los espejos para que concentraran la luz más allá del punto en que era seguro; si calculaba mal, el depósito se haría pedazos sin necesidad de cañonazo alguno… y él correría la misma suerte. Tomó el control manual del colector anulando el sistema automático y mirando rápidamente al sol, ya acercándose a su cénit, ajustó la inclinación de todas las piezas plateadas para aprovechar al máximo la irradiación. La reacción fue instantánea, y el León aceleró con un ansia totalmente suicida. Y de hecho, con parte de los circuitos de vapor anulados y por tanto menos elementos que redujeran la presión, Ujarak calculó que no tendría mucho más de unos minutos antes de que la caldera hiciera explosión. Miró hacia el frente de nuevo y su cara se iluminó al distinguir su salvación: el borde de las primeras dunas del Al-Dahna se encontraba a sólo un centenar de metros, altas y brillantes; las orugas ya se habían adentrado en aquel terreno mucho más arenoso y suelto que la tierra por la que venía corriendo el tanque. El cambio del sonido que hacían al avanzar era la música más hermosa que aspiraba a oír en aquel instante. Los trenes podían valer en suelo firme, pero al siempre cambiante desierto tenía que adaptarse uno si quería que le permitiera atravesarlo con vida. Colocó el timón en posición fija hacia su libertad.
Un nuevo proyectil impactó contra el vehículo, esta vez destrozando por completo las piezas de la oruga izquierda y provocando la detención casi inmediata, mientras los rodillos seguían girando en vano, gimiendo contra el metal encallado en la arena. Con uno de los lados tractores totalmente inutilizado, el León del Desierto quedó definitivamente encallado y sin posibilidad de moverse. Los Zorros se detuvieron, algunos a corta distancia, con la intención de abordar el tanque y apresar a Soroush. En cuanto el primero de los guardias subió a la cabina, incapaz de aguantar un segundo más la presión de todo aquel vapor que ya ni siquiera podía desahogarse moviendo sus motores, la gran caldera bajo espejos cóncavos hizo explosión. Con un gran surtidor de vapor, agua a presión y arena, los restos maltrechos de la joya del taller de los Jardines Reales de Arabia emitieron su rugido final, llevándose consigo a varios de los tanques ligeros y dejando sólo dos de ellos intactos. Los guardias supervivientes contemplaron sobrecogidos aquella estruendosa despedida, regresando al poco ante su amo con la noticia de la muerte de aquel que había deshonrado a su concubina. El Jeque de Hierro estaría complacido.
Desde más allá de la primera duna, Ujarak contemplaba la escena. Satisfecho, recitó otro pasaje del Nuevo Profeta.
-Que una ilusión sea tu mejor escudo.
Plegó las asas del periscopio y regresó a los mandos del Topo del Desierto. Hubiera preferido probarlo antes, pero la situación no le había dejado más elección… Sacó de su bolsillo la nota de su amada, agradeciendo a Shohreh que le hubiera salvado la vida y despidiéndose de ella en silencio. Tras acercársela para oler su perfume una última vez, puso rumbo al Mar de Persia, con la esperanza de volver a casa. Ronroneando, el pequeño sumergible de arena obedeció, dejando a su paso una suave cresta en la arena que se confundía con las demás ondulaciones del paisaje, y una discreta nube de humo gris que el viento se encargaba de disipar, como si el propio desierto protegiera a aquel que había conseguido entenderle.
The conqueror of the desert
He nullified the secondary diffuser in hopes that it would get him a little more power, and then came back to the deck, sweating for the proximity to the boiler. Just a few meters ahead and to the left, a projectile that came whistling from his pursuers crashed into the side of a small dune. It blew up with a magnificent explosion that sprayed the whole cabin with sand. Ujarak turned his head and leaned out of the side of the tank, grabbing the handrail, only to realize that the troops sent by the Iron Sheik were coming closer and closer. If only one of those cannon shots hit his Lion of the Desert, he could consider himself finished, so remembering once again the New Prophet, he turned back to the controls, reciting.
-Flee the horizon in which death swarms.
He had to reach the beginning of the Al-Dahna if he wanted to come out alive, so he threw open the floor panel that gave access to the main steam pipes of the tank. A diagram that had been on the inside of the small door flew out, but he didn’t need the reference sheet anyway; he was, after all, its designer and the Sheik’s chief engineer… although that wasn’t true anymore, probably, even supposing he survived that day and its unforgiving Sun. He closed the valves that led the motor fluid to the sand blowing systems and the rear side crane, ensuring on the other hand that those leading to the lower deck bay were fully open, as well as the steam valves to the giant caterpillar wheels of the Lion.
His pursuers used what he himself had baptised as Foxes of the Desert, smaller and swifter, potentially a lot faster. He could not keep the flight up for long before they reached him, and, though briefly, he regretted having created them. Over his own vehicle’s rumble, he listened to a new detonation behind, and almost instinctively he turned to the side with the metal behemoth. Had he turned to the other side, a new shell would have impacted directly on the water collector on which the great curved mirrors concentrated the Sun’s light to boil the liquid that propelled the device. A solar tank was really the only proper, modern mean of transportation through the deserts of Arabia, and certainly it had allowed their crossing to be done quickly and with a measure of security. The Iron Sheik had rewarded him generously for his inventions, but that would not save him now. He could only hope for Shohreh to be all safe…
-Forgive the man that has but two faces.
That ayah he had never understood started to make sense to him now. How long had they managed to remain hidden under everyone’s noses? It didn’t matter who had given them away, be it a guard, a eunuch or one of the other concubines,... Ujarak knew that, had it not been for the message delivered by a young servant that same day before dawn, probably his head would have been chopped off by now. He had recognised Shohreh’s handwriting on sight, ordering him to flee the Royal Gardens as soon as possible. Her note in a pocket was all he had left from her. He hoped that the ruler would settle just by killing him and would forgive his favourite one. The Iron Sheik was a man too proud to allow something like this to be publicly known, he reasoned, and so ordering a concubine executed should be too obvious. Or at least that was what he hoped. Another verse of the New Prophet came to his mind.
-Envy not the proud man, for you need nothing he has.
Shohreh and he had known from the beginning how dangerous and plainly impossible their love was. And despite that… A new explosion and a strong shake brought Ujarak ibn Amr Soroush back from his self-absorption. This time, they had hit slightly the right side caterpillar. He noticed how the tank, though still advancing, veered to the impact’s side with each turn of the enormous iron chain, which now had a significant hole with irregular borders. Each time it passed through the front rollers it got caught a bit, momentarily, making a sound that foretold nothing good. Ujarak cursed his luck, trying to spot ahead the line where the sand desert started properly, the Al-Dahna. If he managed to enter it before they stopped him completely or blew him up, he could still escape, evading the Foxes. A new look back revealed to him with horror that they were at half the distance than the previous time. If they shot again, the would not miss. Briefly, he wished he had equipped the Lion with weapons, but at the moment he had refused to, and for good reason.
-Death is the winner in any war.
The mantra his tutors had always insisted on while he was studying. War, conflict, fight, each and any of its forms, had no other victor than death itself. Tightening his mouth, he went for a last resource, a desperate one: to overheat the boiler trying to obtain some advantage. He only had to force the mirrors to concentrate the Sun beyond the safe point; if he miscalculated, the deposit would blow up with no need for a cannon shot… and he would go down with it. He took manual control of the collector disabling the automatic system, and with a quick glimpse at the Sun, almost at its zenith, set the silvery pieces’ angles to maximize their output. The reaction was immediate and the Lion sped up with suicidal eagerness. And as a matter of fact, with part of the steam circuits bypassed and therefore with much less elements to relieve the pressure, Ujarak estimated that the boiler would blow up in a few minutes at most. Looking ahead again, his face brightened when he distinguished his salvation: the border of the first dunes of the Al-Dahna were only a mere hundred meters, tall and shiny; the caterpillar wheels were already on the sandy terrain, much more loose that what he had left behind the tank. The change in the sound produced by the vehicle was the most marvelous music he could have hoped for at that moment. Trains could work properly on firm ground, but the always changing desert demanded people to adapt to it if they wanted safe pass. He set the helm fixed, right to his freedom.
A new projectile impacted the vehicle, this time shattering completely the pieces of the left side caterpillar and forcing an almost instant stop, while the rollers kept turning in vain, screeching against the metal, stuck in the sand. With a side totally useless, the Lion of the Desert became run aground for good, unable to move anymore. The Foxes stopped, some of them up close, the soldiers intending to board and catch Soroush. When the first of them stepped on deck, unable to hold any more the pressure of all the water vapour that not even the wheels blew off now, the big boiler under the curved mirrors blew up. With a huge plume of steam, pressured water and sand, the torn apart hull, once the jewel of the Royal Gardens’ workshops, threw its final roar, taking with it several of the light tanks, leaving only two intact. The surviving guards watched startled the thundering farewell, going back a short time after to their master with news of the death of the one who had dishonoured his concubine. The Iron Sheik would be pleased.
From beyond the first dune, Ujarak watched the scene. Satisfied, he quoted another passage of the New Prophet.
-May you hide under aegis of mirage.
He folded the periscope and returned to the controls of his Mole of the Desert. He would have prefered to test it beforehand but he had had no other choice… He picked the note of his beloved from a pocket, thanking Shohreh for saving his life and bidding farewell to her silently. Bringing it close, he smelled her perfume one last time, then set course for the Sea of Persia, hoping to go back home. Purring, the small sand diver obeyed, leaving behind a track so smooth that it blended into the waves of the landscape, and a slight smoke cloud that the wind cleared, as if the desert itself wanted to protect he who had come to understand it.
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