23 de agosto de 2017

El cerebro de metal

El negro vehículo movido por gas de roca cruzaba una zona industrial a las afueras de Leipzig. El movimiento delataba el mal estado del firme.

-¿No puede decirme nada por adelantado? Lo que sea... - Volvió a insistir al oficial de policía que conducía el automotor. - He dejado de lado varios compromisos para venir aquí con urgencia. Desde Dresde. - Puntualizó.

Pero nuevamente, sólo obtuvo el silencio por respuesta.

El hombre que ocupaba el asiento de atrás suspiró resignado y regresó a su contemplación del deprimente panorama que le rodeaba. No hacía mucho que había bajado del dirigible en el campo aéreo, pero ya durante el viaje hacia allí había estado fijándose en cómo el paisaje cambiaba lentamente desde la agrícola y cultural Dresde, capital de la República, hasta el gris entorno lleno de chimeneas y carente de árboles en que se convertía todo al acercarse a Leipzig, corazón de la maquinaria productiva de Sajonia. Incluso el aire se oscurecía al acercarse a la ciudad. Y su ánimo había cambiado por igual.

Cuando esa misma mañana había llegado a la puerta de su despacho, dispuesto a repasar las notas para una ponencia que debía estar impartiendo, miró su reloj de bolsillo, más o menos en ese momento, un agente de la policía le esperaba con un sobre sellado que contenía un telegrama. Ante su sorpresa, el guardia se había limitado a entregárselo y decirle que tenía órdenes de no partir hasta tener su respuesta.

Kassius Folkvanger había abierto el mensaje, que le pedía su asistencia inmediata en un caso, posiblemente criminal, que la policía especial estaba persiguiendo desde hacía meses. Decía que se requería su conocimiento técnico y que su colaboración y discreción serían muy apreciadas y agradecidas por la República. En virtud del largo historial de ayuda mutua que mantenían ambos cuerpos, la policía secreta y el Instituto de Investigación y Progreso de Dresde al que él pertenecía, y también picado por la curiosidad, todo hay que decirlo, siguió al mensajero uniformado. Sólo se detuvo un momento para dejar aviso de su marcha urgente y disculparse ante sus colegas.

Menos de media hora después estaba en una aeronave pequeña y sin identificación, partiendo de un discreto campo de dirigibles a las afueras, al sur, al otro lado del Elba. A su llegada a Leipzig, tras un centenar de kilómetros por aire, un coche le esperaba para llevarle por el intrincado tapiz de fábricas, almacenes, fundiciones y talleres que constituía el cinturón de la ciudad. El casco histórico de ésta sobrevivía asediado entre el humo de las chimeneas de los trenes, que partían hacia toda la vieja Europa y más allá, hacia tierras exóticas. Los dirigibles podían ser rápidos, sin duda, pero no eran adecuados para mover grandes cantidades de mercancías.

Y por fin, el vehículo se detuvo y Folkvanger salió del mismo sin esperar a que el conductor le abriera la puerta. Se encontró con un edificio triste, con un tejado de metal. Algunas de las altas ventanas estaban rotas, probablemente por niños aburridos con piedras a su alcance y un almacén ante ellos a todas luces abandonado, o eso parecía desde fuera. A su alrededor, en la franja de tierra apisonada y sucia en un lateral de la nave, se encontraban media docena de coches iguales que el que le había llevado hasta allí. Una mujer uniformada se le acercó con paso casi marcial dedicándole un breve saludo. Todo en ella parecía decir que nunca estaba para pérdidas de tiempo. Su simple presencia ya intimidaba lo suficiente, a pesar de no ser especialmente alta.

-Gracias por venir, profesor. - Su voz casaba con su aspecto, adusta y seca. - Mi nombre es Elia Feisser, Inspectora del cuerpo de policía especial de la República. - Sin responder a su mano tendida, ésta se dio la vuelta y echó a andar. Folkvanger se apresuró a ir tras la oficial. - Acompáñeme al interior, por favor, mi personal científico le está esperando, él le dará los datos. - Casi leyendo sus pensamientos, añadió. - Imagino que querrá saber por qué hemos pedido a la oficina de Dresde que contactara con usted específicamente.

-Mi campo es el de las prótesis mecánicas, y la verdad, me cuesta imaginar que una investigación policial requiera de mi experiencia. - Frunció el ceño. - Especialmente con esta urgencia.

Feisser se detuvo y le encaró, empezando a responder pero cambiando de opinión. En su lugar, se limitó a retomar el camino hacia la entrada del almacén, indicándole con un ademán que la siguiera. Sin intentar ocultar su desconcierto, y no queriendo permanecer más tiempo en la ignorancia, Folkvanger insistió:

-¿Y a qué debo esa atención por parte de la secreta?  Si puedo preguntarlo, claro. - Intentaba sonar relajado, pero una cierta inquietud era inevitable dadas las cosas que se oían por ahí… - Espero no haberme convertido en sospechoso de nada, Inspectora.

La menuda mujer llegó ante la puerta pero se apartó para dejar paso a dos agentes que salían de la nave llevando una caja sellada.

-No. Al menos, no por ahora. - Feisser le dedicó una mirada significativa y un atisbo de sonrisa ciertamente inquietante.

Sin darle tiempo a replicar, a través de la estrecha portela abierta en el más amplio y alto portón, cerrado firmemente, apareció un hombre con un atuendo blanco de laboratorio. Identificó rápidamente al recién llegado y le encaró.

-Por favor no toque nada sin avisarme antes. - El  investigador, poco más que un muchacho según pudo comprobar, le obligó sin mediar presentación alguna a hacerse cargo de todo lo que iba colocando en sus manos: un cuaderno de notas, un lápiz de grafito, un pequeño hatillo con herramientas de precisión, y por supuesto, unas gafas con un juego de lentes ajustables para poder ampliar la imagen todo lo necesario. El ojo humano ya no era capaz de tanta resolución salvo en casos aislados o mejorados mecánicamente, por supuesto. Sólo tras entregarle todo aquello le miró a la cara, casi cortante. - Sigmar Vogel. - Fue a darle la mano, pero al percatarse de que no podía estrechársela sin dejar caer algo al suelo la retiró. - Sígame. - Y desapareció en el interior.

Folkvanger miró a Feisser, pero ésta le dejó paso, así que accedió al almacén. Iluminado por la luz cenicienta que entraba por las anchas claraboyas del techo, el panorama no podía resultarle más peculiar. El interior diáfano del edificio, sólo interrumpido por algunos puntales metálicos que sostenían la celosía de acero de la cubierta, estaba ocupado por numerosos cilindros con un brillo mate y amarillento, todos ellos colocados de pie. Reconoció que probablemente estaban hechos de latón, pero lo que más le llamó la atención fueron sus dimensiones: eran más altos que él, y de hecho más altos que cualquiera que hubiera conocido. Y también mayores en diámetro. Como si fueran contenedores, más bien celdas, con el tamaño perfecto para encerrar a una persona.

El chico con el atuendo blanco de la cabeza a los pies, parte de la división técnica de Feisser, con cuyo sobrio uniforme negro contrastaba, le guió sin mayor preámbulo entre aquel bosque regular, columnas y filas perfectamente alineadas, hasta un cilindro concreto. De todos los que había contemplado, se percató Folkvanger, era el único que tenía una bombilla tenuemente iluminada en su base. Junto a ella, una compuerta permanecía abierta de la cual partían unos cables hasta una batería de plomo y ácido.

-He conseguido amplificar la señal hace poco. - Dijo Vogel.

-¿Quién está ahí? - La voz que salió por unas finas rendijas a media altura del contenedor sobresaltó al recién llegado. - Oigo a alguien. Sigmar, ¿eres tú?

-Sí, Fritz, soy yo. Te traigo compañía.
Metálica, pensó Folkvanger, como la de cualquier caja de voz de un autómata, pero tenía una espontaneidad y un timbre distintos. Tras el choque inicial, entendió por qué habían decidido llamarle a él, abriendo mucho los ojos. Sonaba igual que otro caso supuestamente único con el que estaba bien familiarizado: el de un traspaso de una mente humana a un cuerpo artificial.
Feisser vió el destello de comprensión en su cara y asintió.

-Su nombre salió a relucir en cuanto descubrimos lo que había aquí, aún sin poder confirmarlo por completo. Veo que no nos hemos equivocado.

Se refería a su relación con las investigaciones de Serena Basel, que había conseguido trasladar su propia mente a un cerebro artificial justo antes de morir. Esto, que ahora era vox populi, atraía muy a menudo atención no deseada sobre él. Su papel en aquello se limitaba a haber publicado una versión parcial, póstuma, de las notas de la científica, de acuerdo a los deseos de su única heredera. No es que fuera su fuerte, y tampoco podía considerarse al nivel de un genio como Fräulein Basel, pero al menos comprendía el proceso, que ya era algo. Bien, al menos ahora sabía sobre qué terreno pisaba, o eso pensaba. El cilindro volvió a sonar.

-Vaya, ¿es la Inspectora?

El tono de familiaridad hizo que ésta crispara un gesto de desagrado. Vogel respondió en su lugar.

-Efectivamente Fritz. Nos acompaña además un caballero de Dresde que quizá sea de ayuda. - Encaró a su superior. - ¿Tengo ya permiso para abrir la cubierta para examinar el interior? - Su voz revelaba lo mucho que le molestaba que hubieran traído a un experto estando él allí. La inspectora puso los ojos en blanco por un momento, pero dió su consentimiento.

-No, espere. - La interrupción del profesor hizo apretar la boca al joven. - Necesito algo más de contexto, si es posible. ¿De qué estamos hablando aquí? No sé de nadie que haya podido replicar el proceso de Fräulein Basel, su instrumental está a buen recaudo y las notas nunca se han publicado íntegras. Por precaución, claro.

-Es un caso con un historial bastante largo, pero lo resumiré para usted. - La Inspectora alzó un dedo. - De paso le evitaré tener que firmar más acuerdos de confidencialidad de los que ya tiene usted vigentes con el Instituto. Digamos que cuando desaparece una persona, es un problema de la policía regular. Cuando se convierte en algo masivo, intervenimos nosotros.

-¿Masivo? No tengo noticia de algo similar,... ¿aquí en Leipzig?

-Ni creo que la tenga por ser las víctimas quienes son. Pero para la justicia es bastante evidente. - Folkvanger elevó una ceja. - Docenas de mendigos han desaparecido sin dejar rastro. Más a menudo de lo que están dispuestos a reconocer, suelen actuar de soplones y confidentes sobre delitos de poca monta. Y cuando se evaporan sin más, se nota.

Y ciertamente, él no había leído nada así en los periódicos. Un escalofrío recorrió su espalda al comprender que alguien estaba… ¿experimentando con gente que nadie echaría en falta? Por un momento sintió una fuerte aprensión, pero logró sobreponerse inspirando profundamente un par de veces. Luego se dirigió a la rejilla frente a él.

-¿Fritz? ¿Puede oírme? Mi nombre es Kassius Folkvanger, soy miembro del Instituto, de Dresde.

-¡Vaya! He leído su nombre en los diarios, es el nuevo del Consejo Rector, ¿verdad? - La voz resonó desde dentro del tubo. - Me siento halagado.

-Le veo bien informado, Fritz. - Miró brevemente a Feisser y a Vogel, que se limitaron a asentir, ella más que él. - Yo en cambio no sé nada de usted, y para ayudarle me haría falta saber todo lo posible.

-Claro, ¿por dónde empiezo? He hecho de todo. He esquilado ovejas, he sido guardaespaldas, he vendido zapatos, he ido a la guerra y he vuelto con menos yo que cuando marché. - Dijo aquello con sorna. - Pero imagino que lo que quiere saber es del tema de las desapariciones.

-Si es tan amable…

-Ellos vinieron a verme, y yo fui por mi propio pie, ¿eh? - Soltó una risotada metálica que sorprendió a todos. - Eso se supone que tiene gracia, ¿saben? Me faltaba una pierna e iba con muletas. - Rezongó por lo bajo. - El caso es que ellos…

-¿Quiénes, Fritz? - Feisser intervino, ansiosa de tener una nueva pista que perseguir.- ¿Quiénes son ellos?

-Ah, Inspectora, ¿y cómo lo iba a saber yo? Cuando les ví, lo único que tenía claro es que eran los mismos que estaban llevándose a la gente de las calles. A los mendigos como yo, al menos, así que me puse en guardia, dispuesto a darles duro. Pero qué va, si eran muy razonables. Me ofrecieron volver a andar sin apoyos. Les dije que no podía pagarme una pierna nueva, ¿eh?, pero no les importaba el dinero…

-Fritz, ¿qué me puede contar de lo que pasó entonces? Da igual que no lo entendiera...

-El coche era de los buenos, y me llevaron a un hospital en la zona de los lagos. - Ambos miraron a la Inspectora, pero ésta ya había salido corriendo para dar órdenes nada más oírlo. A Fritz no pareció importarle - Allí me ofrecieron una silla de ruedas y me llevaron ante un médico. Muchas preguntas, firmé algunos papeles, parecía que todo era normal, se veía un sitio bueno, ¿eh?, para gente con dinero. Y prácticamente del tirón me llevaron al quirófano. Me dijeron que tardaría un tiempo en despertarme del éter, que como era una operación novedosa tenían que sedarme del todo.
Folkvanger hizo un gesto de disgusto al comprender que Fritz no había visto nada del proceso. En esto regresó Feisser a la carrera.

-¿Han averiguado algo más de este cerebro de latón?

-Platino. - Los dos la corrigieron a la vez, y Vogel matizó. - Los cerebros de los autómatas son de platino.

La voz del cilindro sonó dolida.

-¿Eso es lo que soy ahora? ¿Un montón de chatarra? Ya me imaginaba que algo no estaba saliendo como esperaba, ¿por qué no veo nada todavía?
Folkvanger se fijó en el frontal del cilindro hacia el que hablaban e identificó los tornillos que afianzaban una placa bastante grande del recubrimiento.

-Vamos a comprobarlo, Fritz. - Sigmar sacó un destornillador del calibre adecuado y se lanzó a quitar la pieza, ansioso por pasar a la acción, mientras el otro seguía hablando. - Seguro que podemos conectar un juego de ojos de los que se usan para… - Pero se detuvo en mitad de la frase al ser retirado el trozo de metal.

-¿De los que se usan para qué? - Inquirió la voz.

La Inspectora con la boca tapada, Vogel con un gesto de asombro, y el profesor con uno de incredulidad, callaron durante unos largos segundos hasta que éste último logró articular una respuesta.

-Fritz… creo que va a ser un poco más complicado de lo que pensaba.

Frente a ellos no se encontraba la matriz de platino conectada por cables que habían esperado. En su lugar se hallaba una gran vasija de cristal llena de líquido, y en su interior, lo que todos reconocieron como un cerebro humano.

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